Cuéntame una historia original
Claudio Parés Bengoechea, Facultad Ciencias Económicas y Administrativas U. de Concepción,
Uno de los temas poco conocidos del disco "Corazones", de Los Prisioneros, repite en el coro que "todo el mundo dice que vive sufriendo como nadie más" y, tal como el 18 de octubre resonó "El baile de los que sobran" en las calles, hoy suena de manera más discreta este estribillo en redes sociales. Pareciera ser que esas líneas escritas a principios de los años noventa siguen vigentes, pero la "distancia social" ha magnificado nuestra incapacidad para reconocer el sufrimiento que muchas personas están pasando por estos días.
Aunque el imperativo #QuedateEnCasa suena como un deber indispensable para evitar la terrible expansión de una enfermedad que no sabemos aún cómo controlar, hay familias que no se pueden permitir ese lujo.
Más allá de los profesionales sanitarios, recolectores de basura, repartidores de distintas aplicaciones y productos, hay muchísimas familias que dependen del dinero que sus integrantes logran generar día a día. Hay otros a los que nadie les llevará comida a la puerta de su hogar porque el delivery no lleva a esa población o porque resulta prohibitivo añadir dos mil o tres mil pesos al pedido.
No es romanticismo para ellos quedarse en casa. Tampoco es una posibilidad. Hacerlo implica pasar hambre.
Toda medida que se toma parece insuficiente y, como siempre, los más perjudicados son los más débiles de la sociedad, los más vulnerables. Fueron los primeros en quedar sin empleo. Fueron los primeros en empezar a pasar hambre, pero recién aparecen llamados a acuerdos en que políticos y técnicos parecen vivir en mundos tan opuestos como ciencia y religión. Mientras tanto, seguimos discutiendo acerca de la pertinencia de aumentar los impuestos, la sostenibilidad del gasto fiscal, si es correcto fijar precios de bienes de primera necesidad, si es más eficiente entregar dinero a las familias o darles una canasta, si corresponde reducir el salario de los parlamentarios… y esas familias siguen pasando hambre.
Era muy difícil prever la magnitud de esta crisis, pero es hora de mirar más allá de nuestras narices. Muchas de nuestras familias tenemos que hacer lo que podemos a distancia. Entre el teletrabajo de los padres, el telestudio de los hijos y los quehaceres domésticos, los días parecen eternos, pero ese estrés no puede hacernos olvidar que hay muchísimas familias que están sufriendo más que nosotros. No sabemos lo que hay detrás de la señora que va por la calle sin mascarilla. No tenemos idea de lo que ha pasado el "guatón" que protesta porque tiene hambre en la población. Ni siquiera sabemos si esa persona tiene algún familiar contagiado con este maldito virus. No sabemos qué es lo que están sufriendo los demás.
Es hora de ser solidarios en serio. En el discurso y en las acciones. Demostramos que somos capaces en esa rarísima Teletón que hicimos en abril. Ahora toca hacer lo que podamos para ayudar a los que nos rodean y dejar la desconfianza de lado. Es preferible que nos demostremos el cariño ahora y volvamos a las puñaladas luego, a seguir guardando abrazos "para cuando pase todo esto" mientras seguimos peleando por ser los primeros en recibir ayuda porque "estoy sufriendo como nadie más". Contemos una historia original.
"Es preferible que nos demostremos el cariño ahora y volvamos a las puñaladas luego, a seguir guardando abrazos para cuando pase todo esto".