Responsabilidad en la campaña política
Prometer lo que se sabe que no se podrá cumplir y fundar las propuestas en base a eslóganes, más que en ideas fundamentadas, son algunos de los principales males que, a propósito de la reanudación de las campañas para las elecciones del 15 y 16 de mayo, se observan en la actividad pública.
El primero de estos fenómenos es muy común y queda de manifiesto cuando -solo por dar un par de ejemplos- un candidato a alcalde compromete realizar "reformas estructurales" a la actividad económica local o uno a gobernador regional afirma que se asegurará que las inversiones públicas de todas las carteras tengan un foco en particular.
El gran problema es que -en ambos casos- se trata de proposiciones que se alejan de las atribuciones con que cuentan ambas autoridades y, por consiguiente, no son más que una "venta de humo" que suele asociarse a intentos por ganar popularidad apelando a activar determinadas emociones en la ciudadanía que pueden tener un efecto favorable a la hora de que acudan a las urnas.
No se trata, por cierto, de cuestionar las ideas y proyectos que cada candidato legítimamente tiene el derecho a plantear, sino más bien de exigir que estas propuestas estén fundadas en el marco legal vigente y no en supuestos que pasan más por el voluntarismo propio del periodo eleccionario que por datos de la realidad.
Es particularmente relevante que debido a la crisis de legitimidad que afecta a la actividad política, quienes llevan un tiempo en el área o quienes recién se integran sean lo suficientemente conscientes del valor de la responsabilidad en esta materia. Porque no hay nada peor que confiar en una determinada opción política en base a las propuestas y, a poco andar, percatarse que aquello que se ofreció está lejos de poder ser cumplido. Eso, sin duda, ayuda a horadar más la ya alicaída esfera política, debido a la disonancia entre lo que se asegura que se hará, en la campaña, y los posteriores resultados de cada gestión.
Ahora bien, habrá que precisar que esto está lejos de ser algo nuevo en la política. Prometer lo que no se puede cumplir es, más bien, una historia conocida, pero que resulta más preocupante cuando lo que se hace es jugar con las expectativas de las personas, especialmente en el caso de cargos nuevos -como el de gobernador regional- donde están asociadas también esperanzas en procesos tan relevantes como la descentralización nacional. Algo similar ocurre con los candidatos a la Convención Constituyente, pues a veces quienes están postulando a integrar esta instancia se enfocan exclusivamente en plantear una "lista de deseos" de derechos que se pretende asegurar, sin una problematización mayor respecto de lo difícil que es para un país poder asegurar, responsablemente, el cumplimiento de todo lo que se suele solicitar desde el desconocimiento.
En esos casos, resulta todavía más lamentable jugar con las esperanzas y prometer aquello que no se podrá cumplir, simplemente porque no se cuenta con las atribuciones para hacerlo.
En relación con la utilización de eslóganes, es evidente que se trata de una herramienta válida, que se utiliza en toda campaña política. Sin embargo, la crítica en particular apunta a que -más allá de la condensación conceptual que implica una frase- muchos candidatos suelen quedarse sencillamente en eso: no hay datos, referencias ni investigación seria detrás de algunas de las afirmaciones, sino solo declaraciones de intenciones y ciertas ideas sobre las cuales se generan supuestas "verdades reveladas".
El gran problema con el abuso de la fórmula del eslogan es que estos suelen mostrar solo una parte de las realidades, intentando anular toda fórmula de cuestionamiento, lo que no da pie a la complejidad y los matices que priman a la hora de caracterizar determinados fenómenos sociales y políticos.
Hacer política en base a eslóganes se vincula a una manera de presentar las realidades de manera simplista y muchas veces concentrada en marcar -desde una perspectiva moralizante- una supuesta oposición o "lucha" que suele plantearse entre extremos representados por posiciones contrapuestas.
Identificar esta visión maniquea de la realidad es relativamente sencillo. Solo basta ver cómo afloran conceptos como "enemigos", "batalla", o "lucha" como parte sustancial de aquellos relatos. Siempre se trata de alguna fuerza a la cual "vencer" para imponer una determinada fórmula de hacer las cosas y divide a la sociedad entre "buenos" (nosotros) y los "malos".
Es necesario precisar que ambos fenómenos no son "propiedad exclusiva" de un determinado sector político. Por el contrario, son más bien el reflejo de una manera de enfrentarse al debate que suele ser transversal, aunque más asociada a los "extremos" del espectro político donde la simplificación le gana a la argumentación y donde el culto a la personalidad suele ser una fórmula asociada.
Prometer lo que no se puede cumplir y fundar las propuestas en base a eslóganes son algunos de los principales males que afectan actualmente a la actividad pública, lo que se expresa en este periodo en muchas candidaturas a las elecciones del 15 y 16 de mayo. Por eso, es importante distinguir entre los proyectos serios y aquellos que solo "venden humo".