Por Sebastián Grant Del Río
La gramática cinematográfica se construye con el plano como su elemento básico fundante. A partir de ahí, y en su combinatoria con las variantes del montaje, donde se definen cuestiones de tiempo y ritmo, es que el director constituye su estilo. Y éste lo definimos, además, como aquellos aspectos reconocibles que éste ocupa para crear su propio universo.
Muchos son los realizadores con un marcado y reconocible estilo, dueños de autorías que implica una narrativa particular, la del cineasta. De este modo, por ejemplo, tenemos estilos reconocibles en la obra de Pedro Almodóvar.
En el caso del español, relacionadas con elementos melodramáticos -exageración del drama- que colman su cine de tonos fuertes, allí donde los colores se intensifican en el contexto del relato.
Otro, Tim Burton, con sus atmósferas góticas, plagadas de personajes que pululan por los bordes de sus propias existencias, hecho que este director norteamericano plantea desde un trabajo estético ligado al expresionismo.
Uno más. Raúl Ruiz. Internarse en la filmografía del chileno es asumir relatos de tintes barrocos, compuestos con la profundidad de un Orson Welles llevado al plano de lo propiamente nacional/chileno. Una película como "Las tres coronas del Marinero" (1983), de sus obras maestras, nos pone frente a un artista con un estilo propio, allí donde el plano -ese elemento básico del cine- se transforma en escritura distante y cercana a la vez.
Y antes de Wes Anderson, quien es el convocante en esta oportunidad, David Lynch. Un mundo de tintes surrealistas y abstractos hacen de su cruce con el melodrama de las teleseries (soap operas) la conformación de un universo "Lyncheano". Uno que tan bien ha descrito en piezas como "Twin Peaks", la serie con tres temporadas (1990, 1991 y 2017), o películas sensuales, misteriosas y sugerentes como "Carretera perdida" (1997), o "Mullholand Drive" (2001).
Ternura al borde
Es el estilo el que está ahí y marca la diferencia contra y frente a otros nombres, muchos constituyentes del suyo propio. Ahí es donde, precisamente, emerge Wes Anderson. A sus 54 años, el cineasta norteamericano nacido en Texas se ha hecho dueño de una obra particular, única, de arranques experimentales, como también de citas y referencias tanto a George Melies, en sus tránsitos por una desatada fantasía en el plano, como a Stanley Kubrick y sus métodos de composición simétrica al detalle.
Con un reciente paso por la cartelera comercial con "Asteroid city" (2023), una película tan personal como inquietante en sus planteamientos escénicos, sin dejar pasar el cruce de géneros, a través del romance, la comedia y la ciencia ficción retro expresada en la paleta de colores y tonos pastel; Anderson es un realizador que ha sabido plantear una mirada muy propia. Acá a partir de un relato ambientado en 1955, espacio y tiempo para un concurso escolar en torno a fenómenos astronómicos en pleno desierto.
El anterior un detalle que desde veredas contrarias lo pueden ligar a Godard, pero en clave romántica, querendona. Con esos personajes solitarios que lidian contra las circunstancias externas. Allí, además, el paisaje juega un rol clave en cuanto al desarrollo dramático de hechos que parecieran observarse con ciertos tonos de comedia.
Pero Anderson también es ingrato en el cómo trabaja los perfiles, siendo un director de personajes y con abultados castings fílmicos. Algo de esto es lo que también puede observarse en los cuatro cortometrajes que el director dispuso para Netflix hace unos días: "La maravillosa historia de Henry Sugar", el más largo con 41 minutos, "El desratizador", "El Cisne" y "Veneno", estos tres de 17 minutos.
Juntos parecieran ser una película episódica de seres y almas a la búsqueda de algo. Ello, en medio de un ambiente experimental de planos con movimientos internos y una cámara que se transforma en los ojos del espectador descubriendo detalles de forma y fondo de los mismos. Aspectos bien simbolizados en una serpiente durmiente o en las trampas en los juegos.
Colmados de más y menos elementos móviles y visuales, son los cuadros (planos) los que definen situaciones y personajes que parecieran habitar mundos paralelos -por algo se basan en el escritor inglés Roald Dahl- que transparentan sentires humanos, soledades y hechos frente a los cuales conviene poner de atención. Algo que no está demás, cuando somos protagonistas de ésta, una sociedad que pareciera aislarnos de nuestro propio cansamiento. Una que tiene en Anderson, a un cineasta tan querible como odiable en sus propias recetas.
Comentario