Guerra en primera persona: la historia del sampedrino inmerso en Ucrania
El misionero llegó de manera definitiva al país europeo en 2017 para apoyar a niños y adolescentes huérfanos. Dice que jamás pensó vivir la realidad que hoy enfrenta y que amenaza su vida.
Es el viernes 4 de marzo y las últimas informaciones de aquel día daban cuenta de que las fuerzas rusas tomaron el control de Zaporiyia, la planta nuclear más grande de Europa ubicada en el sureste de Ucrania. La acción se concretó luego de un ataque perpetrado por fuerzas del ejército de Vladimir Putin, lo que posteriormente generó un incendio que, afortunadamente, logró ser controlado. Una eventual explosión en dicha central pudo haber ocasionado una destrucción seis veces más grande que la de Chernóbil, según dio cuenta en horas posteriores el mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski.
El mismo día, Putin aseguraba que no tiene malas intenciones hacia sus países vecinos, a la vez que los aconsejó a no escalar la situación y a no imponer restricciones contra su nación.
Cuatro días atrás del evento, y a unos 500 kilómetros de distancia en dirección suroeste del lugar que concentró las alarmas de la comunidad europea por una posible afectación nuclear, Rodrigo Provoste, el misionero oriundo del sector Candelaria de San Pedro de la Paz, tomó contacto con EL SUR a través de una llamada por WhatsApp desde la ciudad portuaria de Odesa. Pese al ambiente de horror que se vive en el país , el sampedrino -que está a unos 17 kilómetros del centro urbano- atiende la llamada con un tono de voz apacible, que en muchos pasajes de la conversación parece dar la sensación de que allí no ha pasado nada, que los niños y jóvenes con quienes convive juegan tranquilos en la calle y que las tropas rusas siguen dentro de sus propias fronteras.
Pareciera ser un fragmento de la afamada cinta italiana La vida es bella.
PRIMEROS AÑOS EN UCRANIA
Antes de comenzar su relato, Rodrigo advierte que tratará de resumir su historia, porque en cualquier momento la llamada podría ser interrumpida. Los cortes de energía e internet se transformaron en algo habitual para los habitantes de Ucrania.
"Yo soy miembro del grupo cristiano de scouts Exploradores del Rey. Ahí empecé a hacer grupos de niños y adolescentes para hacer campamentos de verano, enseñar primeros auxilios, juegos y dinámicas, cosa de que ellos puedan aprender y mantenerse ocupados en el aire libre. De esa forma nació la idea de ir a Ucrania, porque soy un misionero cristiano voluntario. No fue fácil tomar la decisión de venir", cuenta.
Fue un amigo de redes sociales quien lo invitó a replicar su trabajo en este país de Europa oriental. Llegó en 2015, una época que había estado recién marcada por el conflicto que dejó la guerra del Dombás y la crisis de Crimea. Sin manejar para nada el idioma, arribó en pleno verano "con los nervios de punta" y "sin entender nada" antes de llegar a los primeros campamentos conformados por niños que debieron enfrentar bombardeos y escapar de las ciudades de Donetsk y Lugansk.
"Me quedé ahí casi dos meses, ya que ese campamento no terminaba nunca. Venían grupos y grupos de niños. Realmente quedé con la boca abierta al ver a tanto pequeño en esa situación de postguerra", asegura.
Tras vivir esta experiencia, el misionero regresó a Chile con la opción de retornar para colaborar en el cuidado de niños huérfanos. Así lo hizo en julio de 2017 luego de graduarse de TENS paramédico, año desde el que comenzó a visitar hogares y familias ucranianas encargadas de recibir hasta 14 niños y jóvenes sin padres ni madres, y en donde tuvo la oportunidad de prepararles comida -como sopaipillas, calzones rotos, o cualquier otro dulce ajeno a su cultura-, o atenderlos cuando necesitaran algún servicio médico de menor complejidad.
