La filosofía ha debatido por siglos sobre aquello que diferencia al ser humano de las demás especies. Una de estas diferencias sería la noción de nuestra propia existencia, o bien, la conciencia del tiempo y de nuestros límites como la muerte. Ante esta revelación, el ser humano buscaría incansablemente proyectar su vida y crear ingeniosamente todo aquello que le permita proyectarse en el futuro. Algunos autores afirman que esta capacidad dio origen a las ciudades, como una invención social eficiente para proveer a las personas un proyecto de futuro.
De ser así, las ciudades serían una pieza clave de nuestro proyecto evolutivo. Por lo menos así lo cree más del 50% de la población del planeta que hoy vive en ciudades y a las cuales migran semanalmente más de tres millones de personas en todo el mundo. Las personas eligen las ciudades, porque creen que en ellas pueden encontrar un mejor futuro. Sin embargo, pareciera que hoy nadie habla del futuro. Éste no está presente en las discusiones políticas, tampoco en las ideologías de los partidos, ni menos en el discurso de los municipios. Pareciera que todos ellos han renunciado al futuro y concentran su energía en resolver urgencias del día a día, lo cual, por cierto, es muy importante. Pero, entonces, ¿quién está pensando el futuro de la ciudad de Concepción?, ¿cuáles son los planes y metas para los años 2030, 2040, o incluso 2050? Pensar el futuro debería ser una obligación de la política pública y de quienes nos lideran. Ellos deberían arbitrar todas las acciones necesarias para ir paso a paso, construyendo un imaginario común, transformador y mucho mejor que el presente. Las ciudades no se construyen de un día para otro, ni tampoco en los cuatro años del ciclo político de las autoridades. Ellas necesitan avanzar gradualmente pero en función de un plan, tan legítimo como nuestro derecho a una mejor existencia.
Chile ha suscrito numerosos acuerdos internacionales con metas al año 2030, incluso al año 2050, entre otros, sobre desarrollo urbano sustentable y carbono neutralidad. Entonces, ¿cómo estamos honrando estos acuerdos si no tenemos un plan para cumplir con estos objetivos? El futuro no es una utopía, y como nos enseña la filosofía, éste subyace como anhelo en lo más profundo de la existencia humana. Una de las herramientas más poderosas para colaborar con este afán es la planificación de la ciudad que debería buscar ser más integrada, más bella, más justa, más cuidadora, más sustentable.
El Gran Concepción cumplirá 500 años de existencia el año 2050. Esta fecha no sólo coincide con los compromisos internacionales asumidos por Chile, sino también con un hito histórico que debería movilizarnos con entusiasmo para diseñar un plan urbanístico transformador, con metas ambiciosas y compartidas por la comunidad, para alcanzar un futuro que nos entregue certeza y también más esperanza.