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Solo el 5% de su territorio es cultivable

La ciudad llena de bibliotecas que el desierto está engullendo

Ubicada en Mauritania, Chingueti alberga miles de algunos de los manuscritos coránicos más antiguos de Africa Occidental, así como documentos sobre matemáticas y derecho. Hoy, todo está amenazado por las dunas.
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Agencia AP

Durante siglos, poetas, eruditos y teólogos han acudido en masa a Chingueti, un punto de comercio transahariano que alberga más de una docena de bibliotecas que contienen miles de manuscritos. Pero ahora está al borde de pasar al olvido: las arenas cambiantes han cubierto desde hace mucho tiempo el núcleo de la antigua ciudad del siglo VIII e invaden los barrios que se encuentran en su borde actual. Los residentes afirman que el desierto es su destino.

A medida que el clima del mundo se vuelve más cálido y seco, las tormentas de arena depositan con mayor frecuencia centímetros y metros de dunas en las calles de Chingueti y en las casas de la población -y cubren algunas por completo. Los proyectos de plantación de árboles tratan de mantener a raya las arenas invasoras, pero hasta ahora no han aliviado las preocupaciones profundamente arraigadas sobre el futuro.

Chingueti es uno de los cuatro sitios declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO en Mauritania, una nación de África Occidental donde sólo el 0,5% de la tierra se considera cultivable. En África -el continente que contribuye menos a las emisiones de combustibles fósiles-, sólo Somalia y Eswatini han experimentado más impactos por el cambio climático, según datos del Banco Mundial.

Historia

Los mauritanos creen que Chingueti es una de las ciudades más sagradas del islam. Sus casas, mezquitas y bibliotecas de piedra seca y mortero de barro almacenan algunos de los textos y manuscritos coránicos más antiguos de África Occidental, que abarcan temas que van desde el derecho hasta las matemáticas.

El líder comunitario Melainine Med El Wely se siente angustiado por lo que está en juego para los residentes y para la historia contenida dentro de los muros de Chingueti. Es como ver un desastre natural en cámara lenta, dijo. "Es una ciudad rodeada por un océano de arena que avanza a cada minuto", afirmó El Wely, presidente de la Asociación para la Gestión Participativa del Oasis local. "Hay lugares por los que camino ahora que recuerdo que eran los techos de las casas cuando era niño". Rememora que una vez, cuando el viento sopló tanta arena en su vecindario que cubrió las palmeras que se usaban para hacer techos, un camello que caminaba por el vecindario se hundió en lo que alguna vez fue la sala de estar de alguien sin darse cuenta.

Dunas en movimiento

Las investigaciones sugieren que la migración de arena juega un papel importante en la desertificación. Los desiertos, incluido el Sahara, se expanden a un ritmo sin precedentes y los "mares de arena" se han reactivado, con dunas que se trasladan por el viento y transforman paisajes donde antes había vegetación.

"Lo que solíamos pensar como el peor escenario posible hace cinco o 10 años ahora parece un escenario más probable de lo que teníamos en mente", reveló Andreas Baas, científico de la Tierra del King's College de Londres quien investiga cómo están cambiando los vientos y la forma en que arrastran la arena.

Más de tres cuartas partes del suelo del planeta se ha vuelto más seco en las últimas décadas, según un informe de ONU de 2024 sobre la desertificación. La aridez ha puesto en peligro la capacidad de las plantas, los humanos y los animales para sobrevivir. Priva a las tierras de la humedad necesaria para mantener la vida, mata los cultivos y puede causar tormentas de arena e incendios forestales.

"El cambio climático provocado por el hombre es el culpable. Conocido por hacer que el planeta se caliente, también causa que el suelo sea cada vez más y más seco", dice el informe de la ONU. "La escasez de agua relacionada con la aridez causa enfermedades y muerte y estimula la migración forzada a gran escala en todo el mundo".

Los científicos y legisladores están preocupados principalmente por la degradación de los suelos en regiones que alguna vez fueron fértiles y que gradualmente se convierten ahora en páramos no aptos para cultivos, en lugar de áreas que están en lo profundo del desierto del Sahara. Pero, en Chingueti, un clima cambiante marca el comienzo de muchas de las consecuencias sobre las que han advertido los funcionarios. Los árboles se marchitan, los pozos se secan y los medios de vida desaparecen.

Agricultura

A los agricultores de dátiles como Salima Ould Salem, de 50 años, les resulta cada vez más difícil nutrir sus palmeras, y ahora tienen que canalizar el agua desde tanques y podar más a fondo para asegurarse de que se usa de manera eficiente. El barrio de Salem solía estar lleno de familias, pero poco a poco se han mudado. La arena bloquea ahora la entrada a su casa y ha enterrado a aquellas en las que algunos de sus vecinos vivieron alguna vez. Y una casa de huéspedes cercana construida por un inversor belga hace décadas ahora está medio sumergida en una duna ondulada de color cobre.