EL INICIO DEL CONFLICTO
Pese a la experiencia que le significó el período de postguerra, en 2015, manifiesta que nunca pensó que se activaría un nuevo enfrentamiento armado en la zona. "Nunca, pero nunca imaginé que iba a pasar esto. Lo más triste de todo es que mucha gente ucraniana decía que no iba a haber guerra, sobre todo porque Putin dijo que las tropas y el armamento pesado iba a ser sacado de la frontera, y que eso sería todo. Confiamos en que no pasaría nada y los ciudadanos hicieron su vida normal, incluso abrieron sus negocios, restaurantes y llegaron turistas, pero al otro día, en Odesa, bombardearon el aeropuerto principal. Ahí empezó la guerra y todo cerró", recuerda.
Más allá de la calma que transmite su voz a lo largo de la conversación, lo cierto es que lo ha pasado mal, especialmente en términos psicológicos por todo lo que conlleva el hecho de que en cualquier momento puedan ser bombardeados durante la noche. "Nosotros tenemos que apagar las luces de nuestras casas y lo mismo pasa con las luces de las calles. Hay un silencio grande que llega a dar miedo en ocasiones", grafica, al tiempo que rememora el día en que vio desde la calle tres misiles que lograron ser desviados.
Añade en su relato que ya es imposible salir y que no se ven personas en la vía pública, menos buses y automóviles particulares, y que los niños viven con miedo mientras deben dormir en los sótanos y en los búnker.
De pronto, Rodrigo Provoste pide un momento. Ya lejos del teléfono comienza a hablar un idioma que bien podría ser ucraniano o ruso, pero una palabra universal asoma clara entre su inquietud. "Bomba". En medio de la llamada, advierte un estruendo fuerte en las cercanías que también fue advertido por un joven ucraniano que está a su lado.
Ya de vuelta, dice que así es el día a día desde que comenzó la guerra. "Ante cualquier ruido de estas características tenemos que volver al sótano y resguardarnos", lamenta.
Otro de los grandes problemas tiene que ver con el posible desabastecimiento de alimentos en su ciudad. Eso ha llevado a que muchas de las familias que habitan el sector decidan preparar sus maletas para evacuar en grupos hacia lugares con mejores condiciones.
"Con los chicos que apoyo seguimos compartiendo onces y dulces, pero de forma rápida ante cualquier boche. La verdad es que yo no quiero irme. Prefiero estar con ellos porque puedo ser de mucha más utilidad aquí que en cualquier otro lado. No saco nada con irme si después me voy a estar lamentado de por qué me fui. Pase lo que pase me quedaré hasta el final y solo Dios sabrá", dice.
Días después de este contacto, el sampedrino confirmaría en una llamada breve que la mayor parte de los menores logró evacuar hacia Moldavia. Hasta este viernes aún seguía en Odesa junto a otros tres jóvenes.
LLAMADO A LA PAZ
Luego de profundizar en anécdotas oscuras de guerra, como la vez en que llegó al hospital de la ciudad contagiado por covid-19 y se percató de que solo la mitad del establecimiento se encontraba en pie a causa de las balas, el misionero pide a la comunidad mundial sensibilizarse con lo que ocurre en Ucrania, "porque no es fácil vivir un conflicto de esta índole".
"No quiero que esto suceda en ningún país del mundo, pues esto trae dolor, tristeza y muchas veces las familias se separan cuando un hijo mayor de 18 años o un padre son llamados a defender su patria. Hago un llamado a mis compatriotas a que se unan y puedan orar y pedir a Dios ", puntualiza.
Este viernes, al cierre de este artículo, información de distintos medios internacionales daban cuenta de una avanzada rusa hacia la ciudad de Odesa por medio de tácticas anfibias, aunque desde el Gobierno ucraniano indicaban que la urbe no sufriría una amenaza inmediata.
Cualquier aporte a Rodrigo Provoste puede ser gestionado a través de su número personal: +380679435823.