El destacado urbanista Richard Sennett plantea que las ciudades se planifican, no se cultivan. Generalmente, El Plan, objeto de la planificación urbana, es tratado como una planta plenamente desarrollada. Cada cierto tiempo se retoca modificando algunos detalles -aquí, quitar una o dos plantas a un edificio demasiado alto; allí, hacer retroceder un metro una planta baja- para adaptarlos a diferentes condiciones.
Pero estas "podas" llegan demasiado tarde. Como resultado se obtiene una ciudad dividida en un sistema cerrado en el que cada lugar y función se relaciona lógicamente con otros lugares, ignorando la realidad de que diferentes sectores o áreas competirán por agua, mutarán con el tiempo o morirán por contacto recíproco o por obsolescencia. Y, cuando las cosas se comportan como no se espera que lo hagan, el planificador, con sus mapas de distribución de población/transporte tan precisos, tan racionales, puede pensar que el plan ha fallado.
Planificar no es sólo decidir calles y construir edificios; es obtener lugares: espacios con calidad de vida, interesantes y atractivos, donde se facilita la relación entre las personas y entre estas y su entorno. Conseguir lugares es más que sólo ordenar la ciudad, sino, integrar los distintos paisajes que constituyen el territorio (urbano, rural, agrario, forestal, etc.). Planificar implica conocer intensamente el territorio y descubrir sus características, sus valores y fortalezas, pero también sus carencias, amenazas y dificultades. Es un ejercicio indispensable para optimizar recursos, resolver problemas y aprovechar oportunidades. Es establecer las reglas de un juego que nos afecta a todos. Estas reglas son técnicas y también políticas. Las cuales, se convierten en leyes con la voluntad de hacer prevalecer el interés colectivo sobre el particular.
Ahora bien, en los últimos años, ha existido una falta de capacidad para valorar a priori las consecuencias de las decisiones tomadas en la planificación de nuestras ciudades. Por un lado, ha sido más fácil ocupar nuevos territorios "no urbanos" de suelos de gran valor ambiental y sin cuestionamiento alguno, que afrontar la problemática de las zonas consolidadas como el centro tradicional, que implican una gestión compleja, y aceptar prioridades que no siempre son cómodas. Y por otro lado, justificados por el aumento de la densidad en relación a las necesidades de hábitat, tenemos una gran cantidad de construcciones de edificaciones aisladas en altura, dispuestas aleatoriamente en el territorio, cayendo en los pecados de la repetición y de la forma estática. Así pues, nos hallamos ante un paisaje urbano lleno de "errores", de espacios por "deconstruir" más que construir, o como mínimo, por regenerar. En estos momentos, planificar es convivir con todos estos errores y despropósitos, tratando de superarlos. Para nuestra generación, crecer paralelamente a estas situaciones sin tenerlas en cuenta, ignorándolas, ya no puede ser una opción. Dicho de otra forma: planificar se hace hoy muy necesario. En palabras de Oriol Nel·lo: "el futuro no se puede prever, pero se puede preparar"
se planifican