Aunque muchos se han ido, Salem permanece, consciente de que cada vez que un miembro de la comunidad se va, su hogar ya no puede servir como baluarte y, por lo tanto, el resto de la comunidad tiene más probabilidades de ser tragada por el desierto. "Preferimos quedarnos aquí. Si me voy, mi lugar desaparecerá", dijo.

Las acacias, los árboles de goma y las palmeras alguna vez protegieron al vecindario de las dunas invasoras, pero gradualmente han desaparecido. Los árboles han muerto de sed o han sido talados por los residentes que necesitan leña o follaje para alimentar a sus rebaños.

Las tormentas de arena no son nuevas, pero se han vuelto más invasivas, y cada una de ellas cubre centímetros o metros en los barrios de las afueras, dijo el maestro jubilado Mohamed Lemine Bahane. Los residentes usan mulas y carretas para quitar la arena porque las calles de la ciudad antigua son muy estrechas para que circulen automóviles o buldóceres. Cuando la arena se acumula lo suficiente, algunos construyen muros nuevos sobre las estructuras existentes. "Cuando se elimina la vegetación, eso da a las dunas la oportunidad de volverse más activas, porque en última instancia es la vegetación la que puede retener la arena para que no vuele demasiado", explicó Bahane.

Bahane ha tomado mediciones durante años de los depósitos de arena y las lluvias, y dice que Chingueti ha recibido un promedio anual de 2,5 centímetros (1 pulgada) de lluvia durante la última década. A medida que las lluvias disminuyen, los árboles mueren y más arena migra a la ciudad. Y con los árboles de acacia más bajos sumergidos en la arena, algunos pastores recurren a la tala de palmeras datileras para alimentar a sus rebaños, lo que altera aún más el ecosistema y la economía del cultivo de dátiles. La arena también plantea problemas de salud pública para la comunidad que respira el polvo, refirió Bahane.

La solución, cree, tiene que ser plantar más árboles tanto en los barrios como a lo largo del perímetro de la ciudad. Se han propuesto "cinturones verdes" de este tipo a escala continental como la "Gran Muralla Verde" de África, así como a nivel local, en ciudades como Chingueti. El Ministerio de Medio Ambiente y el Ministerio de Agricultura de Mauritania, así como ONGs con financiamiento europeo, han lanzado proyectos para plantar árboles y aislar a las bibliotecas y manuscritos de la ciudad.

OPINIÓN

En busca del lector ideal

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Se escribe en soledad, estado que puede ser físico en condiciones ideales, como un departamento cedido o la pieza de un hotel pagada por un editor. O no tanto, como un escritorio al fondo de una casa mientras la vida doméstica pasa más allá de la puerta. Como escribe Mary Ruefle en "Mi propiedad privada": "Muy a menudo esa libertad se vuelve solitaria y aburrida y temerosa y desea unirse a otra cabeza, a veces tener una cabeza no es suficiente, tener tu propia cabeza da lugar al deseo de la cabeza del otro, por el deseo natural de amor y comunión. Pero de la codicia, del deseo de control y poder, crece un monstruo, el deseo de tener tantas cabezas como sea posible. Ninguno de nosotros es inmune -quién no quiere más clientes, pacientes, consumidores, lectores-, pero el deseo puede alcanzar proporciones inhumanas".

Los escritores parecen ser vampiros sedientos de admiración... y de lectura. Monstruos hambrientos que intentan no parecerlo, una máscara que la mayoría de las veces resulta gracias al estudio del comportamiento a través de la lectura, sumado al psicoanálisis.

Pero el autor no existe sin un lector. Si este falta se convierte en alguien con un cuaderno de composición, no un escritor. No hay receptor. Pero, ¿cuánto cuesta encontrar a esos primeros ojos que sacrifiquen tiempo y calma para revisar algo que con esfuerzo y bastante suerte se convertirá en un libro? Valientes para decir "en esta parte me aburrí" o "¿por qué este personaje desaparece?". Generosos para marcar "esta escena la alargaría".

En julio se publicará en Chile de manera póstuma el volumen "Apuntes para John", de la periodista y escritora estadounidense Joan Didion ("Noches azules"), donde relata a su marido y compañero de oficio, John Gregory Dunne ("Confesiones verdaderas", fallecido en 2003), sus idas al psiquiatra. El adelanto editorial señala que estas páginas mostrarán "el implacable escrutinio de las propias acciones" de la autora, "como nunca la habíamos visto: abierta, vulnerable, en lucha contra las emociones más intensas. 'Apuntes para John' es el registro extraordinariamente íntimo de un viaje doloroso y valiente" a través de cuadros depresivos, culpa, ansiedad, alcoholismo y la relación con su hija adoptiva.

La escritora mostró un poco de esto en "El centro cede", documental estrenado en 2017 tras el éxito de "El año del pensamiento mágico", libro que analiza la muerte desde una perspectiva no religiosa, tras el deceso de su marido. En la cinta Didion cuenta que se casó a los 30 años, cuando trabajaba en Vogue, mientras él estaba en Time. Por razones económicas se fueron a California y allí surgió "Río revuelto", novela sobre un matrimonio que se derrumba, editada por Dunne.

