Esencialmente bien tratadores y con la capacidad intrínseca de cuidar. Con esas palabras la psicóloga Ana María Aaron Svigilsky define la naturaleza de los seres humanos, opinión que sustenta en la base de que el humano requiere de alguien que le dé cuidados y cubra sus necesidades en los primeros años, pues de otro modo no sobreviviría, a diferencia de otras especies que estando recién nacidas son capaces de pararse en sus cuatro patas.
"Los vestigios arqueológicos que se han encontrado de hace millones de años, cuando éramos cazadores o recolectores, por ejemplo, apuntan mucho más a buen trato que a conductas de maltrato. Pero algo ha pasado y nos hemos transformado en una cultura muy maltratadora. Esto viene desde los últimos cinco mil años con lo que se ha llamado la cultura patriarcal, que es ésta más autoritaria, donde se instalan sistemas abusivos y las personas que están a cargo de otras sienten que son dueñas de aquellos que están más abajo", argumenta la académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Así, los altos niveles de estrés, la gran prevalencia de enfermedades psiquiátricas como la depresión y una latente insatisfacción con la vida que se está llevando dan cuenta de lo fundamental que es volver a la esencia y que la cultura del buen trato sea el camino por el que transite toda la sociedad.
Esta temática fue la que la docente abordó en una charla que ofreció en la Universidad Católica de la Santísima Concepción para inaugurar el año académico de la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales.
PARTIR POR UNO
Avanzar de una cultura de maltrato hacia una de buen trato se requiere de un gran cambio social cuyos primeros pasos se dan desde la individualidad. "Cada uno debe tomar consciencia sobre cuáles son las actitudes maltratadoras que tiene y si uno cree que no tiene ninguna, hay que preguntar a la gente que tenemos cerca, a la pareja, a los padres, a los amigos, a los compañeros de trabajo. El punto de partida es contactarse con las propias creencias", manifiesta. Para explicar toma como ejemplo las diferencias entre hombres y mujeres, pues hay quienes piensan que los hombres tienen derecho a haer cosas que las mujeres no. Preguntarse cuánto de eso es parte de la propia creencia o si se dice estar por la equidad de género, pensar de qué manera trata a los hombres y las mujeres son algunas formas de lograrlo, plantea la psicóloga.
Tener espacios para pensar, conversar y reflexionar es también importante. "Aunque existen reales maltratadores, mi experiencia es que, habitualmente, la gente que maltrata no se da cuenta que lo hace, son como puntos ciegos, no me doy cuenta. Entonces, necesito tener un espacio de reflexión para que otros me digan, pero no cualquiera, uno cercano, que sea válido para mí, como una amiga que me diga '¿sabes', creo que le estás gritando mucho a tus hijos'", afirma.
CLIMA NUTRITIVO
Un aspecto que diferencia una cultura de buen trato de la de maltrato son los climas sociales. En opinión de Ana María Aaron hay dos grandes distinciones y éstas consisten en que existen los nutritivos y aquellos tóxicos. El primero, comenta, hace sentir bien y saca lo mejor de cada persona, da vuelo a la creatividad y entrega sensación de bienestar; mientras que los segundos hacen relucir lo peor de las personas, una a la que no se le ocurre ninguna idea y que es más agresiva. "Esto no es una cosa subjetiva, sino que tiene que ver con la biología. Sabemos que cuando nos sentimos bien producimos hormonas de bienestar y cuando nos sentimos mal producimos hormonas de malestar, estrés. El problema es que muchas veces configuramos los ambientes, como el de sala de clases, como uno tóxico y eso daña los resultados y desde el punto de vista del aula el resultado de la educación", menciona la académica.
Saber que quien está a cargo de un sistema es el que tiene la principal responsabilidad de construir un clima nutritivo es imprescindible para crearlo. "Un profesor puede entrar a la sala de clases y decir 'esto es un desastre, pero no tiene que ver conmigo, sino con los niños que son inaguantables'.. pero no es así. Puede que los niños sean inaguantables, pero es él quien está a cargo", recalca.
FLEXIBILIDAD
Menciona que las características de los climas nutritivos son la flexibilidad, reconocimiento de lo positivo y la justicia. "Nada intoxica más los climas que la percepción de injusticia. En el ámbito de la sala de clases, por ejemplo, ésta se da con un profesor barrero, arbitrario, machista y/o descalificador", dice.
La flexibilidad es adecuarse a lo que cada uno necesita y va de la mano con otra cualidad fundamental de los climas nutritivos: aceptar las diferencias e incluir a todos, ampliando el concepto de inclusión. "Siempre lo asociamos a grandes diferencias, a una persona discapacitada. Pero somos todos diferentes y de alguna manera hemos tenido algo muy autoritario en la educación, es la misma para todos y eso no puede ser. Entonces el concepto de inclusión que parte por los niños y niñas con necesidades especiales, nos alcanza a todos, porque somos todos distintos. Hay gente que aprende escuchando, otra leyendo y quienes lo hacen escribiendo. Hay gente que aprende sentada y tranquila, y quien lo logra caminando y moviéndose. Un sistema que sin ser un caos permita que todas las diferencias estén ahí es flexibilidad", reflexiona.
En el caso de la familia, agrega, no se puede criar a todos los hijos de la misma forma, pues cada uno necesita a sus padres de una manera distinta y en un momento diferente. Con los trabajadores pasa lo mismo y lo ideal es que los ambientes laborales sean nutritivos porque promueven una mayor creatividad, productividad y satisfacción, puntualiza.
"La lógica desde la cual hablo es una ecosistémica. El siquiatra Jorge Barudy, uno de los que más ha enseñado en temas de violencia y maltrato, dice que cada uno tiene que hacer lo que puede, con lo que tiene y desde donde está. No puedo esperar que sean los otros los que cambien, debo partir cambiando yo, pero en la esperanza de que otros están haciendo lo mismo en distintos niveles. Con tu pareja, familia, vecinos y trabajo. Eso se va contagiando como una olita", concluye.