Cada año, millones de aves migratorias atraviesan continentes, cordilleras y océanos en un viaje tan asombroso como frágil. En ese trayecto, Chile cumple un rol clave, no sólo como punto de escala y alimentación, sino como un verdadero patrimonio natural de importancia global. Las aves migratorias son parte viva de nuestra herencia común: especies como el zarapito de pico recto, la gaviota cáhuil o el pilpilén común llegan hasta nuestras costas, humedales y estuarios, recordándonos que lo local está íntimamente conectado con lo global. En el marco del Día Mundial de las Aves Migratorias, celebrado cada 11 de mayo bajo el alero de Naciones Unidas, estamos llamados a repensar nuestra relación con este patrimonio biológico que trasciende fronteras, generaciones y culturas.
Con más de 4.000 kilómetros de costa y una geografía diversa, Chile es parte esencial del corredor migratorio del Pacífico. En particular, la Región del Biobío cumple un rol irremplazable en este tránsito, con ecosistemas como la desembocadura del río Biobío, los humedales Rocuant-Andalién y Tubul-Raqui, entre otros.
Estos sitios actúan como verdaderos santuarios para las aves, ofreciendo alimento y descanso en momentos clave del ciclo migratorio. Sin embargo, este equilibrio se encuentra hoy bajo amenaza. La expansión urbana sin criterios ecológicos, la contaminación y la pérdida acelerada de hábitats críticos están deteriorando estos ecosistemas. En la última década, ciudades como Concepción, Valdivia o Puerto Montt han perdido una parte significativa de sus humedales costeros, reduciendo así las posibilidades de subsistencia de múltiples especies migratorias.
A pesar de su valor ecológico y simbólico, muchas aves migratorias siguen siendo poco estudiadas en el ámbito local. Los programas de monitoreo son escasos y los mecanismos de protección legal para los humedales aún insuficientes frente a la magnitud del problema. Proteger estos espacios no es sólo una acción conservacionista, es una estrategia de adaptación frente al cambio climático, una medida de justicia ambiental y una oportunidad para construir comunidades más conscientes y resilientes. La ciencia tiene un rol fundamental en avanzar hacia una comprensión más profunda de las rutas migratorias, la función de los hábitats y las respuestas ecológicas ante un planeta que cambia aceleradamente.
Cuidar a las aves migratorias es, también, cuidar nuestra memoria y nuestro futuro. Son especies que unen países, pueblos e historias; verdaderos emblemas vivientes de una naturaleza compartida. Su protección requiere del esfuerzo conjunto de gobiernos, comunidades, universidades y organizaciones.
Urge reforzar la educación ambiental, promover la valoración de la biodiversidad en los territorios y avanzar hacia una legislación que garantice el resguardo de nuestros humedales. Porque sólo se protege lo que se conoce, y sólo se conoce lo que realmente se valora. Hoy, más que nunca, es tiempo de observar, comprender y actuar. Conocer para proteger.