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Psiquiatra Alberto Larraín aborda los efectos de la pandemia:

"En Chile se sigue ninguneando el tema del dolor"

El reconocido especialista explica la forma en que se han expandido las enfermedades en el área y asegura que no ha existido una respuesta adecuada en ámbitos como la cobertura de atención y estrategia preventiva, especialmente para la población más vulnerable. Por ello, aboga por un plan mucho más ambicioso para hacer frente a una segunda "epidemia": la de la mala salud mental.
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guido.rodriguez@diarioelsur.cl

El psiquiatra Alberto Larraín Salas es una de las voces más reconocidas en Chile cuando se trata de analizar el estado de la salud mental. Por ello, en los últimos meses ha puesto un especial énfasis en los efectos en esta área generados por la pandemia del covid-19. En ese contexto, integró la Mesa Asesora en temas de Bienestar y Salud Mental formada el año pasado por el Gobierno, la que revisó la oferta actual en este segmento y recomendó líneas de acción en distintos ámbitos.

El también director ejecutivo de la Fundación ProCultura -entidad que desarrolla proyectos en materia patrimonial en Lota- y académico de la Universidad Autónoma de Chile, es crítico de la gestión en el área y, en diálogo con EL SUR profundizó en la forma en que la emergencia sanitaria está empeorando los indicadores de salud mental, particularmente en la Región del Biobío.

ALZA DE ENFERMEDADES

-¿Cómo definiría -en palabras simples- el concepto de buena salud mental?

-La salud mental es el bienestar que yo tengo en mi vida que me permite desarrollarme en el día a día, absorber el estrés que voy recibiendo y, al mismo tiempo, poder realizar una contribución a la comunidad. Por el contrario, cuando tengo una mala salud mental, una de las grandes dificultades se presenta en relación con cómo enfrentar el estrés. Y el problema concreto que tenemos hoy en Chile es que ese estrés -que ha sido constante desde octubre de 2019- está causando estragos.

-¿Cuándo se comienza a reflejar con mayor fuerza la crisis de la salud mental a la que usted alude?

-La salud mental venía muy mal desde antes del estallido social. Teníamos una carga del 23% y eso significa que casi uno de cada cuatro chilenos ya tenía una enfermedad mental antes de noviembre de 2019. Indicadores importantes mostraban un empeoramiento constante, entre ellos el más preocupante: el consumo de alcohol y drogas. Y estas malas cifras en términos de prevalencia se acompañaban de una mala tasa de cobertura de la atención, que es solamente de un 20% de todos los que necesitan ser atendidos. Eso, en concreto, significaba que el país tenía 3,8 millones de personas con enfermedades mentales, de las cuales menos de un millón recibía atención.

-¿Y cuánto puede recrudecer ese escenario debido a la pandemia?

-La proyección que hace la Organización Mundial de la Salud (OMS) es que los países van a incrementar su número de enfermedades en un 30% sobre lo que tenían basalmente. Y eso significa que en el caso de Chile vamos a subir a cerca de cinco millones y medio de personas, pero sin considerar los efectos del estallido social. Eso explica los resultados de estudios recientes, como el que encargó el Foro Económico Mundial a la empresa Ipsos, el cual incluyó a 41 países y mostró que Chile ocupa el primer lugar en el empeoramiento de la salud mental en América Latina y el segundo a nivel mundial.

-¿Cómo cree que se ha manejado en el país la estrategia para hacer frente a los problemas de salud mental que derivan de la emergencia sanitaria?

-Las recomendaciones de los organismos internacionales han sido muy mal recogidas. La primera es que las acciones que se tomen sean acompañadas de una uniformidad de voces que indiquen qué es lo correcto hacer. Y lo que tenemos acá es que cada vez que se lanza una medida en el país se genera una multiplicidad de voces, con dirigentes a favor y en contra de cada medida. Eso genera angustia e incertidumbre en la población. Lo segundo que planteó la Organización Mundial de la Salud (OMS) es que la pandemia no debía transformarse en un nuevo espacio de inequidad, por lo que había que evitar que la comunidad percibiera que las medidas de los gobiernos tienen repercusiones en cada uno dependiendo del espacio social que se ocupa. Nuestro problema es que esto también ha sido relativamente ignorado.

LAS PROPUESTAS

-El año pasado usted integró una comisión asesora presidencial formada para analizar los problemas de la salud mental en Chile. ¿Se han aplicado recomendaciones emanadas de esa instancia?

