Un profesor, Roberto Peragallo, comentaba en una de sus clases que "un arquitecto debe descubrir el espíritu de un lugar y con su arquitectura construirle un cuerpo a ese espíritu; sino le hacemos un cuerpo a ese espíritu, finalmente, haremos una arquitectura sin alma".
Tomé comienza a construir parte de su "espíritu de lugar" en 1865.
Cuando se funda la Fábrica de Paños Bellavista, actualmente Bellavista Oveja Tomé, la comuna establece una ruta económica que se potencia posteriormente, en 1933, cuando se abre La Fábrica Ítalo Americana de Paños de Tomé (FIAP).
Ambas fábricas se convirtieron en parte fundamental de la memoria e identidad tomecina, en donde la industria textil, particularmente la producción de tejidos de lana, en la década del 40 marcaron un desarrollo a nivel nacional que sostuvo económicamente a prácticamente el 50% de los habitantes de la comuna.
Esta "memoria" relata de manera intangible lo que vivieron generaciones por más de 100 años en torno a esta actividad productiva, y con ello, lo que significó el desarrollo de un oficio y finalmente una manera de vivir generación tras generación. A su vez, relata una memoria tangible a través de su construcción como reflejo del desarrollo tipológico de la arquitectura industrial al sur de Chile.
Sus muros, sus espacios interiores, su configuración, dan cuenta del cuerpo que sostiene esa memoria.
Lamentablemente, hace algunas semanas se realizó la demolición de una parte de la FIAP argumentando el peligro de derrumbe que presentaba por sus daños estructurales. Evidentemente, con el paso del tiempo y en nuestras ciudades telúricas, es posible que edificios con más de 80 años de historia sufran daños, sin embargo, lo lógico es reforzar su estructura y evaluar medidas que no coloquen en peligro el valor tangible e intangible de este tipo de construcciones.
Cuando hablamos de una obra con valor patrimonial, como en este caso, es porque aquella pieza logra un equilibrio de valor entre el "cuerpo", lo físico, lo tangible, y el "alma", la memoria y su significado.
Al derribar este cuerpo se nos escapa parte del alma de Tomé, que representa el espíritu de ese lugar; y no hay manera de avanzar, de evolucionar, sin considerar el significado pasado, presente y futuro de nuestros lugares.
Ciertamente, el desafío al que nos enfrentamos es cómo somos capaces de proteger y activar aquellas piezas que son parte fundamental de la memoria colectiva de todos nosotros, los habitantes.
Un posible camino es la reconversión -sobre todo en aquellos edificios que han perdido sus usos primitivos y están en proceso de deterioro- es decir, otorgar nuevos usos, nuevas actividades económicas, nuevos encuentros sociales, incorporando metodologías de participación capaces de plasmar su identidad y sentido de pertenencia, pero para ello se hace fundamental e ineludible colocar en valor el cuerpo arquitectónico, respetar su alma y construir, entre todos, nuevos significados.
