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Artesanas de Cholchol y Padre Las Casas reviven tradiciones

Las tejedoras mapuches que heredaron el talento de las arañas

Diecisiete mujeres de La Araucanía se inspiraron en la colección de textiles del Museo Nacional de Historia Natural para recrear las mantas que usaban los caciques.
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Por Andrea Lagos Gómez

Diecisiete artesanas de Cholchol y Padre Las Casas fueron invitadas el año pasado a mirar y tocar y oler 200 mantas y trariwes que resguarda el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) en Santiago. Son piezas invaluables confeccionadas por artesanas y usadas por los caciques mapuches que vivieron entre los años 1869 y 1973 en diferentes localidades de la Región de La Araucanía.

Norma Calvulaf es una de estas 17 herederas del llalliñ o herederas de las arañas, mujeres que tejen en telar con la técnica de ñimin, tejido de doble faz con motivos que se repiten sobre el fondo de un solo color. Ella, Norma, va tomando diferentes colores de hilos para formar patrones que representan la cosmogonía del pueblo mapuche. Cree que de niña obtuvo el don de tejer, en el amanecer del sur de Chile.

Temprano, las telas de las arañas que colgaban desde los árboles quedaban cargadas con rocío. Parecían hilos de plata y "la abuela nos decía que reventáramos las arañas con las manos para sacarles todo su talento como tejedoras y quedarnos con ese don entre los dedos", cuenta en el libro "Las herederas del Llalliñ" hoy que ya es adulta y pertenece al selecto grupo de mujeres tejedoras de la Fundación Artesanías de Chile, quienes apoyadas además por la Conadi, hicieron la colección compuesta por mantas de caciques y trariwes (faja de mujer mapuche) que se encargan a pedido en el sitio web de Artesanías de Chile.

Por cada manta les pagan cerca de 200 mil pesos y una tejedora es capaz de confeccionar como máximo una manta al mes. Si se ayudan unas con otras -nueras con suegras, madres con hijas, abuelas con nietas- pueden hacer dos al mes como máximo. Es un trabajo lento. "Voy a razón de ocho centímetros cada cinco horas por día", dice, precisa, Luisa Sandoval Parra.

Norma Calvulaf se siente tranquila. Asegura que ha llegado a un buen nivel de conocimiento en este arte: "Mi trabajo es bueno, siempre me lo han alabado. (…) Están acostumbradas mis manos y mi cabeza a hacerlo. Me sale solo el diseño. Hay señoras que deben pagar para que les enseñen. Yo tengo todo clarito en mi mente".

"Llalliñ, la araña, cuida de las düwekafe, tejedoras expertas, les enseña e inspira y las protege de los wekufe, las fuerzas negativas, que intentan que se equivoquen al realizar sus diseños", explica otro libro, "El lenguaje de los dioses".

EL VIAJE

El antropólogo Miguel Ángel Azócar estuvo a cargo de sacar las reliquias de las bóvedas de conservación del Museo de Historia Natural. Él mismo ha investigado la cultura mapuche y asegura que las mujeres tejedoras "herederas del llalliñ" podrían descifrar los mensajes que se escribieron en esas mantas y piezas textiles en el pasado.

"Ellas, las tejedoras, se encontraron con trabajos textiles de comienzos del siglo XIX, como una sobrecincha con motivos antropomorfos, combinada con cuero, por ejemplo, que es la pieza más antigua de la colección. Se trata de un apero equino, muy raro, muy original, porque combina tejido y trabajo en cuero. Lo donó Francisco Echaurren, en 1869", detalla. La idea de proyecto era que cada una de las artesanas pudiera elegir una manta o trariwe e inspirarse para replicarlas o reinterpretarlas.

"Estaban conmovidas del trabajo de sus ancestros por la fineza del tejido y lo elaborado del diseño. Hay que pensar que estas señoras dibujaban en sus cabezas lo que tejían, sin molde, sin patrón, y lo hacían con una simetría perfecta", describe Azócar.

Al presentarles las mantas todas pudieron sacarles fotografías de las piezas de arte mapuche. Tocarlas, tomar notas en sus cuadernos. Palpar. Oler.

Juanita Blanco, artesana de Cholchol, fue una de las mujeres que visitó el museo el año pasado. Hace un mes y medio fue madre por tercera vez. Mientras su niña duerme, ella teje. Intenta hacerlo unas seis horas al día sentada frente al telar. Aprendió de su madre, quien, a su vez, aprendió de su abuela. Su hija de 15 años ya está apoyándola con los hilos y los tejidos más sencillos.

"Yo aprendí mirando a mi madre. Nunca me enseñó, sólo miré. Pero quedé embarazada muy joven y vi en el telar un trabajo con el que podría criar a mi hija mayor. Y así fue. En el museo todo me impresionó, sobre todo la calidad del tejido de las mujeres tejedoras del siglo pasado. Eran mantas muy finas, con hilados hechos a mano. Antes no había máquina. Se han conservados cientos de años y aún siguen en buenas condiciones. ¿Cómo pudieron hacerlo? Yo amo mi trabajo, esta es mi herencia", dice satisfecha con sus hilos entre los dedos y una guagüita en el coche.

LA VISIÓN

Todas las mantas de la colección "Herederas de llalliñ" tienen la fuerza del pasado y la síntesis del presente. Nudo a nudo cuentan una historia en blanco y negro o a color.