"Él no estaba feliz con lo que hacía ¿cómo iba mi matrimonio? No éramos felices", dice la escritora entonces octogenaria. Y una voz lee un fragmento de su primer libro: "Quiero que sepas mientras me lees precisamente quién soy, dónde me encuentro y qué tengo en la mente. Quiero que entiendas exactamente lo que hallaste".

Se trata de una especie de conversación sin fin, donde no hubo un acuerdo sobre escribir acerca del otro, ambos asumieron con quien se casaban, agrega la autora en el documental. Es la vida de cada uno como posible material del otro, compromiso que también contrajo Virginia Woolf ("Las olas") con su marido y editor, Leonard, a quien en la carta antes de poner fin a sus días escribe "creo que voy a enloquecer de nuevo. Siento que no podemos atravesar otro de esos tiempos horribles. Y esta vez no me recuperaré. Comienzo a escuchar voces y no puedo concentrarme. (...) Me has dado la mayor de las felicidades posibles. Has sido, en todos los sentidos, todo lo que alguien puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que llegó esta enfermedad".

La libertad y experimentación que caracteriza a los textos de Woolf probablemente no existirían sin Hogarth Press, editorial propiedad del matrimonio y encabezada por Leonard, que publicó obras como "La señora Dalloway" y "Al faro", sobre cuyo proceso Virginia recuerda en su póstumo "Diario de una escritora", editado por el marido, que el viernes 14 de enero de 1927 "el libro ya está acabado para que Leonard lo lea el lunes". Al noveno día, agrega: "Leonard ha leído 'Al faro' y dice que es, con mucho, mi mejor libro, y 'una obra maestra'. Me lo ha dicho sin que yo le pidiera su parecer".

Desde un entorno más contemporáneo, Stephen King, en esa suerte de manual que es "Mientras escribo", relata cómo su esposa, Tabitha ("Survivor"), rescató del basurero el manuscrito de "Carrie", que lo puso en las vitrinas de todo el mundo, y le dedica el capítulo sobre las revisiones, donde señala que "todas las novelas son cartas a una persona", el "lector ideal": el escritor, "en varios momentos de la redacción de una historia, se pregunta '¿qué pensará cuando lea esta parte?' En mi caso, el primer lector es mi mujer". Todo antes que el conglomerado de editores y agentes tras su nombre como marca.

Parece que un escritor necesita una pareja lectora. Alguien con quien hablar, al que mostrarse más desnudo que sin ropa interior. Que en susurros escuche miedos y perversiones, deje entrever cómo orientar a los monstruos, la manera de hacerlos jugar a favor del autor.

La lista de solteros inmortales en la literatura es más breve y allí destaca Henry David Thoreau ("Walden") atento a conejos y lechuzas, en cuyas páginas poco se conoce de su relación con seres humanos, salvo su familia que lo ayudaba con las tareas domésticas y su amigo y protector, el filósofo Ralph Waldo Emerson ("Nature"), que lo guió entre las hojas con clorofila y las de papel.

Alguien que nunca se casó fue Jane Austen ("Orgullo y prejuicio"), quien se resistió, asimismo y pese al éxito, a abandonar su origen agrario. Desde esa vida retirada en la campiña británica, con lluvia y ropas de lana, a comienzos del siglo XIX anotó: "Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna necesita una esposa". La historia de Elizabeth Bennet y Mr. Darcy aún conquista corazones de papel y cristal líquido en cada adaptación a la pantalla.

Un punto intermedio es el escritor austro-húngaro Franz Kafka ("La metamorfosis"), nacido a fines del siglo XIX, aunque considerado hoy el mejor descriptor del hombre moderno y sus rutinas sin sentido. Kafka en vida editó sólo un par de libros en el tiempo que robó a su trabajo como funcionario, sumado a decenas de artículos y cuentos repartidos por revistas y publicaciones menores.

Kafka estuvo a poco de casarse con Felice Bauer, a quien escribió apasionadas cartas lejos del gris de sus relatos más recordados. Terminaron y volvieron numerosas veces, hasta que ya no. Luego vino Milena Jesenská. Repitió el patrón. En las vacaciones previas a su muerte, ya enfermo, apareció Dora Diamant, su última cuidadora, quizás incluso de sí mismo, porque la única relación estable de Kafka fue su amigo y agente, Max Brod, al que pidió quemar toda su obra tras la muerte. Por supuesto que desobedeció y el futuro le agradece.

Uno de estos libros es "Contemplación", con el que Kafka debutó en diciembre de 1912. En la antología "Cartas a Felice", hay una de octubre de aquel año donde él le cuenta "mi libro, mi librito, el cuadernito ha sido felizmente aceptado. Pero no es bueno, es necesario escribir cosas mejores".

Esa alegría casi infantil de Kafka parece ser patrimonio quienes han buscado algo que la mayoría de las veces parece traer más problemas que satisfacciones, además de ser un pésimo negocio: publicar un libro. Sin embargo, pese a las formas mil veces rebuscadas, cada escritor pareciera anhelar, desear, a ese lector ideal.