-Efectivamente, nos estuvimos reuniendo dos a tres veces a la semana por varios meses. Pero las recomendaciones que salieron de esa mesa de trabajo han sido consideradas en muy baja medida. Ahora bien, para mencionar lo positivo, la salud mental fue una de las pocas áreas dentro del presupuesto de salud que no disminuyó. Y pese a que tuvo un incremento de $18 mil millones, aquello está muy por debajo de lo que requiere el país para enfrentar una catástrofe de esta magnitud. El presupuesto global de salud mental en Chile es del 2,2% del total de salud y el mínimo que recomienda la OMS en tiempos "no pandémicos", es de un 5%. Es decir, invertimos como país menos de la mitad del mínimo que recomienda la OMS. Ahora, entre las sugerencias específicas que hicimos fue que existiera una campaña de información permanente a la población respecto a distintos canales de soporte para acceder a ayuda. Eso no se ha generado, porque hasta hoy no hay frases radiales, afiches o algo que te pueda hacer tener más conciencia de dónde pedir ayuda. Lo segundo dice relación con la solicitud de recursos para el fortalecimiento del sistema, de tal manera que se pudiera abordar el aumento de la demanda y, al mismo tiempo, revertir la caída en las atenciones que acompañó al alza de casos, porque se revirtieron camas y se cerraron espacios que eran para el trabajo en el área y a los sicólogos en los colegios se les hizo más difícil la atención. En este caso, se generaron algunos aumentos de cobertura, especialmente en programas enfocados en niños y niñas con vulnerabilidad, por ejemplo asociados al Sename. También se logró un refuerzo de cobertura en algunas zonas del país. Adicionalmente se propuso un programa de salud mental para el personal sanitario que no sea solamente reactivo -cuando las personas ya estuvieran quemadas desde el punto de vista del desgaste emocional- sino preventivo, para ir acompañando y monitorizando su situación. Ese incremento (de presupuesto) se rechazó por parte de Hacienda, pero después se han logrado algunas cosas, aunque están muy por debajo de lo que debería ser.

-¿A qué atribuye esta baja preocupación en torno a la salud mental?

-El problema es que la salud mental no es vista como algo relevante. Se considera más bien como un indicador secundario a la hora de tomar decisiones, en vez de que sea uno que debería ordenar la toma de acciones. Eso se aprecia en ejemplos concretos, como por ejemplo la situación de los niños y niñas, donde no hemos tenido ninguna medida en relación a su salud mental. No tenemos una franja horaria para que puedan hacer deporte y se sigue poniendo el énfasis en términos de los contenidos que tienen que abordar en el sistema educativo, pues los colegios se ven como un espacio de entrega de contenidos y no como de soporte y contención emocional.

SITUACIÓN REGIONAL

Como director ejecutivo de Fundación ProCultura, Alberto Larraín tiene un amplio conocimiento de la situación de Lota, comuna que visita permanentemente por el trabajo que realiza la institución que dirige, con el objetivo de vincular la recuperación del patrimonio local a la calidad de vida. Se declara un "enamorado" de esta zona, pero a la vez reconoce las dificultades que golpean especialmente a los territorios más vulnerables de Biobío.

-Con su cercanía a Lota, ¿qué ha podido observar respecto de cómo se viven los efectos de la pandemia en una comuna ya cargada con una historia reciente asociada a indicadores negativos como cesantía y pobreza?

-Lo primero que hay que decir es que está súper claro que la tasa de contagios y de mortalidad por comuna está íntimamente relacionada con los niveles de pobreza y de daño que tienen las comunidades. En el caso de Biobío es muy llamativo, porque dos comunas que han tenido largos periodos de cuarentena, así como una tasa mayor de casos, son Lota, que tiene la condición de ser una zona con más rezago permanente y con la más alta cesantía de la Región tras el cierre de las minas, y Coronel, que es tradicionalmente conocida como una zona de sacrificio. Eso pasa porque las poblaciones que son vulnerables tienen mayor necesidad de seguir trabajando y generando acciones que les impiden estar confinadas. Entonces, estas medidas son infringidas permanentemente. Tan importante como eso es que cuando las poblaciones tienen un alto nivel de daño estructural, el sentimiento imperante de la población es la desconfianza. Y eso hace que, a priori, no sigan las instrucciones que se indican. Entonces, es más factible que rompan las cuarentenas, no se usen mascarillas y, en definitiva, la gente se cuide menos.

