Cuando el gobernador Domingo Ortiz de Rozas decidió el traslado de Concepción al valle de la Mocha en 1751, tras la destrucción de la ciudad por el terremoto y tsunami de ese año, el obispo José de Toro Zambrano y vecinos habían optado por otros lugares (Punta de Parra y Lomas de Landa). Hubo que esperar hasta 1765 para que el teniente general Salvador Cabrito ordenara, bajo pena de destrucción de los ranchos donde vivían los vecinos del Concepción antiguo (en Penco), que se trasladasen a la nueva ciudad, donde hoy se sitúa.
La urbe, que entre 1751 y 1765 acogió a poco más de 300 vecinos, comenzó a recibir a más habitantes en esta ciudad de viejo modelo de damero español, es decir, manzanas cuadrilongas entre el cerro Caracol, el Chepe, el sector donde hoy está la avenida Arturo Prat y Los Carrera. En este cuadrante se ubicaron los edificios de los poderes coloniales: Catedral, iglesias de mercedarios, franciscanos, agustinos, trinitarias y jesuitas, hasta su expulsión en 1767, entre otras, que fueron sumándose en el siglo XIX. Asimismo, estuvo el ejército, con algunas fortificaciones, como las ubicadas en el cerro Chepe o en el actual cerro La Pólvora. El gobierno civil se concentró alrededor de la plaza de armas, con la casa del gobernador y el cabildo.
Pero esta nueva ciudad sufrió otra situación caótica en 1835. Cuando se estaba aún consolidando, un feroz terremoto la echó al suelo. Es la "ruina" penquista. Fue tal el nivel de destrucción en tiempos cuando el adobe era materia prima de las edificaciones, que se encargó a una comisión estudiar el traslado de la ciudad, idea que no prosperó. Vuelta a reconstruir en sus mismos cimientos, la perla del Biobío impulsó ideas de desarrollo. Se esperaba embellecer el casco urbano, hogar de la elite local, brindándole espacios de esparcimiento. Por ello a mediados del siglo XIX, por ejemplo, se construyó la pileta de la plaza de armas. Pero no fue hasta la década de 1870, con la llegada del ferrocarril, que este afán de embellecimiento se extendió: casas, bancos, la catedral, el cabildo, etc., se construyeron considerando líneas arquitectónicas que incluían adornado de frontis, puertas, ventanas o dinteles. El progreso se había asentado en Concepción.
Pero en expansión urbana hasta fines del siglo XIX la ciudad no había crecido mucho. En sus bordes, donde se habían instalado familias pobres y campesinos migrantes, lo urbano estaba ausente. Sin embargo, ya desde la década de 1880 al menos en los planes de urbanización se consideró romper con el cuadrante colonial, naciendo así nuevos barrios como Cruz, Condell y otros. La apertura comercial generada por el tren vino a alimentar esta expansión además de la acentuación de la migración campo-ciudad, que trajo en paralelo la instalación de conventillos al lado de las grandes mansiones. Fue el siglo XX que vio la consolidación de esta expansión. El nacimiento de poblaciones extramuros del casco histórico colonial dio a Concepción un sello urbano que nuevamente fue desafiado en 1939, cuando otro terremoto destruyó las decimonónicas construcciones, destacadas por su fastuosidad.
El centro se levantó esta vez con construcciones que incluían tecnología antisísmica. Sin líneas que embellecieran los frontispicios, sino que edificios cuadrados, funcionales, pragmáticos. Ejemplos son el nuevo edificio municipal, el conjunto arquitectónico de la nueva catedral, la Intendencia, el edificio "Tribunales" (uno de los primeros con tecnología antisísmica), el mercado central, entre otros. El sismo de 1960 vino a destruir lo que había quedado de viejas casas de adobe que habían sido reconstruidas tras el de 1939 y que se mantuvieron en pie. El sismo de 2010 fue una prueba de fuego, pues, salvo el Alto Río y otros edificios que debieron ser destruidos, nos demostró el avance de las tecnologías antisísmicas en el casco urbano penquista, que se mantuvo mayoritariamente incólume, y no como en 1751 cuando nuestros ancestros perdieron todo, debiendo trasladarse donde hoy vivimos sus orgullosos descendientes.