Estrategias excepcionales para enfrentar la lejanía de la pareja
Un fenómeno extendido en nuestro país es del cónyuge que trabaja lejos del hogar común, a veces a cientos de kilómetros, siendo por lo general el hombre. La minería, la pesca o en general actividades que exigen sistemas de turnos, si bien son instancias para percibir ingresos económicos y oportunidades para el desarrollo profesional y personal, se constituyen a su vez en estresores para la vida familiar.
En términos teóricos, la vida familiar y conyugal requiere para su articulación un diseño complejo, en que las necesidades emergentes de los actores y sus roles encuentran momentos para ser satisfechas: individuos que buscan realización y espacio personal, consortes que buscan intimidad, hijos pequeños que demandan protección y cuidados, hijos adolescentes que exigen y requieren autonomía creciente, padres que consolidan alianzas sólidas para la crianza. Este escenario que ya es complejo, se ve tensado más aún cuando el marido debe trabajar lejos, permaneciendo a veces semanas o meses físicamente distanciado.
El fenómeno que ocurre más frecuentemente es que, en la distancia, cada miembro de la pareja ha desarrollado estrategias para lidiar con la cotidianeidad y sus demandas. Así, el marido ha desarrollado una autonomía en las labores cotidianas, combinando agotadoras jornadas con la expectativa de la vuelta al hogar común y recibir ahí las atenciones que no está experimentando. La mujer en tanto, entre otras cosas, ha debido encargarse no sólo de su vida individual, sino de la crianza de los niños y sus cuidados, diseñando métodos que le permitan enfrentar estas demandas y con la expectativa del retorno del esposo no sólo para estar en pareja, sino también redistribuir la carga y recuperar parte de su vida individual.
Cuando el cónyuge retorna, se encuentra con conflictos de expectativas: a menudo, lejos de descansar, debe ajustarse a una dinámica de funcionamiento que ha alcanzado autonomía en su ausencia, con demandas afectivas por parte de los hijos y con expectativas de recibir apoyo por parte de la pareja. Ella, en tanto, espera recibir apoyo sin distorsionar las formas de funcionamiento que ya tiene establecidas, disponer de espacios personales (que ha debido sacrificar en ausencia del marido) y también estar en la intimidad de la pareja. Debe tenerse presente que además se suman las relaciones con la familia de origen y los amigos, entre otros.
Estas demandas y expectativas son legítimas y necesarias para la estabilidad mental individual, y la del grupo familiar. La conciencia de que ellas están presentes y que deben ser explicitadas de buena forma es el punto de partida de cualquier solución. Deben ser plenamente analizadas y previstas en sus alcances y consecuencias antes de tomar la decisión de trabajar lejos del hogar. Por último, no experimentar dichos requerimientos como ataques personales, aceptar que cualquier solución implica negociación, ceder, transar, hacer sacrificios y recibir retribuciones.
El trabajar lejos del hogar por períodos prolongados es un hecho anómalo, una crisis inesperada, que debe ser enfrentada con estrategias excepcionales: negociar en forma excepcional, distribuir el tiempo de forma excepcional, construir espacios de satisfacción compartida no usuales, conversar y coordinarse más de lo habitual. De no realizarse estos ajustes, tarde o temprano las frustraciones y las crisis llegarán, siendo invitados de piedra al hogar en que un miembro que se encuentra lejos.