José Manuel Rodríguez Angulo
La reciente partida de Mario Vargas Llosa hacia el reino de la muerte conmociona al mundo de las letras. Entre los homenajes, varios recordaron la pertenencia del extraordinario narrador limeño al boom latinoamericano, ese momento estelar de nuestra literatura compuesto por una serie de obras mayores, de novelas absolutas escritas por autores notables. Todo partió en 1962 con "La ciudad y los perros" de Varguitas, así lo llamaban en su casa a Vargas Llosa; sigue en 1963 con "La muerte de Artemio Cruz" de Carlos Fuentes, una novela sobre la traición a revolución mexicana. En ella, uno de los triunfadores recuerda su vida antes de morir y a través del relato vemos como los revolucionarios simplemente pasaron a tomar el lugar de los patrones. Nada cambió, solo los jefes; la serie continúa el mismo año, 1963, con "Rayuela" de Cortázar. Una novela increíble. Baste recordar que en su primera página hay un tablero de dirección que invita a leerla del siguiente modo: primero el capítulo 73, seguir por el 1, luego el 2 y después el 116 (p.5). Además de esta recomendación fantástica importa destacar que la mitad de la novela transcurre en París, nombrado como el lado de "allá" y la otra en Buenos Aires, el lado de "acá". Hasta el momento no conocemos una forma más precisa de mostrar la radical diferencia en Europa y Latinoamérica; pocos años más tarde vendrá un momento estelar, en 1967 aparecen "La casa verde" y "Cien años de soledad". De la primera ya hemos hablado en estas mismas páginas, solo nos gustaría recordar que es una novela compleja, terrible en su crítica social, definitiva en su descenso a los infiernos del fracaso personal. En relación lo último, recordamos a un personaje: el japonés Fushía. Él es un explotador de indígenas, un facineroso total que termina internado en un leprosario y allí, entre los miembros del cuerpo que pierde por la espantosa enfermedad, están sus órganos sexuales, se le caen… parece que mejor será hablar de la novela de García Márquez. Sin duda, una las mayores y más bellas ficciones que han escrito los seres humanos. Nos cuenta la historia de una familia, los Buendía, y la de un pueblito colombiano, Macondo. La familia es cifra de muchas de ellas, el pueblo del continente entero. Rescatamos una historia de todas las maravillosas historias que contiene: buscando metales preciosos con la ayuda de dos imanes, el patriarca de los Buendía desentierra la armadura de un soldado español del siglo XV. Dentro de ella había "un esqueleto calcificado que llevaba en el cuello un relicario de cobre con el rizo de una mujer" (p.3). Pensamos con pena en ese soldado enamorado que persiguió la fortuna en las selvas de América, y que, solo encontró la muerte; ya en 1970 aparecería la última novela del boom "El obsceno pájaro de la noche" de José Donoso. Aquí hay una arista, como dicen ahora, del todo interesante, pues Donoso tuvo mala suerte con todo este asunto. Se le negó su pertenencia, todo partió cuando un famoso crítico de la época, Ángel Rama sostuvo en sus palabras más desafortunadas, que en el boom había cuatro sentados y uno de pie. Ese edecán no era otro que el narrador chileno. Y esto ha durado décadas. De hecho, se acaba de publicar un libro, Las "Cartas del boom" (2023) que reúne la correspondencia de los "cuatro". Frente a ello, insistimos que la negación a Donoso es absurda. Baste anotar que entre los papers donosianos que guarda la Universidad de Iowa, nosotros mismos encontramos la siguiente carta que le dirige Carlos Fuentes "Le decía a Cortázar y a Vargas Llosa que deberíamos hacer una mesa redonda, aunque fuese por carta, contigo y García Márquez sobre la crítica literaria en América Latina..." (Box 14, folder 6). Fuentes, uno del boom, claramente enuncia los cinco nombres. Ahora, también debemos lamentar la exclusión del autor nacional del epistolario citado, pues en los papers, además de la que acabamos de citar, hay correspondencia de García Márquez, de Vargas Llosa, de Cortázar. Recordamos una carta de este último, escrita para comentar "El obsceno pájaro…": el narrador argentino le dice a Donoso que le encantó la novela, pero que es muy terrible, muy obscura, por ello le recomienda que a veces "también debería jugar en los cuadrados blancos del tablero" (Box 15, folder 2). Escribían como los dioses estos autores, sin duda. Y, aún más importante, en que en esa escritura se marcan una serie de innovaciones técnicas y argumentales, entre ellas está la tendencia a abandonar la estructura lógica y lineal del relato reemplazándola con otras que reflejen la multiplicidad de lo real; la eliminación del narrador omnisciente y su reemplazo por narradores múltiples. Junto a lo anterior se encuentra la tendencia a enfatizar los aspectos ambiguos, irracionales y misteriosos de la realidad: la rebelión en contra los valores morales, religiosos y sexuales y la exploración de las visiones demenciales del mundo. Todas estas innovaciones fueron desarrolladas con maestría por estos autores, entre ellos Varguitas, como le decimos sus incondicionales, ícono de la gran revolución de la novelística latinoamericana y que acaba de partir ante la llamada inevitable.
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