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La primera obra surge en 1951

El largo camino de la ciencia ficción escrita en Chile

Bradbury celebró a un chileno por su viaje espacio-temporal donde conoce a extraterrestres. Máquinas y sombras en el campo siguieron representando los temores nacionales en los relatos de anticipación.
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Por Valeria Barahona

Los libros, para muchos, constituyen un consuelo en tiempos convulsos. Un lugar donde estar tranquilo, gracias a la paz que dan las buenas diagramaciones tanto en papel como digitales; junto con la posibilidad de viajar a otros mundos y esconder o traer de vuelta secretos para replantearse el mundo real, concreto. El desierto, como escribió no hace mucho Slavoj Žižek ("Problemas en el paraíso"), se vuelve más habitable con los selenitas que bajan en la pieza de Hernán Varela, un chileno de clase media internado en una clínica por consumo de whisky falsificado: esa es la premisa de "Los altísimos", de Hugo Correa, novela reconocida como una de las precursoras de la ciencia ficción chilena, en 1951.

El protagonista del cureptano Correa viaja por un planeta ubicado bajo la superficie terrestre, con entrada cerca de Polonia, tras ser secuestrado como aparente culpable de una estafa realizada por un prófugo internacional: es el mundo en 1951, con noticias y órdenes de arresto que demoran meses en desplazarse por el globo. Ocho años después, el autor publica "Alguien mora en el viento", el relato de dos astronautas perdidos en un mundo que los hace envejecer según sus emociones, texto premiado por el diario El Sur de Concepción.

En 1961, el escritor vuelve mentalmente a su natal Región del Maule y publica "El que merodea en la lluvia", sobre misteriosas muertes causadas por una ser de barro que aparece tras la caída de un cohete en un cerro, al regreso de una expedición lunar: ese es el gran año de Correa, al ser reconocida su obra por Ray Bradbury ("Fahrenheit 951") en una revista estadounidense cuyo editor científico es Isaac Asimov ("Yo, robot").

Elena Aldunate, en paralelo y quizás animada por este respaldo a las letras nacionales, trabaja en el relato "Juana y la cibernética", publicado en 1963, donde una mujer virgen y ya entrada en años explora su erotismo con una máquina, tal vez una adaptación libre de la historia de los vibradores, porque la vida de "la dama de la ciencia ficción" chilena, título que al parecer hasta ahora no está en disputa, es marcada por la castidad y la ciencia como fórmula de liberación, ya que "Del cosmos las quieren vírgenes" es su obra reeditada hasta hoy, en un mundo que tal vez le sería complicado sobrellevar, a causa de sus críticas al voto de la mujer y el feminismo, plasmadas en entrevistas de los años 80.

Pero cada época tiene sus lenguajes y miedos: Aldunate muere en 2005 y ese mismo año Jorge Baradit ("Historia secreta de Chile"), centrado entonces en el vínculo entre los humanos y los aparatos electrónicos, edita "Ygdrasil", la historia de Mariana, una joven chilena en México que, tras múltiples maltratos por parte de su padre, se convierte en asesina a sueldo e ingresa a un sistema virtual y a la vez real que administra los destinos del mundo, permitiendo todo tipo de abusos contra los más vulnerables, narrados de manera escatológica.

Baradit llama la atención con su "ciberchamanismo" y el sadomasoquismo, conceptos alterados y aterrizados en el Chile más concreto de "Synco", ucronía donde Augusto Pinochet detiene el golpe de Estado, y el Presidente Salvador Allende junto a Fernando Flores inventan las bases del Internet como lo conocemos hoy, para optimizar los recursos materiales y humanos del país. En la gestación de esta novela, además, participó el diseñador web Carlos Gaona.

Synco también es el nombre con que se conoció Cybersyn, el proyecto real de planificación económica, aplicando sistemas cibernéticos, desarrollado por Allende, cuya sala de control -de estética futurista para los años 70 -fue replicada en el Centro Cultural Palacio La Moneda y se puede visitar hasta fines de enero.

En otro lugar

Las vulnerabilidades, sin embargo, evolucionan y a comienzos de este año, con un cuidado volumen negro, letras plateadas en relieve y un enigmático dibujo, a partir de una caída mundial de WhatsApp, Francisco Ortega ("Logia") plantea en su libro "Bahamut" que los seres humanos están solos en el universo, lo cual desencadena el miedo y la ansiedad por el vacío, mientras la civilización se reparte el sistema solar y quienes permanecen en la Tierra enfrentan la dictadura de lo políticamente correcto, sumado al triunfo de fundamentalistas religiosos.

La democracia continúa siendo un valor a mediados de este siglo, aunque en permanente riesgo, motivo por el que un sistema similar a una Inteligencia Artificial (IA), Natalia, viaja en el tiempo para advertirlo. En 2038, Miranda, una joven guionista dedicada a corregir textos creados por autómatas, viaja al Área Metropolitana Andes Rancagua (AMAR), donde "exoesqueletos metálicos sostienen las torres dañadas por el gran terremoto de 2029, cuando la quebrada de San Ramón se rajó y el viejo Santiago quedó partido para siempre".

Sobre lo que antes fue la capital chilena "flota un aerostato que anuncia corte de agua por las siguientes siete horas. Colchones acomodados en balcones y terrazas delatan a quienes ya no aguantan los calores nocturnos", aunque entre los años 2110 y 2250 se ejecutará la "primera terraformación lunar" para detener el cambio climático. No obstante, en 2038 el papá de Miranda lamenta "qué horror y error fue poner la empatía por sobre la razón. Dostoievski nos lo advirtió: la falsa tolerancia amedrentó y enmudeció a los inteligentes y les dio voz a los estúpidos".

La hija luego asevera que "las personas como yo somos más respetadas y tenemos más derechos que nunca en la historia humana, pero la concepción oficial volvió a ser biológica y binaria", en un sistema donde las pandemias se suceden, idea ya planteada por el también guionista Julio Rojas ("El final del metaverso") en el podcast "Caso 63", popular durante el confinamiento por covid-19, que luego fue adaptado en Estados Unidos con la voz de Julianne Moore y prepara su llegada a la pantalla grande.

Rojas hace unas semanas publicó la novela "Freeland", protagonizada por Alexander Humboldt, que a sus 17 años, al igual que el científico del XVIII, cuestiona e intenta redefinir la geografía, aunque el joven Alex vive y es castigado en una suerte de refundación de la humanidad donde se afirma que "las fotografías de la Tierra redonda desde el espacio son todas falsas, manipuladas por gobiernos y organizaciones internacionales para mantener a la población bajo control y desinformada": el terraplanismo ganó y las vacunas se consideran métodos bárbaros.

El autor, asimismo, retoma la idea de "Cántico por Leibowitz", de Walter M. Miller, al afirmar que "la electromecánica y sus espejos negros -ambos productos del gnomo Satanás- había convertido a la especie humana en un grupo de ignorantes", donde teorías "más conservadoras, afirmaban que había sido producto de la política de agregar flúor en el agua. Otras, más radicales, indicaban que el gnomo caído había utilizado control mental mediante unas antenas que enviaban ondas que actuaban en el grafeno de las vacunas, logrando que la mayor parte de la población enloqueciera".