-¿Cree que hay también un mayor impacto en la salud mental de la población en esas comunas?

-Lo que ocurre es que allí hay niveles de daño tan estructural que efectivamente las situaciones son más graves. Es lo mismo que ha pasado en Tirúa, con hechos recientes como los paros de la salud y posibles renuncias de médicos. La Provincia de Arauco tiene también un nivel de daño altísimo y algo parecido pasa en Alto Bío-Bío. Entonces, si ya tenían un problema de salud mental previo, el espacio para manejar el estrés ya no existe, pues está copado por las dificultades históricas que poseen. Eso es parte del déficit que enfrentamos, porque -por ejemplo- no tenemos estudios de prevalencia o monitoreo de temas de salud mental en relación a otras regiones. Y cuando miramos aproximaciones, en general, sabemos que la población mapuche tiene peor salud mental que el resto del país. Además, las comunas que tienen una alta preponderancia de población mapuche no tienen programas especializados en temas interculturales. Entonces, Biobío enfrentará -como efecto de la pandemia- una situación muy compleja en materia de salud mental.

-¿Cuáles deberían ser las primeras acciones para mejorar el acceso y cobertura de la salud mental?

-Primero están las medidas preventivas, que son urgentes. Y ahí, claramente la más importante tiene que ver con lo que pasa con la infancia. Necesitamos urgentemente que tengan una franja para que puedan salir de sus hogares y que haya una flexibilización del sistema escolar, incorporando los descansos necesarios para que los niños no terminen fundidos. Lo segundo, a propósito de la cobertura, a mí me pareció interesante la propuesta que hizo el diputado Gabriel Boric, quien planteó que se contraten dos sicólogos y dos trabajadores sociales adicionales por cada consultorio. Creo que eso podría ayudar a aumentar la atención, en el caso de los sicólogos y, en el caso de los trabajadores sociales, poder articular la cantidad de personas que están teniendo dificultades para acceder a atenciones y beneficios sociales.

-¿Cómo cree que se ha abordado el tema del duelo para aquellas personas que han perdido a familiares debido a la pandemia?

-Hasta ahora, nosotros no hemos realizado ningún evento simbólico como país para recordar a los fallecidos, mientras que la mayor parte de las naciones no solo han realizado eventos simbólicos, sino también generaron plataformas virtuales que permiten recoger los casos y sus biografías, para -de alguna forma- ir preparando el país para lo que será la post-pandemia y cómo abordaremos esto desde el punto de vista de la memoria. Chile no hace nada de esto y tiene que ver con que efectivamente se sigue ninguneando el tema del dolor y eso es fundamental corregirlo. Lo otro es que se debe reforzar un canal de comunicación permanente, no puede ser que las personas no sepan dónde llamar -por ejemplo- si hay alguien con riesgo suicida. El recuerdo que yo tengo de la última epidemia del cólera -aunque era niño en esa época- es de la campaña comunicacional grabada en mi cabeza. Hoy no soy capaz de recordar nada en relación a la estrategia respecto de la actual pandemia, cuando también es un momento muy importante de poder transmitir que estamos todos juntos en esto.

-¿Y cómo se debería canalizar la pérdida de un familiar en estas circunstancias?

-Cuando tenemos una pérdida pasamos por un proceso normal que se llama duelo, que es el asumir la pérdida en mi biografía y que -en promedio- debería durar unos seis meses. Pero si ese duelo no se hace bien, no tiene cierta canalización y no es adecuadamente procesado, se puede transformar en un duelo patológico. Y eso tiene condiciones de enfermedad, con sus propios síntomas, e incapacita para desarrollar tu vida en el día a día. El riesgo es que las pérdidas por el covid-19 generen duelos patológicos y por eso es tan importante poder canalizarlos. Hoy tenemos mucha gente que lleva más de seis meses en situación de duelo, por lo que tenemos que lograr como país que el dolor se reparta entre todos, entendiendo que yo no puedo vivir el dolor por el otro, pero sí puedo acompañarlo. Allí es donde uno dice que falta dimensionar otros aspectos que son fundamentales en medio de esta crisis.


"Biobío enfrentará una situación muy compleja en materia de salud mental"

Gracias a su labor como director ejecutivo de la Fundación ProCultura, Larraín tiene un amplio conocimiento de la situación en Lota. Por eso, explica cómo los efectos de la emergencia sanitaria golpean especialmente a los territorios más vulnerables de la Región.