Debate público, desinformación y polarización
Más allá de lo que la ciudadanía decida en la jornada de hoy respecto del camino institucional que se tomará en relación a la Constitución Política de la República, es un hecho que el país está enfrentado a un momento clave de su historia y que -en ese escenario- hay varios fenómenos de alcance global y creciente expresión nacional, que marcan tanto el debate público como la forma de hacer política en el país.
Uno de los fenómenos más importantes dice relación con la desinformación, que hasta poco parecía algo muy alejado de nuestras realidades -se debe recordar que se comenzó a hablar con mayor fuerza del tema a partir de la elección de Donald Trump, en Estados Unidos, en noviembre de 2016- pero que hoy está innegablemente instalado en Chile, de la mano con la crisis de credibilidad que enfrentan muchas instituciones "tradicionales". Esto ha sido tierra fértil para que se expandan este tipo de contenidos, que apelan a la emoción más que a la razón.
A ello se suma la existencia de nuevas tecnologías que han sido hasta ahora permisivas en la posibilidad de transferir cualquier tipo de falsedades e incluso algunos espacios que se autodefinen como medios de comunicación, que no solo se muestran dispuestos a replicar artículos que, al menos, distorsionan las realidades, sino también -en ocasiones- se transforman en la propia fuente de la desinformación.
Se debe recordar que el Grupo de Expertos Europeos de Alto Nivel sobre Noticias Falsas y Desinformación designado por la Comisión Europea, define este fenómeno como la difusión de "formas de información falsa, inexacta o engañosa diseñada, presentada y promovida para causar daño público intencionalmente o con fines de lucro".
El concepto de "fake news" (noticias falsas) es el preferido para resumir el problema, que se ha expresado a nivel global en distintos episodios como la crisis de refugiados europea de 2015, las elecciones presidenciales de Estados Unidos, o el referéndum conocido como Brexit en Reino Unido, a partir de 2016.
A nivel nacional, también se han registrado episodios recientes donde la desinformación ha primado en los mensajes promovidos con fines espurios y desde el más amplio espectro político y social, como ocurrió especialmente a partir del denominado "estallido social" de octubre de 2019, donde se difundieron una serie de afirmaciones falsas que apelaban especialmente a activar emociones, prejuicios y hasta fomentar sentimientos de odio que parecían desterrados de nuestra sociedad.
Es importante enfatizar que estos fenómenos no son "propiedad exclusiva" de un determinado sector o movimiento. Sin embargo, suelen representar una herramienta utilizada por las corrientes más extremas del espectro político, para lanzar ataques y falsedades respecto de los que suelen presentar como los "enemigos".
Enfrentar la desinformación es un desafío especialmente complejo para las sociedades democráticas, que deberían tener como base ciudadanos bien informados y un debate público de calidad, enmarcado en el respeto y, por cierto, en la verosimilitud de los argumentos. Algo muy lejano a lo que representa la creciente desinformación que prima en los contenidos que se difunden a través de las redes sociales y, especialmente, a través de plataformas privadas de comunicación como WhatsApp.
Hoy en día, incluso ya se habla de "editores" y "fábricas" de noticias falsas, quienes a partir de motivaciones tanto económicas como políticas varían tanto en sus tácticas como en sus objetivos. Los primeros se parecen a los generadores de contenidos que van tras la "caza" de clicks, es decir, ganan dinero con el número de visitas que generan en sus sitios web. A su vez, el objetivo principal de los actores con motivación política es intentar influenciar la opinión pública y -en los casos más extremos- hasta tratar de interrumpir procesos políticos democráticos.
Asociado a este fenómeno, hay otro que también es de características globales y ha golpeado con especial intensidad a nuestro país. Se trata de la polarización, que -por cierto- se diferencia de la legítima existencia de opiniones diversas en el hecho que se apunta a una creciente división en "extremos opuestos" a los cuales les cuesta mucho encontrarse para generar acuerdos y acordar reformas que permitan el avance de los países.
Es con la polarización que se deslegitima la importancia de los consensos amplios entre grupos con pensamientos y sensibilidades distintos, los que suelen comenzar a verse más como "el otro a vencer". De esta forma, se deteriora la confianza y el capital social necesario para construir proyectos colectivos se hace mucho más feble.
Enfrentar a tiempo el negativo impacto de la desinformación y polarización requiere avanzar muchísimo en áreas como la educación, para fomentar desde temprana edad un pensamiento crítico que permita distinguir con mayor claridad los mensajes, así como una formación cívica que fomente desde temprano edad -y con mayor intensidad- el respeto a las opiniones y la posición política de los demás.
Estos fenómenos no son "propiedad exclusiva" de un determinado sector o movimiento político. Sin embargo, suelen representar una herramienta utilizada por las corrientes más extremas para lanzar ataques y falsedades respecto de los que suelen presentar como los "enemigos" a vencer.