Walter Benjamin, sabio alemán de principios del siglo XX, describía a través de sus recorridos por las galerías de algunas ciudades europeas aquello que su tiempo definía como nuevo. Las vitrinas y mostradores de cada tienda eran su museo; cada ventana, un cuadro colmado de colores y sentidos. Exhibida sobre un plinto, una máquina de escribir recogía la más avanzada técnica del momento: el plomo fundido de sus letras, la fuente de estilo delineada con precisión, el estuche de cuero rígido y estirado eran testimonio de un trabajo sublime, único. Las personas se detenían a contemplarla, siguiendo los puntos de fuga desde su cúspide por la caja de la vitrina, iridiscente a la luz del día que se colaba por la vidriada bóveda del cielo de acero.
Hace poco se recordó a Benjamin en las redes sociales. Pensé en las galerías del centro de Concepción, en sus pasillos acaracolados, en sus pilares revestidos de martelina o cerámica, en sus pisos lustrosos, en sus aromas frutales. Recordé que cuando arribé por estas calles me sorprendí de su vigor, de sentir que la historia de las tiendas de instrumentos musicales se contaba en acordes de cuerda y percusión, mientras los salones de belleza esperaban a su clientela de siempre y a la nueva por esos cortes de cabello que no están en otras manos. Costuras, reparaciones, arriendos y ventas de vestuario para toda ocasión; lustrosos calzados y cordones; disfraces y alhajas festivas. Al fondo del pasillo central, la entrada de un cine con sus barandas de bronce y fotografías de los años mozos. Imaginé la fila de personas para ingresar a las películas familiares de la tarde, el aroma de los frutos confitados y el tostado del café en tazas blancas de cuello bajo. Ese paisaje de fin de semana que no vuelve a repetirse, aunque por meses la historia proyectada en la pantalla sea la misma.
Cada vitrina es una historia, un oficio que cabalga estos tiempos rápidos donde la mirada encarcelada en las pantallas portátiles impide saborear los contornos de las galerías. En las venas de lo cívico, de lo ciudadano, están los oficios del centro de Concepción. De pie ante el tiempo, son el patrimonio de nuestra modernidad. Es cierto que las sociedades avanzan, que buscan innovar y emprender. Las galerías tienen en sus historias una enseñanza que debe aproximarse a lo nuevo. El emprendimiento como cultura de una sociedad cada vez más quebrada requiere de estos testimonios para comprender lo colectivo, solidario y perenne. Un paisaje cada día, un momento del espacio en el centro de la ciudad.