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Y lo que ha pasado con el semipresidencialismo peruano. El Presidente Vizcarra asume después de que el Congreso destituyó al Presidente Kuczynski. Vizcarra entró en conflicto con el Parlamento y lo disolvió. El nuevo Parlamento le fue hostil y lo destituyó. El Parlamento nombró un gobernante interino que cayó a los ocho días... Ahora están en una nueva carrera presidencial. Veremos qué ocurre con el o la presidente que elijan.
Insisto: disolver el Parlamento a veces no soluciona los impasses. Israel ha hecho cinco elecciones generales en dos años y todavía no logra estabilizar un Gobierno.
-Realiza un análisis comparado: ¿todo cambia de un país a otro?
-El sistema de partidos hace que el parlamentarismo funcione muy distinto en ciertos países que en otros. Por ejemplo, en Israel los gobiernos duran, en promedio, dos años y tanto. En Italia, desde la Segunda Guerra Mundial a esta parte, van 67 gobiernos... Es el problema de las rotativas gubernamentales.
Por otro lado, la fusión de los poderes ejecutivos y legislativos en las mismas manos, unido al sistema de una sola cámara que se elige de una sola vez, se ha prestado para la construcción de autocracias legales. Pasó en nuestros días con el parlamentarismo de Hungría. Orbán dijo: "Sólo tenemos que ganar una vez, pero entonces, propiamente". Con la mayoría de esa sola vez cambió la Constitución, anuló el Tribunal Constitucional, controló los medios y configuró una "dictadura" legal hasta hoy. Hitler llegó al poder por la vía legal y democrática en un régimen semipresidencial. En nuestros días el peligro no son tanto los golpes militares clásicos, sino las autocracias legales. Así, fue del semipresidencialismo de Rusia de donde surgió, sin violar sus reglas formales, la autocracia legal de Putin. Lo mismo pasó en Turquía (semipresidencialista) con Erdogan y Polonia (semipresidencialista) con Kaczynski. Es lo que Kim Scheppele ha llamado "golpes constitucionales".
-¿La experiencia comparada no siempre se ajusta a Chile?
-El semipresidencialismo y el parlamentarismo, si uno examina la experiencia de otros países exige una reglamentación minuciosa y ciertas costumbres, ciertas tradiciones. Son regímenes que han nacido, en general, en sociedades monárquicas o de tradición monárquica.
Pero lo decisivo para mí es esto: tanto bajo el semipresidencialismo como bajo el parlamentarismo, quien gobierna emana del Parlamento, no del voto popular directo. A mi juicio, este es un problema insalvable que tiene el semipresidencialismo y el parlamentarismo en un país como Chile. Hay que transferir el derecho a elegir al gobernante a los parlamentarios. El jefe de Gobierno surge de una negociación a puertas cerradas de las cúpulas de los partidos. Eso sería visto aquí como un cambulloneo de la élites políticas. Hay algo patricio ahí, algo completamente ajeno al espíritu más igualitarista y horizontal de nuestro tiempo. Y en esa "cocina," a menudo, partidos pequeños se transforman en "partidos bisagra" -para armar una coalición mayoritaria- y adquieren un poder enteramente desmesurado en relación a su votación.
Para nosotros, los chilenos, elegir directamente a quien nos gobierna, marcando el voto, es la encarnación de la democracia. Me cuesta creer que la primera Convención Constitucional democrática de nuestra historia nos prive de ese derecho.
-¿Tiene algún asidero hablar de "parlamentarismo de facto" en nuestra país ahora?
-Más apropiado sería hablar de una suerte de Gobierno de asamblea que se resiste a ceñirse a las reglas constitucionales. Quizá, consciente o inconscientemente, se busca competir con la Convención.
Bajo el parlamentarismo hay un Primer Ministro que, como dije, puede disolver el Parlamento. Es frecuente que ese Primer Ministro tenga iniciativa exclusiva en materias de gasto público: así ocurre en Inglaterra, Alemania, Canadá, Australia, Nueva Zelanda... Lo mismo sucede bajo el semipresidencialismo francés. Muy distinto de lo que estamos viendo. Cuando el Presidente pierde el apoyo del tercio del Congreso o arma otra coalición o debe gobernar conforme a la mayoría del Congreso, ya no puede vetar proyectos de ley que desaprueba. Pero el Congreso debe mantenerse dentro de la Constitución y las leyes. Es una situación de muy rara ocurrencia. Sólo nos había sucedido una vez: después de las elecciones de 1961, Jorge Alessandri perdió el tercio, incorporó a su coalición a los radicales y no hubo una gran crisis.
-Señala que el fraccionamiento partidista es un problema en todos los regímenes. ¿Cómo ve el sistema de partidos que tenemos y su multiplicidad?
-Tenemos 16 partidos en el Congreso. Es mucho. En términos comparados es demasiado. Además, se han dividido las coaliciones. Por ejemplo, el Partido Humanista se separó del Frente Amplio. Y creo que hay algo de 19 diputados separados de sus partidos. Si los negociadores son muchos, son muchos los costos de transacción. Es decir, se hace más difícil lograr acuerdos y toda democracia requiere partidos y acuerdos. De lo contrario, no hay gobernabilidad.
Lo que estamos viviendo es el resultado de un sistema de partidos fragmentado y polarizado. Lo que estamos viviendo es la crisis de nuestros partidos.
-Insiste en que ni Gobierno de minoría, ni régimen político, ni multipartidismo es el gran problema, sino la polarización. ¿Hay solución para eso?
-Varita mágica, no hay. El sistema de partidos es una dimensión propiamente política independiente y de gran importancia para el funcionamiento de toda democracia. Diría que la salud de la democracia depende de la salud de sus partidos. Cómo son los partidos, qué procuran es un ingrediente básico de la libertad. Propongo en el libro dos reformas. Primero, asegurar la democracia interna de los partidos. Es decir, que las elecciones de los dirigentes máximos sean fiscalizadas por Servel. Segundo, disminuir algo el número de parlamentarios por cada distrito. Eso apunta en la dirección de que tienda a haber pocos, grandes partidos. No dos, pero tampoco 16. La ley electoral no crea el sistema de partidos, pero influye en su comportamiento. Crea incentivos.
-En el libro cita a Bagehot sobre el parlamentarismo, en que se puede cambiar al piloto de la calma por el de la tempestad. ¿Ha sido un buen piloto Sebastián Piñera?
-Le han tocado circunstancias extraordinariamente adversas y, ya lo decía Maquiavelo, la mitad del éxito de las acciones de un político está en manos de la fortuna, del azar. Por desgracia perdió la capacidad de persuadir a su propia coalición. Es decir, perdió su liderazgo, su poder. En toda democracia el poder sigue a la capacidad de persuasión. ¿Podrá Piñera en los pocos meses que le quedan recuperar el liderazgo de su coalición?
"(Piñera) por desgracia perdió la capacidad de persuadir a su propia coalición. Es decir, perdió su liderazgo. Es decir, su poder. Porque en toda democracia el poder sigue a la capacidad de persuasión".