Covid: relato de una sobreviviente
El libro "La batalla épica de Chile en pandemia" (Ediciones Universidad San Sebastián), de la periodista Lilian Olivares, contiene 28 testimonios de personas que sobrevivieron a la pandemia de covid-19, desde el expresidente Sebastián Piñera hasta personas como Daniela Bustos, que asistió al funeral de dos familiares el mismo día.
Terminaba febrero y las vacaciones en el sur, ese 2020. Daniela venía llegando al céntrico departamento donde se había mudado poco antes con su pololo, Valentín, porque iba a entrar a la Universidad Alberto Hurtado y le quedaba más cerca.
No fue precisamente algo parecido a una "previa" de Luna de Miel la que vivió con Valentín en el departamento. Estalló el Covid y vino el encierro, y a su pareja se le acentuó el trastorno ansioso al punto que tuvo que congelar su carrera de Educación Diferencial (...)
Había crecido en la casa de sus abuelos, en la Villa Santa Elena, en la comuna de El Bosque de la Región Metropolitana. La vivienda tiene dos pisos. En el primero residían la May y el Lelo; en el segundo, sus padres Silvana Neira, de 65, Carlos Bustos, de 64, dos de los cuatro hijos del matrimonio y una nieta.
Daniela Bustos Neira regresó por primera vez a la casa familiar después de cuatro meses, en julio, a abrazar a la May, su abuela, en el día de su cumpleaños.
Tenía mucho miedo del traslado del departamento a la casa. "Si mis abuelos se enferman por mi culpa...", temía. Pero partí con guantes y mascarilla. Al llegar, antes de entrar a la casa me desvestí en el patio, metí la ropa a la lavadora y me duché (...)
El último día de marzo me empecé a sentir resfriada. ¡Uy, la May me resfrió!, pensé. Ya, me voy a tomar un Tapsin caliente y se me va a pasar. Y al día siguiente me dolía todo. Sentía que se me estaban quebrando las piernas, me pesaba el cuerpo, me dolía tanto la cabeza que no podía abrir los ojos.
Me molestaba la luz, tenía fiebre. Me levanté a la mitad de la noche y me acosté con mi mamá, que me puso paños tibios. Al otro día amanecí sin fiebre, pero me dolía mucho el cuerpo, insoportable.
Cuando me fui a meter a la ducha era tanto el dolor que sentía que el agua me golpeaba y hería el cuerpo. ¡Lloraba! Salí de la ducha y le pedí a mi papá que me llevara al SAR (Servicio de Atención Primaria de Urgencia de Alta Resolución). Ya se habían abierto estos espacios donde llegaba gente solo con posible Covid. Así que le dije que me dejara afuera, para que no se contagiara, y entré.
En el SAR le hicieron un test de antígeno y le pidieron que esperara.
Pasaron menos de 30 minutos y la enfermera me dijo "tienes Covid, saliste positivo" (...) Nos van a decir que somos leprosos, no nos van a querer vender pan", bromeábamos, pero jamás nos imaginamos lo que iba a venir después. Yo no me quise despedir de nadie, no quise abrazar a nadie. Mi papá sí me abrazó, mientras me decía "no importa". Y se acercó mi mamá y me fue aabrazar y no la dejé. En realidad me hubiera gustado hacerlo, porque esa fue la última vez que la vi.
Fue el 2 de abril de 2021 (...)
Pasaron tres días y su madre despertó a Belén para decirle que la abuela se estaba muriendo.
Bajaron al primer piso y la May estaba morada, con apremio respiratorio.
Trataban de ayudarla a respirar mientras llegaba la ambulancia. Belén me contó después que era desesperante. Finalmente llegó la ambulancia, se llevaron a la May y comenzó la discusión familiar de qué hacían, porque era como el segundo brote de Covid fuerte, no había camas, no había nada (...)
El 9 de abril, a dos días de terminar su cuarentena, el doctor le advirtió a Daniela que no podía volver a su casa porque se iba a contagiar de nuevo. Decidió que se iría donde una amiga. Al día siguiente la llamó Belén y se enteró de lo que ocurría en la casa.
-Me dijo: "¿Sabís qué? Ya no puedo seguir mintiéndote. Está la cagada en la casa. Mi papá no sale de la pieza hace días, mi mamá tampoco se ha levantado y a la Antonia la mandamos donde la abuela paterna. Estoy sola con esto, no sé qué hacer" (...).
El día 12 la llamó la tía Rosita para advertirle que debía ir a despedirse de la May a la clínica, que le había avisado el doctor.
-Fue como un shock. Yo pensaba: tiene 92 años, estaría siendo muy egoísta pidiéndole a la vida que la deje más tiempo y sufriendo. Sentía resignación. Llegué a la clínica, la May estaba en la UCI y no pudimos verla. En eso me llama Belén y me dice: "Ven, mi mamá se está muriendo".
