La crónica que Fuguet armó cuando comenzó el fin
Textos de no ficción, cuentos, salvoconductos y recetas de cocina forman "Despachos del fin del mundo", el más reciente libro del escritor nacional. Son relatos escritos con el alma en un hilo: desde el eclipse y el estallido social, hasta la pandemia de este 2020.
Por Valeria Barahona
La memoria, al contrario de lo que se dice, no funciona como cajones ordenados de información. Más bien es una fiesta caótica de recuerdos, que vuelven, cada vez que reciben algún tipo de estímulo: ese es el tono de "Despachos del fin del mundo", el último libro de Alberto Fuguet. Aquí, el autor de "Mala onda" parte con un tono personal narrando cómo vivió el eclipse de sol. Sigue con un paneo a lo social tras el estallido del 18 de octubre. Y, finalmente, Fuguet termina confinado -como todos- a causa de la pandemia del coronavirus.
"Parecía el fin de mi pequeño mundo tal como lo conocía y el comienzo de una gran oportunidad creativa y -quizás- la liberación de ciertas amarras que son las que no nos dejan, como autores, volar más lejos. El pasado a veces tarda en soltarse; ciertas trabas y traumas y lealtades y certezas no se esfuman hasta que arden. (…) Por primera vez en mi vida adulta todos los finales posibles me parecían posibles en la vida real e imposibles en el papel", dice Fuguet al presentar las memorias reales y ficticias escritas entre julio y julio, entre 2019 y 2020.
-Sentí que ironizabas con lo de las sensibilidades energéticas ante el eclipse total de sol, con las personas que fueron a verlo al norte en busca de portales cósmicos. No supe si te reías o estabas hablando en serio...
-Ambas. Siento que soy una persona que creía mucho más en el realismo, que no sigue tanto los planteamientos de (Alejandro) Jodorowsky ('Psicomagia'), pero ahora estoy dispuesto a conversar y creer. No sé si para siempre, pero me doy cuenta que no toda la literatura tiene que ser realista o que todo el periodismo dice la verdad. No por un tema político, sino que porque a veces no basta con decir la verdad para entenderlo todo, y de pronto ciertas películas se terminan convirtiendo en realismo, como las de David Lynch ('Twin Peaks').
-También planteas lo distinto que es pasar un eclipse o una pandemia solo o acompañado, en este caso por Ismael.
-'Isma' es un personaje clave en el libro porque es más fácil pasar esto con alguien que uno quiere. También ocurre que uno puede estar con una persona a la que uno quiere pero con quien se lleva mal. Es algo bien tremendo cómo la pandemia y el estallido social te dejaron al desnudo. Por eso jugué un poco con el eclipse, que tiene que ver nada y todo: es algo extremadamente simbólico.
-"Despachos desde el fin del mundo" a ratos es un poema, otras veces una crónica, un cuento. ¡Incluso tiene recetas de cocina!
-Imagínate que volvamos a la normalidad. Yo pienso que un escritor puede ayudar a crear la memoria, que no basta con el periodismo, porque si recuerdas los secos despachos diarios de (el exministro de Salud Jaime) Mañalich hoy parecen algo muy antiguo, aunque no es tan antiguo. Ahora él ya no es ministro y todo pasa y uno se olvida de lo que pasó. Entonces me doy cuenta que escribir crónica o literatura instantánea ayuda a crear memoria, algo que es mucho más frágil de lo que uno cree. El ser humano tiene que olvidar para poder pasar a otra etapa.
-En el epígrafe usaste una frase del poeta estadounidense Frank O'Hara: "En tiempos de crisis, todos debemos decidir una y otra vez a quiénes amamos". ¿Te tocó revisar quiénes son tus amigos?
