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Para la investigadora Rachel Pacyna, si se pudiera identificar a las personas de 40, 50 y 60 años que corren mayor riesgo desde el principio, se podría tener suficiente información para inscribirlas en ensayos clínicos y desarrollar mejores medicamentos. No obstante, los científicos admiten algunas limitaciones del estudio, como que los participantes solo disponían de una resonancia magnética, faltando datos, por tanto, para precisar cuándo comenzaron los cambios en los cerebros o con qué rapidez.