Por Cristóbal Gaete

Como Lady Byron fue conocida Ada Lovelace, hija del mítico poeta Lord Byron. De ella toma el nombre la nueva novela del matemático Eric Goles, rostro conocido para todos los chilenos por su programa de televisión "Enlaces" de divulgación científica.

Lady Byron, en la ficción, es la inteligencia artificial que predice desde valores bursátiles al tiempo y que es adicta a las apuestas. Fue creada por el profesor Arquímedes Barrientos Carter, privado de libertad por el vicio de su creación. Todos sus delitos fuero atribuidos a él y ambos resuelven crímenes confusos. De hecho, "Lady Byron" (Planeta) lleva en su portada el subtítulo "Detective artificial".

Suena delirante, porque lo es. "Probablemente he sido imaginativo toda la vida. Tengo harta imaginación, soy bueno para los cuentos", reflexiones Goles, por teléfono. "Es algo que viene en mí desde que estoy en el colegio", acota.

Después del zapato

Esta es la tercera novela de Goles, tras "El zapato perdido de la Marilyn" (2008) y "La conspiración de Babel" (2018).

En su faceta científica Goles ha publicado más de diez libros, siendo el último "Una especie de zumbido en la cabeza" (Planeta, 2020).

-Ahora, ¿por qué decide llamar a su novela "Lady Byron"?

-Ada Byron, hija de Lord Byron, mujer victoriana, de algún modo hizo uno de los primeros programas para un computador que nunca existió, que era a vapor. El aparato lo inventó un matemático en Cambridge. Esa impresión la tenía en mi cabeza hace mucho tiempo y el Romanticismo de Byron también.

-Si tuviera que elegir etiquetas para su libro, ¿cuáles serían?

-Se me ocurrió tratar de incursionar en términos de parodia en el género policial. Mezclar un poco de ciencia ficción, inteligencia artificial y un matemático que la crea por casualidad, por chiripa, con una inteligencia más que humana, con conciencia y personalidad. Con una pareja de protagonistas que se pueda asimilar a Geppetto cuando crea a Pinocho.

-Una de sus influencias también es Philip K. Dick.

-Fíjate que yo comencé a leerlo a los 12 ó 13 años en Antofagasta sin saber que era Philip K. Dick. No me olvidé nunca de algunas de sus nouvelles. Leí textos que arrendaba en una librería de Antofagasta. En ese tiempo se arrendaban novelas. Eran novelistas chicas en un papel ordinarísimo, para leer y botar. Le llamaban series espaciales en ese entonces, había otras de amor, policiales, de cowboys, en inglés las llamaban Pulp. Te estoy hablando del año 63, por ahí. Y me di cuenta que era Dick en París en los 80, cuando aparecieron en mis lecturas las historias que había leído niño.

-¡¿Una librería que prestaba novelas?!

-Quedaba en Antofagasta en una calle que se llamaba Matta, era de un señor que se llamaba Juan Bilbao. Y no me recuerdo cuánto costaba poniendo en plata de hoy día, pero tú arrendabas esas novelitas que tenían como 100 páginas. Tenían unas portadas voluptuosas. Las series espaciales tenían, por ejemplo, un pulpo con escafandra, una cosa muy idiota.

En chileno

Los personajes de Goles hablan "en chileno", "porque soy chileno (se ríe)". Agrega que "el destino nos dejó acá y yo no voy a impostar mi voz. No sé si te ha pasado que al ver una película de cowboys doblada al español castizo dicen 'apeaos del caballo, malandrín'. Esa cuestión no se la cree nadie. "Bájate del caballo, huevón", esa sí te la creen. Es natural, "Lady Byron" es una novela chilena.

-¿En qué se parecen las ciencias y escribir novelas?

-En que en ambos casos requieres una dosis enorme de entusiasmo, paciencia y creatividad. Son dos oficios en extremo complicados. Hacer matemática es duro y difícil. Escribir es duro y difícil. En un caso escribes en un lenguaje de base del álgebra de las matemáticas, en otro con el español o el chileno, el idioma que te tocó frecuentar.

-¿La matemática sirve para resolver o cometer crímenes?

-Para las dos cosas, obviamente. En la misma novela están ilustrados. Si tu vas a la historia vas a encontrar el caso de un matemático que se volvió loco, "Unabomber", que mandaba bombas por correo, del que hay una serie en Netflix. La serie es fantástica, es muy buena. Esta historia fue novelada por Ricardo Piglia también. Todo crece en la villa del señor, somos parte de la sociedad. Somos un embutido de ángel y bestia.

-¿Cómo empezó a tomar forma esta novela? -Todo lo que escribo parte de una imagen y en este caso fue un jabón desintegrándose en la ducha. Ahí surgió el personaje del padre y el relato apareció, emergió intuitivamente. El uso de la primera persona me acerca más a su intimidad. Al ser la historia de una familia busqué situaciones cotidianas e íntimas. Me dejo sorprender por el proceso creativo y ya cuando siento que va tomando forma puedo intencionar ciertas preguntas, crear tensión y manejar el lenguaje para darle sensibilidad, profundidad y valor estético. Usé cuatro narradores porque es un desafío marcar la diferencia de voces, con intimidades y psicologías distintas que durante la lectura funden en una gran voz familiar.

-De esta familia desintegrándose, ¿qué te conmovió? -Siempre me ha fascinado la belleza de lo imperfecto y en esta novela, a pesar que está presente la caída y desintegración de una familia, hay también una membrana amorosa que lo sostiene todo. Hay grietas que dejan ver la parte luminosa. El hogar y la familia nos da tanto las heridas como la felicidad. Es la concentración de todo lo humano. La familia es la segunda piel, demasiado próxima a lo íntimo, a lo frágil. Cuando se agrieta hay un dolor común, que también puede ser liberación individual. Es la paradoja, la necesidad de romper lo que nos contiene, protege y cuida y que haya una nostalgia profunda por ese cuerpo común. El amor es algo tan vulnerable como poderoso.

-¿Qué temas o personajes captan tu interés? -Prefiero libros que me capturen desde el lenguaje, que creen imágenes, belleza. Belleza, como sinónimo de sinceridad. Prefiero los libros en los que me encuentre con frases perfectamente construidas, más que los relatos donde haya demasiada acción. Me gusta detenerme, disfrutar el proceso más que correr ansiosa por el final. Me cuesta la lectura que asfixia, que no tiene ritmo, que se queda en lo intelectual y no tiene imágenes, sensualidad, sutileza. En los talleres literarios que hago incentivo a que exploren la forma. Que sean conscientes del proceso creativo, que entiendan que todo puede ser material de trabajo: la memoria, la observación del mundo, situaciones ajenas o personales.