En las últimas semanas hemos visto en las calles -y en los datos- del Gran Concepción niveles de movilidad similares a los que existían antes de la pandemia. Mediciones del Ministerio de Transportes evidencian un aumento sostenido del uso del automóvil en la ciudad durante el 2020 y, a su vez, una baja importante en el uso del transporte público. Si a eso le sumamos que la oferta de transporte público también ha disminuido, nos encontramos con un sistema cuyos buses van igual de repletos que cuando no existía pandemia. La situación es alarmante.
La primera explicación que viene a la cabeza para este deterioro del uso del transporte público es la percepción de riesgo de contagio de parte de la ciudadanía. Un riesgo que, por cierto, no es mayor al de visitar cualquier lugar cerrado (supermercado, restaurante, lugar de trabajo, etc.,) si se cuenta en los buses con ventilación adecuada y el espacio para el distanciamiento físico entre pasajeros. Sin embargo, la situación a la cual se enfrenta el transporte público del Gran Concepción tiene raíces anteriores y corresponde a que históricamente se le ha dejado de lado, en favor del transporte privado. Como consecuencia, el Gran Concepción tiene un sistema de transporte público deficiente, con o sin pandemia, y que -disculparán la odiosa comparación- está muy lejos del "estándar red" de Santiago.
Este puede ser el momento en que como ciudad asumamos desafíos y avancemos en pos de las oportunidades de nuestro sistema de transporte público. No sólo existe la necesidad de sólo aumentar la flota, sino de modernizar la ya existente. La operación también debe ser mejorada sustancialmente, aumentando la velocidad de los buses a través de la implementación de nuevos corredores segregados de buses y la fiscalización efectiva de los actuales. Es vital que el transporte público tenga su espacio dedicado en las calles. Por otro lado, no es descabellado pensar en un sistema de buses que además de conectarse con el Biotrén, también lo pueda hacer con otros sistemas suburbanos. Asimismo es imprescindible la gestión de la demanda, escalonando los horarios de entrada y salida de los diversos sectores de actividades y de esa manera aplanar los períodos punta. Además debe aumentar el acceso a internet en la ciudadanía y virtualizar la mayor cantidad de actividades posibles, de tal manera de suprimir los viajes innecesarios. Por último, se debe proveer la infraestructura necesaria para que la bicicleta sea un modo de transporte seguro, reconociendo su potencial para alivianar la demanda de transporte público, especialmente en distancias más cortas.
La gran mayoría de las medidas antes mencionadas requieren del trabajo conjunto de diversos sectores y un importante financiamiento del sector público. Entendiendo que los costos de estas iniciativas no pueden ser traspasados a los usuarios del transporte público (los más golpeados por la crisis económica) a través de un aumento del valor del pasaje, se hace urgente inyectar recursos al sistema. Es ahí donde se mira con especial atención a los llamados "fondos espejo", los cuales tienen como espíritu que los mismos montos inyectados al transporte público de Santiago sean invertidos en regiones. Gran parte de los fondos espejo pueden ser -y han sido- destinados a cualquier proyecto de desarrollo regional, no necesariamente de transporte. Urge entonces, hoy más que nunca, dedicar estos fondos exclusivamente a transporte, en particular al transporte público y no motorizado. No olvidemos que una gran parte de los habitantes del Gran Concepción no tiene acceso al auto y que, tal como lo hemos visto en estos días, tampoco nuestra ciudad aguantaría a todos en transporte privado, eso sólo pensando en tiempo y espacio, sin siquiera mencionar conceptos como segregación, inequidad y sustentabilidad. El desafío en transporte es también un asunto público y político.