Por Sebastián Grant Del Río
La teoría del montaje apunta como uno de sus aspectos fundantes aquello que dice relación con que el plano (la imagen) tiene que estar en pantalla el tiempo necesario para que el espectador lo alcance a leer y, por lo tanto, entienda y procese. Al respecto, "Oppenheimer", la más reciente película de Christopher Nolan, aprueba con honores: el realizador inglés tiene muy clara la estructura de planos y visual, que le quiso dar a esta monumental obra de 180 minutos.
Ahora, si esta teoría la lleváramos al guión, es decir, al texto, Nolan también aprueba, y nuevamente con honores, al plantear una "biopic" colmada de información, que se interna en la mente y acciones del físico norteamericano Julius Robert Oppenheimer, interpretado por Cillian Murphy. No es otro que el padre de la bomba atómica, como lo llamaron en tiempos de una guerra, la segunda, entre 1939 y 1945.
Oppenheimer, un profesor de aula y altos conocimientos, lidera el que se llamará "Proyecto Manhattan", y que terminará con el proceso de ensayos nucleares que llevaron a la construcción de la bomba atómica para su país. Un poder cuyas consecuencias sufrirán los japoneses en Hiroshima y Nagasaki, llegando así al término del señalado conflicto bélico.
Es el costo humano el que lleva a su creador a cuestionar moralmente el poder (destructivo) de la letal arma, frente al cual Oppenheimer queda "choquedo". Es decir, esa ambición científica del logro se torna en una tragedia (humana), que el personaje/actor transmite muy bien en la tercera parte de la cinta (juicio). Es cuando la cinta brilla en sus matices y capas, al relatar en tres horas pasajes de la vida de un ser humano, que roza en el hedonismo y la locura en sus pasos hacia el logro del objetivo.
Testigo inmóvil
El espectador, transformado en testigo de los actos del científico, como un viajero inmóvil en el tiempo y el espacio de la pantalla, se pone frente a un relato fílmico que muestra, desarrolla y plantea un punto de vista, el de Oppenheimer. Allí el resto de los actantes sirven para el transitar de quien lidera los ensayos nucleares, los mismos que luego se cuestionará.
El otro marcado punto de vista es el de Lewis Strauss (Robert Downey Jr.). Su accionar en blanco y negro estará dado por el latir nervioso de los hechos que acontecen como en la subida de una montaña rusa (genera expectativas). Gran actuación para un personaje potente que nunca le hace sombra al protagonista, incluso, en sus momentos de silencio y observación.
En eso, el realizador de 52 años tiene mucho de Stanley Kubrick y la forma de concebir la acción y psicología de sus personajes, los cuales siempre están al servicio del relato y del protagonista -piense en "La Naranja Mecánica" o "El resplandor"- de una manera explícita.
Son parte de un cometido orgánico, donde siempre está claro el hacer del personaje central. Nolan trabaja una suerte de ronda con sus personajes, quienes giran en torno al central, en este caso, el constructor de la bomba atómica.
Cineasta de laberintos y tránsitos caóticos, como lo demostraría ya en su debut con "Following" (1998); Nolan filma de manera sólida, dominando el tiempo y el espacio cinematográficos, impactando con imágenes "grandiosas" para una historia "grandiosa", muy a la manera del David Lean de "Lawrence de Arabia" (1962), "Doctor Zhivago" (1965) y "La hija de Ryan" (1970).
Allí los cuestionamientos internos y las psicologías interruptas llevan a conclusiones poco gratas, incluso, injustas. Es lo que pareciera expresar la evolución interna y externa de Oppenheimer, cuyo camino se pondrá cada vez más pedregoso, complejo, incluso, kafkiano dada sus pocas posibilidades de salida/solución.
Esta complejidad, implícita y explícita, pone a Nolan como un gran director de personajes y géneros. Acá cuenta un drama, si se quiere, pero con ribetes de película de terror, en el sentido de ese paso que hay para cruzar la puerta a lo desconocido.
Ese otro lado, que aparece cuando se cruza el umbral, es donde mejor se mueve Christopher Nolan -piense en su trilogía de Batman-, quien enciende luces que brillan en noches de tiempos aparentemente claros, y cuyas consecuencias sirven para hacer que el espectador adulto piense, se cuestione y exponga sus propias ideas. Ahora, frente a un hecho real e histórico, que se torna en ficción para la pantalla grande, a través de una película para disfrutar y leer -literalmente- en grande.
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