"La Convención Constitucional tiene mucho de carnaval de adolescentes"
El académico aborda en profundidad el proceso constituyente, "Queda la esperanza de una mayoría que pueda hallar un acuerdo para un texto sensato, que pida a la Carta lo que ella puede dar y no un país de Jauja decretado por escribas", dice.
Por Patricio Tapia
Chile tiene algo de Sísifo, dijo José Ortega y Gasset en 1928. Con esa referencia al mítico rey condenado a empujar cuesta arriba por una montaña una pesada piedra, la cual, al llegar a la cima, rodaba hacia abajo, una y otra vez, por siempre, el filósofo español quería ejemplificar la situación del país ante los terremotos que cada tanto echaban a tierra lo que se había levantado con tanto esfuerzo. El historiador Joaquín Fermandois, sin embargo, utiliza la cita en "La democracia en Chile: trayectoria de Sísifo" (Ediciones UC-CEP, 2020), su libro más reciente, al analizar el proceso democrático chileno inscrito en una historia de más de dos siglos de la democracia moderna. Fermandois es profesor de la Universidad Católica y la Universidad San Sebastián, además de presidente de la Academia Chilena de la Historia, columnista y autor de numerosos libros, entre los que se cuentan "Mundo y fin de mundo" (2005) y "La revolución inconclusa" (2013).
La democracia, señala, es un sistema de crisis o para gestionar las crisis, las cuales con cierta regularidad vuelven a tensionar la institucionalidad del país. Si bien sólo se alude al "estallido social" y el proceso constituyente en el libro, sí considera que forma parte de un ciclo iniciado con las revueltas estudiantiles de 2011, aunque el "estallido" más bien entra en una dimensión distinta al "arrinconar al sistema institucional". La democracia, entonces, enfrenta un nuevo episodio con el proceso constituyente y los primeros pasos dados por la Convención Constitucional. Podría ser antecedente de una consolidación democrática, si se reconduce, en opinión de Fermandois, por vías institucionales. Pero también, según él, podría entrañar el peligro de una Constitución populista bajo la ilusión de una democracia "participativa" o directa, así como la parcelación del país que podría hacerlo ingobernable y, eventualmente, generar expectativas que desemboquen en una frustración. Pero, precisa, falta tiempo para eso: "La actual ebriedad tiene para rato. Espero que la resaca no ocurra cuando sea demasiado tarde". Además, sugiere respecto de las primarias y de todo el proceso político actual, ejercitar una "suspicacia huasa".
-En su último libro analiza dos siglos de la historia chilena a la luz de la idea de la democracia y la visión no es del todo alentadora, constantemente con altos y bajos. ¿No hay que abrigar demasiadas esperanzas porque ha sido y será así?
-La democracia es fundamentalmente manejo de crisis de manera abierta. Cuando vienen épocas de calma chicha en la sociedad humana, son engañosas, un pequeño paraíso en cierto sentido, que anidan crisis que en un abrir y cerrar de ojos pasan de la potencia al acto. Chile además ha sido un país marcado por décadas de estabilidad que con sorprendente (relativa) regularidad se jalonan con crisis regulares. No es que tenga que ser así, pero carecemos de la virtud de la persistencia calmada y serena ante los avatares e insuficiencias.
-Usted lo compara con la labor de Sísifo. ¿Está el país condenado a los esfuerzos por construir y volver a construir una institucionalidad democrática?
-No está condenado, solo que así han sido las cosas. Democracias consolidadas -término relativo ya que cualquier realidad política es de suyo precaria- son una minoría en el mundo. Con todo, Chile tiene tradiciones democráticas relativamente más sólidas que las de otros países latinoamericanos. Esto no es parte de un "mito". Ello no quita su precariedad.
-El proceso constituyente actual, ¿es más cercano al momento de elevar la piedra o a que ésta se venga abajo?
-Surgió como una respuesta urgente a la caída en el despeñadero. Parecía encauzar los ánimos hacia un proceso democrático. Sin duda encantó a una sólida gran mayoría del país, con ilusiones fundadas o infundadas, pero el plebiscito de octubre de 2020 dio cuenta de esta disposición. Operó la tradición política latinoamericana de que las constituciones lo arreglan todo, y por ello Chile se encaminaría a aprobar la número 253 (en Latinoamérica hemos tenido 252 constituciones desde 1808 hasta ahora). Pero la piedra no siguió subiendo. Ello porque la violencia algo disminuyó, pero también fue persistente, sin mayor crítica de una gran parte del mundo político. La pandemia tuvo un efecto apaciguador; hubiera sido perfecto -sobre todo para la administración Piñera- si hubiese durado seis meses. A estas alturas, sin embargo, subsiste y si uno mira el mundo -con el que Chile puede compararse positivamente- las perspectivas no son muy claras.
