Solidaridad, desafío de siempre
Agosto ha sido declarado el Mes de la Solidaridad, en homenaje a Alberto Hurtado, quien murió el 18 de agosto de 1952, dejando como legado el Hogar de Cristo. Se trata de la organización social y sensibilización solidaria, para que hoy para que los 4.500 adultos mayores, hombres y mujeres con discapacidad mental y personas en situación de calle que están en residencias, hospederías y casas de acogida del Hogar de Cristo no sucumban al coronavirus, lo mismo que los 30 mil que se atienden de manera ambulatoria.
Su recuerdo sigue vivo gracias a su legado e inspirador mensaje en el ámbito social y espiritual para los chilenos. Para el santo, la preocupación por la situación social de Chile fue urgente, definitiva y corpórea, como deben ser estas cosas y definiciones. Alberto Hurtado trabajó con la juventud universitaria y poco a poco su interés lo fue llevando a acercarse al mundo de "los más pobres entre los pobres". Hombres y mujeres enfermos, ancianos y niños abandonados que deambulaban bajo los puentes del río Mapocho fueron su foco.
Debido a la emergencia sanitaria que se vive en todo el mundo, las actividades de conmemoración han sido muy reducidas. Sin embargo, el compromiso con el otro debe ser permanente, como lo hacen muchas personas que buscan el bien de la sociedad. Es indispensable que el dolor ajeno nos conmueva y nos movilice para construir una patria más justa y mejor para todos. Lo mismo en nuestras ciudades: si actuamos como cuerpo, todo será mucho mejor. En realidad se trata de una actitud que debiera estar siempre entre nuestros objetivos, pues nos hace más grandes y mejores personas. La solidaridad, entendida como la adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles, nos distingue para bien en un mundo donde prima el individualismo y la ceguera ante la diferencia y los problemas del otro.
San Alberto Hurtado tiene un legado inspirador al respecto. Una de sus frases sostiene: "Mi misión no puede ser solamente consolarlos con hermosas palabras y dejarlos en su miseria, mientras yo como tranquilamente y mientras nada me falta. Su dolor debe hacerme mal: la falta de higiene de sus casas, su alimentación deficiente, la falta de educación de sus hijos, la tragedia de sus hijas. Que todo lo que los disminuye me desgarre a mí también."
El santo decía que "El sentido social es aquella cualidad que nos mueve a interesarnos por los demás, (…) aquella aptitud para percibir y ejecutar prontamente, como por instinto, en las situaciones concretas en que nos encontramos, aquello que sirve mejor al bien común". Agregaba que "quien tiene sentido social comprende perfectamente que todas sus acciones repercuten en los demás, que les producen alegría y dolor y comprende, por tanto, el valor solemne del menor de sus actos".
Su mensaje llama incluso al necesario dolor que debe provocarnos la tragedia de nuestros hermanos. Ello debe inspirarnos en lo social y espiritual para bien de miles de chilenos que lo pasan mal. Por lo anterior, la solidaridad no puede ser sólo un concepto o uno más de los elementos de una sociedad que busca expiar sus responsabilidades de alguna forma. La solidaridad es entender el dolor de los demás y ayudarles a hacer la vida mejor, lo que debe estar presente de manera permanente. No se queda en las fechas simbólicas, ni en algunas ocasiones, como en la Teletón, sino que debe determinar nuestras existencias como una prioridad a desarrollar de manera persistente en todo nuestro quehacer.
Es importante destacar el trabajo y compromiso desarrollado en nuestra ciudad por distintos líderes locales, especialmente jóvenes, comprometidos con el mensaje solidario del santo católico que debe remecernos. El Hogar de Cristo, creación de Alberto Hurtado, es el más conocido, pero no el único. Son muchos quienes están realizando una labor fundamental como objetivo social, pero más importante por su nivel de convicción y empuje.
La solidaridad, entendida como la adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles, nos distingue para bien en un mundo donde prima el individualismo y la ceguera ante la diferencia y los problemas del otro.