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Son 20 mil kilómetros desde Ushuaia, en Argentina, a Punta Barrow, en Estados Unidos

Un avión conectará la Patagonia y Alaska para investigar el cambio climático

Construido por dos argentinos y apodado "Correcaminos", el aparato tiene un costo operativo equivalente al de una camioneta. Con un etalómetro facilitado por una empresa eslovena medirán partículas contaminantes desde las alturas.
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Por Agencias

Surcar los más de 20.000 kilómetros que separan la ciudad argentina de Ushuaia de Punta Barrow, el rincón más septentrional de EE.UU., para estudiar los efectos del cambio climático: este es el objetivo del proyecto "Patagonia-Alaska", una iniciativa sin fines de lucro que pretende medir la composición de los cielos de América a bordo de un avión experimental.

La aeronave, construida por los pilotos argentinos Juan Martín Escobar y Guillermo Casamayú, oriundos de la provincia de Chubut, comenzó sus vuelos preliminares en abril y partirá rumbo al norte en julio próximo, en un periplo que se prolongará durante 35 días y que pasará por más de veinte países del continente americano.

"El viaje lo íbamos a hacer de todas maneras para divertirnos, pero si le podíamos sumar este proyecto científico nos gustaba más, porque no era sólo para nosotros, sino para el cuidado del planeta en general", confiesa Escobar, de 36 años, a la agencia Efe.

Años de preparación

La Patagonia argentina -territorio de unos 1,7 millones de kilómetros cuadrados de superficie- presenta unas condiciones algo complicadas para la aviación: las distancias entre ciudades son muy largas, hay pocos aeropuertos con combustible y las pistas de aterrizaje no están en buenas condiciones.

Ante esta realidad, Escobar y Casamayú decidieron construir un pequeño avión biplaza, con una velocidad punta de unos 280 kilómetros por hora y una autonomía cercana a las seis horas, que permitiera realizar grandes travesías, hasta el punto de llegar hasta los confines de América del Norte, sin consumir demasiada energía en el camino.

"Es un avión experimental porque cumple con la condición de que al menos el 51% fue diseñado, construido o ensamblado por sus propietarios, lo cual no significa que sea menos seguro, porque nos basamos en instrucciones del fabricante y de la autoridad aeronáutica argentina", afirma Escobar sobre una aeronave cuyo costo operativo es "equivalente al de una camioneta".

La construcción del avión, apodado "Correcaminos", demoró un total de siete años, cinco más de lo previsto; tiempo que sirvió para sumar "nuevas ópticas" al proyecto, pasando de ser una aventura entre amigos a un viaje científico inédito en Argentina.

La dimensión científica

Ese cambio de planes se produjo tras una toma de contacto con la empresa eslovena Aerosol, que facilitó a los jóvenes pilotos un aparato, llamado "etalómetro", con el que realizar mediciones de partículas desde las alturas.

Ubicado detrás de los asientos del avión, este instrumento tomará muestras de dos compuestos: carbono negro, uno de los contaminantes que provoca más enfermedades cardiorrespiratorias, y dióxido de carbono, el gas de efecto invernadero por excelencia.

"No hay antecedentes de mediciones de carbono negro y de dióxido de carbono en la ruta que estamos realizando", certifica Escobar, aclarando que el etalómetro no sólo permitirá conocer la concentración y ubicación de estas sustancias, sino que también determinará su origen, sea este producto de la acción humana, de los incendios forestales o de la biomasa en su conjunto.

Una vez recopilados todos los datos, los mismos serán puestos a disposición de la Universidad Nacional de la Patagonia y del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) argentino, que trabajarán en conjunto con la firma eslovena para elaborar publicaciones científicas y contribuir a los reportes sobre el clima.

"La realidad es que es nuestra primera experiencia con mediciones desde un avión, y más con lo que tiene que ver con carbono negro, que es un elemento que no está tan estudiado en el mundo y menos en Argentina", señala Giselle Marincovich, licenciada en Ciencias de la Atmósfera y trabajadora del SMN.

Pese a contar con apenas un centenar de horas de vuelo, el "Correcaminos" ya recorrió con éxito las Torres del Paine, el estrecho de Magallanes, el monte Fitz Roy y el glaciar Perito Moreno.

EL OTRO PROPÓSITO DEL VIAJE

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Respecto al viaje definitivo hacia Alaska, Martín Escobar sostiene que lo llevarán adelante "con paciencia" y siempre que las condiciones meteorológicas lo permitan: "No queremos volar en instrumental, ni tampoco meternos en problemas", subraya el piloto argentino. "Yo vuelo desde los 17 años, así que conozco bien el tema de la aviación. En todos los vuelos uno comete errores y en todo momento está aprendiendo, por eso queremos ir despacito y con calma", asegura acerca de un proyecto que, además de contribuir al estudio sobre el cambio climático, tiene otro propósito: demostrar a los más pequeños que la ciencia "puede tener aristas y visiones divertidas".

Fueron desarrollados por investigadores estadounidenses

Inteligencia física: los robots blandos que recorren laberintos sin ayuda humana ni de programas informáticos

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Investigadores estadounidenses desarrollaron unos robots blandos que pueden desplazarse por entornos complejos, como laberintos, de manera autónoma sin ayuda humana ni de programas informáticos. Son lo que se llama "inteligencia física".

Desarrollados por investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte y de la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), y fabricados con elastómeros de cristal líquido con forma de cinta retorcida, estos robots parecen un tipo de pasta italiana, conocida como espiral o rotini, pero traslúcidos.

Los detalles se publican en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

Considerados "inteligencia física", estos robots blandos son "máquinas cuyo diseño y materiales les permiten desenvolverse en diversas situaciones, en contraposición a la inteligencia computacional", explica el autor principal del estudio y profesor de ingeniería mecánica y aeroespacial en NC State, Jie Yin.

Cuando se colocan sobre una superficie de al menos 55 grados Celsius -por encima de la temperatura ambiente-, la parte de la cinta que toca la superficie se contrae, mientras que la parte de la cinta expuesta al aire no lo hace, lo que induce un movimiento de rodadura en la cinta.

Cuanto más caliente está la superficie, más rápido rueda.

"Esto se había hecho antes con varillas de lados lisos, pero esa forma tenía un inconveniente: cuando encontraba un objeto, simplemente giraba en su sitio", mientras que "el robot blando que hemos fabricado con forma de cinta retorcida es capaz de sortear estos obstáculos sin ayuda humana o informática", destaca el investigador.

El robot lo logra de dos maneras: en primer lugar, si un extremo de la cinta encuentra un objeto, la cinta gira ligeramente para sortear el obstáculo y, en segundo lugar, si la parte central del robot encuentra un objeto, lo "rehúye" gracias a un 'chasquido' o liberación rápida de energía, se reorienta.

"Se parece mucho a las aspiradoras robóticas que mucha gente utiliza en sus casas", "salvo que nuestro robot obtiene energía de su entorno y funciona sin ninguna programación informática", subraya Yin.

Los investigadores llevaron a cabo múltiples experimentos en los que demostraron que el robot blando con forma de cinta es capaz de desplazarse por diversos entornos laberínticos y también de funcionar en entornos desérticos, donde pueden subir y bajar pendientes de arena.

"Esto es interesante y divertido de ver, pero lo más importante es que proporciona nuevas ideas sobre cómo podemos diseñar robots blandos que sean capaces de cosechar la energía térmica de los entornos naturales y negociar de forma autónoma entornos complejos y desestructurados, como carreteras y desiertos difíciles", concluye Yao Zhao, coautor del artículo e investigador posdoctoral en NC State.