La dirección política del Gobierno ha sido floja y la oposición junto a algunos gremios no sin algunos rasgos suicidas, se ha sumado al intento de desmontar no solo al Gobierno, sino que al sistema institucional y desfondar al Fisco. La modernización económica que por insuficiente no era menos real cae al despeñadero junto a la piedra. La guerra de guerrillas en La Araucanía florece, desde sus gérmenes hace 30 años.
-¿Cómo vio la instalación de la Convención Constitucional y cómo ha visto sus primeras actuaciones?
-Tiene mucho de carnaval de adolescentes. En este sentido colabora en que la piedra se despeñe, uno más de los varios empujones que se han dado. En las próximas semanas veremos si puede reconducirse por vías más institucionales y no ser mero acicate de un espíritu revolucionario. Con todo, tengo una prevención de fondo. Al parecer, una mayoría considerable ambiciona una constitución de estilo populista, de democracia "participativa", un eufemismo de democracia directa. Ninguna, pero ninguna democracia ha funcionado de esa manera; al final del camino nunca ha dejado de haber un César o un Stalin (o un paradigma entremedio). En otro plano, existe un afán de parcelamiento del país, que solo lo hará ingobernable. Tengo una leve esperanza que al final se entre en razón y comenzar a subir nuevamente la piedra.
-¿Percibe un ánimo fundacional o refundacional, algo así como querer borrar la historia?, ¿hasta qué punto esto es algo simbólico y hasta qué punto puede ser peligroso?
-De todas maneras. Y va más allá de una emoción pasajera que siempre les retorna a las sociedades humanas. Ni siquiera el grueso del mundo del arte reaccionó contra la destrucción de todos los símbolos coloniales y republicanos, la quema de iglesias y museos. No son treinta años, son quinientos años, pareciera decirse. Retorno a las "sociedades originarias". A estas alturas del partido, nadie en este mundo es absolutamente original del lugar donde nació, ninguna sociedad humana. Sostener la tesis de la falsedad de la existencia histórica de Chile sería asegurar la perpetuación de la guerra de todos contra todos.
-Su libro, señala, nace en parte de las revueltas del 2011, los movimientos estudiantiles y el surgimiento de lo que llama una "izquierda antisistema". ¿Considera lo ocurrido con el llamado "estallido social" como parte de ese mismo ciclo?
-Los movimientos estudiantes son recurrentes en las democracias modernas, cuando arraigan en sentimientos de la sociedad, pueden transformar el panorama político. En el 2011 le dio certificado de bautismo a una izquierda antisistema, que condena en general al Chile democrático, con el Frente Amplio y algún aire al Partido Comunista que revive su vieja estratagema de estar dentro y fuera del sistema. Y el movimiento alcanzó a algunos sentimientos masivos, en ese momento pasajeros, en todo caso alcanzó a remecer a muchos sectores de la sociedad. El "estallido" pone las cosas en otra dimensión, al arrinconar al sistema institucional, sobre todo por la debilidad reactiva de las mismas instituciones y de los dirigentes del Estado, algunos de los cuales, más por espíritu de masa, se sumaron a su legitimación, aunque ellos mismos estaban en la picota.
-¿Piensa que forman parte tales manifestaciones de unas rebeliones culturales más que de clase?, ¿comparte la idea de Tocqueville de que cuando las cosas mejoran en las sociedades, eso incluso atiza las pasiones?
-De todas maneras. Carlos Peña "me robó" la idea, ya que fue el primero en aludirla. Es un hecho que las crisis advienen cuando las sociedades adquieren un dinamismo de cambio y mejoría, pero no están todavía bien asentadas en una nueva realidad. Esto más allá de que no puede haber una sociedad humana completamente estable. El sentimiento público se mueve entre percepciones contradictorias. El 2010 y el 2017 eligió a Piñera, lo que no se puede olvidar. En ambos casos le siguió un encogimiento político debido a la fragilidad de la dirección política, y después por un desencanto electoral. Por otra parte, han sido gobiernos que no variaron mucho con lo efectuado en las dos décadas anteriores, entre 1990 y 2010. El estallido estuvo precedido por una década de desesperada búsqueda de mejorías más o menos instantáneas. Iván Poduje ha entregado una interpretación interesante acerca de la exasperación; añado que el acelerante podría haber sido la desilusión por las pensiones de las AFP, mas no son las únicas causas; el éxito económico por paradojal que suene, puede ser otra causa. No fue el hambre lo que provocó el 18 de octubre ni la marcha del millón.
"La dirección política del Gobierno ha sido floja y la oposición junto a algunos gremios no sin algunos rasgos suicidas, se ha sumado al intento de desmontar no solo al Gobierno, sino que al sistema institucional y desfondar al Fisco".