José Manuel Rodríguez
Entre los libros dedicados a la literatura existen unos muy interesantes llamados antologías. Se trata de un volumen que reúne una serie de textos que pueden ser cuentos o poemas o ensayos de autores diversos que le interesan a quién antologa y los ordena de una manera sistemática. Tal sistematización, por lo general, tiene un carácter histórico, es decir, los textos elegidos se agrupan por períodos temporales. A este respecto y para el caso de la narrativa corta, la crítica colombiana Carolina Sierra Nova resalta "el aporte de la antología en la configuración de un conocimiento histórico sobre una literatura. Si no es asumida propiamente como un género histórico alternativo, sí es catalogada como un discurso que amerita una disposición histórica y/o crítica y que, por ende, se erige en un documento valioso para la historia de las letras". Tenemos entonces un primer acercamiento al asunto: cuando decimos antología hablamos de una recopilación de cuentos organizada de una manera muy similar al modo en que organiza los hechos del pasado un historiador. Así tenemos apartados como: el cuento realista del siglo XIX, luego vendrá el cuento vanguardista de los años 20', etc. Ahora hay un segundo factor esencial, alguien elige los relatos de cada período y se llama antologador, él es quién decide que incluir, como anotamos arriba. Es decir, hablamos también de la biografía de un lector. Lector que deviene autor, cada antología es única. Es una obra. Esto revela un carácter esencial del arte literario: un libro no es nada sin alguien que lo lea. Es enorme el poder del lector y también es grande el poder quién antologa, pues decide lo interesante, lo rescatable entre una importante cantidad de cuentos escritos a lo largo de un gran lapso. Habría que preguntarse por qué tiene ese poder. La respuesta es simple: porque también posee un saber que le permite realizar su tarea. Es decir, el volumen se organiza de acuerdo a una justificación. Toda antología que se respete, posee un prólogo donde el autor explica las razones, los motivos de la sistematización, de la forma de organizar los cuentos que contiene su obra. Recordemos, en este punto, a Sierra Nova. Ella sostiene "igual que el historiador el antologador construye propuestas de periodización… se vale de unos criterios de valoración, los cuales deben responder a un esquema conceptual previo en torno a la literatura que se aborda". Hemos llegado al lugar que nos interesa, pues el libro que hoy nos conjura o reúne, pues celebra su 42° edición, es la Antología de cuento hispanoamericano de Mario Rodríguez Fernández y destaca, precisamente, por el esquema conceptual que lo anima, es decir, por la forma en que entiende el desarrollo de la narrativa escrita en esta parte del mundo: ella la considera como un corpus que contiene como una serie de símbolos, metáforas y parodias de los proyectos políticos-culturales que se han dado en nuestro continente. De este modo la narrativa latinoamericana, propone Rodríguez, termina por constituirse en una indagación en la identidad, o búsqueda de ella, en Latinoamérica. Un continente caracterizado por el constante cambio, fracaso muchas veces, de los proyectos que lo animan. De tal fracaso nos habla el primer cuento latinoamericano (publicado en 1850), que también es el primero que encontramos en el libro. Basta leer su título: El matadero que transcurre durante una dictadura, una de las tantas que hemos sufrido. Pero también están los cuentos mágicos, como El árbol de María Luisa Bombal, aquí una mujer casada con un hombre que la ignora encuentra refugio, cual ninfa, en un bello gomero que adorna su jardín. Así la narrativa no sólo se constituye en testigo de nuestra vida pública, sino también lo es de la vida íntima de personas diversas. De este modo se genera la conexión con el lector que puede reconocer no sólo la historia de su nación, sino también la propia en cualquiera de los maravillosos relatos que nos ofrece la Antología del Cuento Hispanoamericano.