Era el 12 de abril. Cuando llegó a la casa, una ambulancia se había llevado a su madre al Hospital El Pino.
-Llegué ese día a la casa y era un desastre. Nadie te enseña a cómo tienes que tratar con un enfermo Covid en casa. Y nadie te dice lo duro que es esa realidad, porque te puedes enfermar tú, los puedes enfermar a ellos, entonces qué haces, qué usas: guantes, mascarilla, pechera, pero ¿qué más? Belén y Rosa dormían en un colchón en el suelo, juntas para poder cuidar a mi abuelo en el primer piso y a los del segundo. Ellas no dormían.
En ese momento asumió el relevo (...)
El sábado 17 de abril, al mediodía, el médico de su madre habló con ella porque necesitaban su autorización para entubarla. Y también debían hacerlo con el abuelo, que estaba en el mismo hospital. "Haga todo lo que tenga que hacer", le contestó.
A las tres de la madrugada del domingo les avisaron que el Lelo estaba muriendo. Se abrazaron las dos hermanas con la tía y lloraron.
A las cinco de la madrugada el doctor le dijo a Daniela que fuera a retirar el certificado de defunción, y que con ese documento hiciera la gestión en la funeraria. Daniela llamó a su hermano David, que se encargó (...)
-Y en eso empezó un problema entre nosotras, porque la presión de llevar días sin comer, sin dormir o a lapsos, la presión constante de tener a nuestro papá detrás de una puerta y abrir esa puerta con el miedo de que esté muerto nos tenía muy alteradas. La semana entera yo la había sentido como meses. Ya no me podía las manos, no me podía el cuerpo, entonces empezó la frustración. A la una veinte de la tarde de ese mismo día nosotras estábamos arriba y de repente yo sentí a la Belén exclamar: "¡Noooo!". Me miró y se puso a llorar. "¡Dany, no puedo, no puedo, no por favor! ¡No puedo más!" La abracé. Y en eso subió mi cuñado, el esposo de mi hermana mayor, a calmarnos: "Todo va a estar bien, no se preocupen, tranquilas. Bajemos porque va a llegar David con el certificado de defunción del Lelo y hay que organizar cosas". Bajamos y yo recuerdo a mis primas en la cocina, yo en el comedor, y entró Jaime y lo supe apenas lo vi. Su cara parecía vacía... Lo miré y supe que mi mamá había muerto.
Al poco rato llegó David con el certificado de defunción del abuelo. Le bastó ver a sus hermanas para saberlo. Alcanzó a decir "¡mi mamá!" y se desmayó. Lo llevaron en ambulancia a un centro asistencial (...)
Cuando murió su madre, Valentín, su ex pololo, la llamó para saber cómo estaba, en qué podía ayudar. Le ofreció pagar el entierro.
-En mi proceso también empecé a soltar esta sensación de no querer estar aquí. Me mantenía lo más ocupada que podía, cosa de no pensar y avanzar. Comencé a trabajar, porque había que tener alguna entrada para la casa. Conseguí pega como procuradora. Después, cuando llegó fin de año, como que me desplomé. Me enfermé, estaba muy flaca. Cuando empezó todo esto estaba pesando como 70 kilos. Terminé ese año pesando 49 kilos. Me dio anemia, me dolía todo el tiempo la cabeza, me sentía enferma todo el tiempo (...). Después comenzó el trabajo de volver a regular la alimentación, porque también tuvo trastorno alimenticio, desencadenado por una severa depresión.
-Igualmente fue un proceso difícil salir a la calle. Si la gente se me acercaba mucho, me sentía muy mal: no me toquen, no me miren, nada. Me daba crisis de pánico volver a andar en el Metro o en la micro; como que de verdad me iba a desmayar. Me desbordaban sensaciones, ver a la gente sin la mascarilla o que se la pusieran mal. Lo más fuerte, lo que la gente no entiende hasta el momento en que lo vives de esa forma, es que los demás no le toman el peso. Es fuerte darse cuenta que en la televisión se normalizó tanto decir el número de muertos, y mi mamá no era un número más. Yo miraba a la gente y pensaba cómo no se van a dar cuenta de todo lo que está pasando. Éramos miles de personas que estábamos viviendo exactamente lo mismo. Era fuerte percibir esta normalización, con todo lo que estábamos viviendo tantos. No podía ver noticias, evitaba la tele a toda costa.
-He intentado reencontrarme. Siento que hay un antes y un después con la muerte de mi mamá. Es imposible volver a ser la misma persona, porque esa Daniela de antes tenía a su mamá; la de ahora no la tiene. Pero sí puedo rescatar muchas cosas de ella y trato de volver a encontrarme con esas cosas.
Lo que hasta el año 2022 Daniela Bustos no podía hacer era ir al cementerio y leer el nombre de su madre en la lápida.-
(Extracto del libro "La batalla épica de Chile en pandemia", capítulo "Sin tiempo para llorar lo vivido", p.14-25)