A la joven machi de la comunidad Ancapulli, Eliana Tralma Colipi (40), casada, dos hijas, se le apareció "el relmu" (arcoíris) completo en el museo. "Saltó como una chispa y todo se llenó de color: el azul, el rojo, el rosado, el verde, que contrasta con los remedios que yo trabajo, y el amarillo, que es característico de la bandera mapuche. Fue el arcoíris, el relmu completo, el que se me presentó. Y eso me dio sentido para recrear el trabajo de la manta antigua que elegí en el Museo de Santiago con todo este colorido que ustedes ven", explica Eliana.

Otra tejedora, Ángela Calfulaf al mostrar el trariwe o faja que tejió para sí misma luego de su llegada del museo recordó un episodio de su niñez que la marcó hasta ahora: Tenía unos "nueve o máximo 10 años, llegó a la casa una señora muy anciana, vestida de chamán. Era una antigua tejedora, como de 90. Estaba casi ciega, pero se sacó su trariwe, me lo pasó y me lo dejó en préstamo. Era un tejido quizás de cuándo. Me dijo: 'Mamita, tú, aprende esto, porque con esto vas a vivir en el futuro'. Y le hice caso. Esa camioneta que está afuera me la compré con la plata de mis tejidos; ahora estoy planeando hacer una ampliación en la casa", relata.

Y cuando cierra la puerta de las visitas, sigue tejiendo. Son tres los trariwes que debe entregar. Lo más pronto posible.

Opinión

Síndrome Visual Informático, otro efecto de la pandemia

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Muchas personas padecen el Síndrome Visual Informático (SVI), pero sin reconocerlo como tal. El ojo humano no fue diseñado para la visión cercana prolongada y, con el empleo de pantallas electrónicas, se ve obligado a hacer un aumento extra al que está acostumbrado. Así, el SVI ha sido considerado la "epidemia ocular" del silgo XXI, un problema de salud pública y con una prevalencia que aumenta, afectando la eficiencia, productividad laboral, académica y la calidad de vida. Con el Covid 19, se ha extendido aún más.

Se genera por la sobreexigencia del cristalino en la vista cercana (de menos de seis metros) que, para provocar la imagen nítida en la retina, debe aumentar su curvatura. Cuando ocurre de manera constante, con el consiguiente esfuerzo del músculo ciliar, aparecen los síntomas.

Cuando leemos en papel, las letras están estables, en buen contraste. Pero en tablet, celulares o notebooks, las letras, conformadas por pixeles, presentan un brillo mayor en el centro, que va disminuyendo hacia los bordes, dificultando la capacidad de enfoque. Y a ello debemos sumar la luz azul (LED) que, según estudios, disminuye la secreción de melatonina, incluso afectando el sueño.

Se define el SVI como un conjunto de síntomas y signos oculares, visuales y músculo esqueléticos, relacionados con el uso de dispositivos electrónicos durante un tiempo prolongado, de carácter temporal y que desaparecen al poco tiempo de abandonar su uso. Pero, con los estilos de vida, y más aún, obligados por la contingencia, no hay momento en que no usemos una pantalla electrónica. Afecta al 60 a 90 % de las personas que se exponen a pantallas: el 90% de quienes trabajan más de tres horas ante el computador, lo padecen.

Entre otras, surgen señales visuales, como visión borrosa de cerca o lejos; sensación de ojo seco, irritación y ardor oculares, y síntomas astenópicos como cefalea. También sensibilidad a la luz, y efectos músculo esqueléticos, como dolor de cuello, hombros, espalda, muñecas y manos, consecuencia de una postura demasiado rígida o bien surgida en la necesidad de "compensar" algún defecto visual.

¿Qué hacer? Una vez confirmado el diagnóstico, mediante examen oftalmológico, se recomienda atacar los factores extrínsecos como iluminación, contraste de la pantalla, ángulos de visualización y ergonomización del lugar de trabajo. También atender los factores intrínsecos, como tratar alteraciones oculomotoras, trastornos acomodativos, y realizar ejercicios, de la motilidad ocular, para estimular el músculo ciliar y fortalecer la capacidad acomodativa, tanto en su contracción como en su relajación, junto con el empleo de lubricantes oculares, en caso de que se detecte ojo seco.

Y al trabajar, considerar algunos tips: asegurarse de que la pantalla esté ubicada bajo la línea de visión, ojalá 15 ó 20 grados, a una distancia de 60 centímetros, o más; idealmente pantalla grande, con ajuste al tamaño del texto, ubicada de forma perpendicular a las ventanas; evitar exceso de calefacción y/o aire acondicionado; dejar los hombros y los brazos relajados, idealmente ubicados en 90 grados, recurriendo a almohadillas bajo las muñecas, la espalda apoyada completamente a la silla y los pies apoyados al suelo. Finalmente, seguir la regla "20-20-20", que consiste en trabajar 20 minutos; detenerse, y mirar un punto distante a más de seis metros (20 pies), por 20 segundos, repitiendo el ciclo. Es importante mantener una frecuencia de parpadeo adecuada y cada cierto tiempo cerrar los ojos para lubricar la superficie ocular.

María José Ormeño

Académica de Tecnología Médica U. San Sebastián