Señales en torno a la calidad del debate
Más allá de la necesaria discusión sobre el avance concreto que ha tenido el trabajo de la Convención constitucional -que tiene a su haber la compleja misión de redactar una nueva Carta Magna para el país en un plazo relativamente reducido- o de la forma en que se ha llevado adelante la deliberación política en el país, es un hecho que en estos procesos se han observado señales preocupantes respecto del deterioro de la calidad del debate público.
Se trata, por cierto, de fenómenos que tienen una correlación global, ya que así como en Chile también llaman la atención en diversas latitudes, especialmente en países que enfrentan encrucijadas vinculadas a crisis sociales o políticas.
Uno de los elementos centrales se vincula con un clima de polarización, que -por cierto- se diferencia de la legítima existencia de opiniones diversas en el hecho que se apunta a una creciente separación entre aparentes "extremos opuestos" a los cuales les cuesta mucho encontrarse para generar acuerdos. Es con la polarización que se deslegitima la importancia de los consensos entre grupos con pensamientos y sensibilidades distintos, los que suelen comenzar a verse -en cambio- más como "el otro a vencer". De esta forma, se deteriora la confianza y se hace mucho más feble la posibilidad de construir capital social necesario para llevar adelante proyectos colectivos.
Un reciente artículo de la politóloga del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México Flavia Freidenberg (publicado en https://agendapublica.es) da cuenta con meridiana claridad esta situación: "Si uno discrepa o, simplemente, no concuerda con lo que la mayoría defiende, suele ser cancelado. Esto no es exclusivo de nuestros tiempos. La tentación de imponer una manera de ver las cosas no es nueva. No importa quién gobierne, progresistas o conservadores; da lo mismo. Tampoco si se es gobierno u oposición. La grieta está en todos lados. La política se plantea en términos de blanco o negro. Se simplifica artificialmente en polos. No existen grises ni matices. Se da en clave de amigo-enemigo, construyendo identidades radicales sobre la base de mitos, que diferencian identitariamente y polarizan".
La propia Freidenberg enfatiza que "América Latina, Europa e incluso Estados Unidos nos lo han enseñado. Vivir con miedo no puede ser una opción. No hay proyecto común viable cuando se excluye a una parte de la comunidad, sea cual sea la excusa para hacerlo (sus ideas, sus ingresos o sus orígenes)".
Según advierte la politóloga, en algunos países, la situación es tan grave que la grieta divide de manera catastrófica a familias, amistades o personas con vínculos profesionales, quienes han decidido no hablar más de política porque saben que tienen puntos de vista adversos, que parecen irreconciliables, y prefieren continuar cultivando su relación personal antes que intercambiar ideas. ¿Estaremos comenzando a vivir algo parecido en Chile?
El gran problema de esta deriva hacia la polarización es que se provoque una división social tal, que se ponga en riesgo la convivencia pacífica o -de forma igualmente nefasta- se valide la violencia como un método legítimo de "defender" las posiciones en desacuerdo. Por eso la principal responsabilidad de quienes ostentan cargos públicos -y eso incluye hoy a dirigentes políticos, como también a los convencionales constituyentes- es permitir que más allá de las legítimas diferencias, se pueda seguir fomentando la convivencia democrática en el país.
En línea con la polarización se encuentra la denominada "cultura de la cancelación", práctica que se vincula a grupos de personas -especialmente usuarios de redes sociales- que retiran el apoyo o intentan sacar del debate público a figuras que hayan proferido alguna expresión que es calificada por ellos como impropia. Esto puede dar pie a nuevas formas de censura, por lo que intelectuales de muy diversa orientación política han suscrito cartas y manifiestos alertando contra esta tendencia y la intimidación que supone hacia quienes puedan expresar un pensamiento divergente, todo lo cual empobrece y limita el debate propio de las sociedades democráticas.
Aquello también se ha expresado en el país, donde se observa cierta tendencia a creer que determinados grupos de interés no pueden expresar sus opiniones sobre algunas materias, porque tendrían intereses concretos en ellos, a diferencia de otros grupos que se presentan como "prístinos" y desinteresados. Estos últimos tendrían además legitimidad absoluta y plantear cualquier crítica a sus posturas sería una forma de "atacarlos".
Se debe enfatizar que todo esto ocurre en medio de una fuerte utilización de las nuevas plataformas sociales, que han sido permisivas en la posibilidad de transferir y amplificar muchas de las posturas más extremas, replicando contenidos que muchas veces distorsionan realidades y se transforman en una fuente de desinformación.
Ante desafíos tan importantes como los que enfrenta el país en los próximos meses y años, es importante tener en cuenta estos fenómenos, para evitar que la polarización y la "cultura de la cancelación", le ganen al sano y necesario debate de ideas en un contexto de sana convivencia democrática.
En algunos países, la polarización es tan grave que divide a familias, amistades o personas con vínculos profesionales, quienes han decidido no hablar más de política porque saben que tienen puntos de vista adversos, que parecen irreconciliables, y prefieren continuar cultivando su relación personal antes que intercambiar ideas.