Convivencia escolar, social, aulas y un mes llamado marzo
Los efectos de la convulsión social que ha vivido Chile durante los últimos meses resultan imposibles de obviar en cualquier proyección respectiva al modelo de vida que construiremos en los próximos tiempos. En medio de este contexto, los inicios de esas perspectivas surgen en un marzo que, probablemente, como nunca antes en la historia reciente se espera con sentimientos tan encontrados.
Este mes es el indudable portal de inicio al nuevo ciclo estudiantil y laboral. Esta vez, además de las innumerables cuentas y obligaciones que aparecen burlescas en medio de los recuerdos del verano, marzo nos trae un agregado nefasto: la incertidumbre. Desde la continuación furiosa del caos social, por un lado, hasta el brote esperanzador en la construcción de un nuevo Chile a partir de la aprobación o rechazo de una nueva constitución. Sea como sea, el "algo" va a pasar, el "algo" debe ocurrir, el "algo" se moverá, resultan voces internas irrenunciables.
En este contexto surge una pregunta sencilla, pero a la vez terriblemente compleja: ¿Qué ocurrirá en las aulas de clases? Nadie lo puede saber a ciencia cierta. Nadie, salvo un grupo de privilegiados que, aunque tampoco tengan la repuesta, sí tienen la responsabilidad de construir parte importante de ella. Porque hoy por hoy, cada profesor debe recordar que cada aula es una porción de la sociedad que se proyectará para componer la macro sociedad representativa que nos acoge y que queremos idealmente construir.
Invito a cada docente a entender la sala de clases como un espacio y momento para pensar la realidad buscando entenderla y exponer las fórmulas para mejorarla. Y dejemos bien en claro que la única manera de alcanzar mejoras profundas y verdaderas es expresando lo mejor de cada uno, entendiendo con claridad y mucha firmeza que en dicho esfuerzo no puede haber espacio para ningún tipo de violencia.
Y soy determinante en esto. La escuela y cada una de sus aulas pueden recibir casos y situaciones de violencia, sí, como es de hecho en muchas instancias. Pero su deber es hacer todo lo posible por transformar dichas realidades, ofreciendo caminos positivos para los niños y jóvenes que la vivan, y bajo ningún contexto alimentarla. Así, al contrario de la violencia, la sala de clases debe ser uno de los escenarios iniciales predilectos para que nuestros estudiantes experimenten la convivencia como esencia vital, valorándola por sobre cualquier peso curricular.
Soy un convencido de que el aula debe ser un baluarte determinante para aprender a negar, con toda la fuerza del conocimiento y la libertad, los muchos vicios del sistema social existente, pero también de los que contiene, innegablemente, el proceso social que busca cambiarlo. Y con esto me refiero al dogmatismo, al adoctrinamiento y a la complacencia. Vengan de donde vengan, un alma libre debe rechazarlos por completo. La idea no es otra que cada persona pueda manifestarse libre de todos estos vicios y cuente con las mejores herramientas dialogales para combatirlas.
Dentro de este marzo tan especial, podemos ver un camino que se oriente a buscar soluciones, donde las piedras lanzadas sean reemplazadas por ideas dialogadas y la distancia entre políticos y ciudadanos sea cubierta por la atención, conexión, realismo y participación cívica activa de todos los chilenos y chilenas.
Así, si en todo este periplo realmente llegasen a aparecer "marcianos" como alguien dijo por ahí, la idea sería que nos encontraran firmemente unidos en red para enfrentarlos con fuerza. Qué mejor que esta realidad pudiese nacer en nuestras aulas. A construirla, estimados docentes.
coordinador
Diplomado en
Gestión de la
Convivencia Escolar, UST Concepción