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Pilar Quintana remueve los abismos de una infancia

La autora colombiana ganó el Premio Alfaguara 2021 con "Los abismos", la historia de una niña que va y viene a la escuela por una carretera que cruza el acantilado. Su vértigo va más allá que eso.
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Por Amelia Carvallo

Pilar Quintana creó "Los abismos" recordando su propia niñez en la ciudad de Cali de los años ochenta. Las líneas de la ficción se dividen en cuatro capítulos y arrancan con el recuerdo de la madre de la protagonista, Claudia. Ella es una mujer joven, casada con un hombre que le lleva 21 años. Tiene un bonito jardín y un buen pasar. Sus tardes transcurren hojeando revistas de papel couché, de esas que le siguen la pista a las bellas trágicas que se despeñaban en la carretera, morían ahogadas o se acurrucaban dentro de un closet a esperar la muerte. El padre de la niña es Jorge, un hombre taciturno y de pocas palabras, que regenta un supermercado que le consume la vida. Entre dos adultos inescrutables, esta niña perceptiva emprende la ruta del adiós a la niñez, asomada a un precipicio físicos y espirituales.

Pilar Quintana conduce esta ficción con toques góticos, lenguaje vernáculo y misterioso. Y todo comienza en una carretera.

-¿Desde cuándo arrastras la imagen que dio pie a esta ficción?

-Desde que era niña. Una vez, mientras íbamos por la carretera llena de curvas, abismos y neblina de las montañas de Cali, mi mamá me contó que allí había desaparecido la mamá de una amiga de su colegio. No supe entonces que escribiría sobre ello, pero cargué con esa historia terrorífica toda la vida hasta que apareció en una de mis ficciones.

-Es primera vez que optas por el punto de vista de la niñez, ¿cómo fue ese desafío?

-Hace unos años quise hacer una historia con una niña que nos contaba la separación de sus padres, un momento de crisis familiar. Estuve mucho tiempo intentando darle forma y encontrar la voz narrativa, pero no lo conseguí y la dejé. Entremedio, escribí y publiqué otras cosas y tuve un hijo. Y entonces empecé a trabajar en una nueva historia.

-En cuanto a la voz de Claudia, la niña. ¿cómo surgió?

-En la primera escena, con el personaje de una mujer adulta manejando por una carrera llena de curvas, abismos y neblina. Inevitablemente recordé la historia de la desaparecida y la inserté en la novela. Yo quería contar la historia de la adulta, pero la historia de la niñez seguía apareciendo y no me dejaba avanzar. En vez de avanzar, la novela se me ensanchaba y se me iba hacia el pasado del personaje. Me tomó bastante tiempo darme cuenta de que la adulta no importaba, de que la historia que necesitaba contar era la de la niña. Cuando lo hice y le mostré el borrador a mi marido, él me dijo: "¡Escribiste la novela de la niña!". Era cierto. No la novela que tenía planeada aquella vez, pero sí una novela con una niña en medio de una crisis familiar tremenda.

LOS BORRADORES

-¿Cómo fue el proceso de escritura, fue de un tirón o tomó años?

-Hice cinco borradores nuevos y tres reescrituras. Me tomó cuatro años tener la versión final. Mi primer lector, como siempre, fue mi marido. Luego, mi agente. A ellos dos les toca muy duro, porque deben leerse varias versiones. Cuando ya tuve un borrador más sólido, se lo pasé a mis otros lectores de confianza: amigos y amigas, escritores y escritoras que me van a decir la verdad y a ayudarme a ver lo que no está logrado todavía.

-¿Por qué lo dedicas a tus hermanas?

-Porque en cierta forma esta obra es una novela sobre nuestra infancia, sobre la Cali de esa época, los lugares físicos donde vivimos y algunos de los lugares emocionales que tuvimos que transitar.

-¿De qué manera la figura del abismo, del precipicio, se aparece en tu imaginación?

-Cuando era pequeña, vivía con mi familia en las montañas de Cali. Estaba el abismo de la carretera que teníamos que recorrer todos los días de la semana, de la casa al colegio y del colegio a la casa. Me impresionaba porque era hondo y oscuro, una cosa terrible, en donde había desaparecido una señora y muerto mucha gente. Cada tantos metros había cruces que señalaban esas muertes.

-¿Cuál es tu experiencia con el vértigo, con el vacío?

-En la adolescencia tuve una amiga que vivía en un piso 18. Me gustaba asomarme al abismo, sentir la atracción y el miedo. Entonces vivíamos en un apartamento con una escalera de peldaños de tablas y tubos de acero negro, que parecía un despeñadero hacia la selva de plantas que mi mamá cultivaba en el piso de abajo. Luego, cuando estaba en la universidad, una señora cayó de su balcón de un piso alto. Las malas lenguas decían en voz baja que se había suicidado.

-¿Y cómo surgió la idea de que también los abismos son una métafora del alma humana?

-Todos estos abismos de la realidad aparecen de una u otra forma en la novela pero un amigo, que se leyó una de las versiones tempranas, me dijo que los abismos que más le habían impresionado no eran esos, sino los abismos de la familia. Entonces empecé a trabajar con mayor conciencia en esos abismos: el del silencio, de las cosas que no se dicen, el dolor profundo de la niña, las grietas inmensas entre los padres y entre la niña y los padres.

-También está en tu libro esta sensación del abismo y la fascinación que nos causa, que puede ser algo repugnante, inmersivo incluso, ¿qué te parece ese vaivén?

-Terrible y fascinante. Asomarse a un abismo es siempre una experiencia tremenda, que te sacude, que te recuerda que estás viva porque la muerte está ahí nomás y te la podés causar vos misma.

"Me tomó bastante tiempo darme cuenta de que la adulta no importaba, de que la historia que necesitaba contar era la de la niña".