-Esa frase es curiosa porque si bien se puede interpretar sólo a nivel afectivo o de amor, también funciona a nivel de cultura popular, de saber quiénes son tus escritores favoritos, tus cantantes, tus actores, los que quieres que te acompañen. (…) Al comienzo de la pandemia me aburrí mucho cuando me preguntaban '¿qué libro recomiendas para esta cuarentena? ¿qué serie verías?', como si fuera una gran vacación de verano. La mayoría de las librerías estaban cerradas, entonces respondía que hay que ver lo que uno quiere, puedes volver a leer algún libro que tienes cerca u otro que quizás nunca leíste pero por algo está en tu casa. Lo mismo pasa con las películas: empecé a ver algunas antiguas (en el libro se repiten títulos como 'Taxi driver' y 'Grease'), que me daban más confort que una estupenda nueva película francesa, porque tienen además otra cosa: el cariño y el recuerdo de tiempos supuestamente mejores, en que tú viste eso y sientes que algo pasó.
-¿Hay un nuevo pop chileno entre 2019 y 2020?
-Se han ido creando, casi sin querer, cosas positivas como la comunidad, llevar los mensajes a la calle, proyecciones de palabras (mediante rayos de luz) en Plaza Dignidad (por el estudio de diseño Delight Lab), la idea de rayar las calles… Eso no ocurría desde hace mucho tiempo, desde la UP (Unidad Popular), donde hay un sentido nuevo colectivo y de usar elementos más curiosos como proyectar frases o tocar cacerolas. Esto último es algo que podría verse vintage, pero es mucho más fuerte en su mensaje que dar un like o retuitear (en redes sociales) algo contra el Gobierno. Ahí se forma una contradicción entre estar en el siglo XXI y por otro lado estar en algo muy antiguo, como pegarle a un trozo de metal: eso es material literario. Aunque a nadie se le habría ocurrido inventar esto porque es poco creíble.
-En una parte del libro caminas por Santiago mirando los rayados junto al poeta y editor Matías Rivas ("Tragedias oportunas") y dicen que "el problema es que en La Moneda nadie sabe escribir" …
-Siempre se critica a todos los gobiernos que les falta calle. Aquí siento que falta calle pero por sobre todo cultura pop. Ahora, los niños la tienen a los 10 años o antes. A los cinco, por los dibujos animados… Si el gran asesor del segundo piso (de La Moneda) en lugar de tener un doctorado en Londres sobre política pública fuera un gran chico pop, podría decirle al Gobierno 'oye, todo esto se vio en tal película de 1982', o 'escuchen a Leonard Cohen (famoso por sus discos pero que también ha escrito libros como 'Los hermosos vencidos'), lean a Joan Didion ('El año del pensamiento mágico')'… Es cosa de escuchar a REM y saber que el mundo se puede acabar y la gente puede estar contenta… Ante la idea de que 'están quemando el país' mucha gente puede colapsar al no tener repertorio simbólico, mientras que otros dicen: 'No, esto puede ser el comienzo de algo increíble'. O si es algo atroz, no es tan atroz como creemos, no es el apocalipsis.
-¿Crees que como sociedad daremos el ancho para adaptarnos a un cambio político y biológico tan grande en un año, que es muy poco tiempo?
-Es pronto para saberlo. Estamos hablando de un final, y si uno analiza bien el plebiscito, no es el final, es el comienzo. El verdadero final habría ocurrido si ganaba el Rechazo, se acababa todo y volvíamos a una especie de normalidad que, por lo que capto, ya no existe. Gracias también a la pandemia y la derrota de Donald Trump en Estados Unidos pareciera que todo el mundo está alineado con que nada va a ser igual. ¿Hasta qué punto el siglo XXI empezó ahora? Algunos dicen que comenzó con (el ataque a) las Torres Gemelas (2001): quizás no, tal vez nos equivocamos y sólo era el comienzo del cierre del siglo XX.
-En unas semanas Ediciones UDP lanzará "Enrique Alekán: una novela por entregas", con tu personaje de los años 90 en revista Wikén. Hoy, ¿lo aman o lo funan?
-Alekán ha pasado por tantas partes y por todas las cosas… Yo he pasado por las mismas y, al crearlo, lo pasaba bien, independiente de que fuera tan popular. Lo amaron, lo desearon: amar no es lo mismo que desear, y todo lo que es deseado luego será criticado.
"Siempre se critica a todos los gobiernos que les falta calle. Aquí siento que falta calle pero por sobre todo cultura pop".
"Es más fácil pasar esto con alguien que uno quiere. También ocurre que uno puede estar con una persona a la que uno quiere pero con quien se lleva mal".