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Julio Muñoz, profesor y director de teatro:

"Esta herida no se terminará nunca si no se limpia ni lava, no sanará jamás"

Luego de ver y sufrir en primera persona las consecuencias de la dictadura, el también profesor de la disciplina canalizó sus vivencias, a través del arte.
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espectaculo@diarioelsur.cl

En todo Chile donde, ciertamente, el Biobío no fue la excepción, hubo muchos hombres y mujeres del mundo del artes que sufrieron prisión, tortura y en muchos casos desaparición.

Uno de ellos fue Julio Muñoz, destacado profesor y director de teatro, quien inició sus primeros pasos como actor siendo estudiante de Ingeniería en Madera en la entonces U. Técnica del Estado Sede Concepción, en 1970.

Siempre bajo la dirección de Ximena Ramírez, desde 1971 fue dirigente de la Federación de Estudiantes, ejerciendo cargos relacionados con el mundo cultural. Un universo, dice, al que llegó casi por casualidad y fruto de su brillante y magnética personalidad. Cualidades que mantiene.

El 11 de septiembre, al igual que muchos dirigentes, fue expulsado de la casa de estudios, y se le prohibió el ingreso al que fue su hogar desde que llegó de su natal Angol. Tenía 24 años.

"Fui detenido el 10 de octubre y llevado a la 4ª Comisaría de Concepción, ahí en Salas con San Martín. Era una cosa terrible, mataron al intendente Álvarez, la primera autoridad política de la región", recuerda.

Si bien sufrió torturas, Muñoz es enfático en señalar que no fue mucho, debido a lo que define como "hechos favorables" que hicieron que no viviera los cruentos interrogatorios que allí sucedían. "Mi dolor más grande era ver llegar a mis compañeros muy mal", asegura.

Luego de cuatro días de interrogatorios, su destino sería el Estadio Regional. Un lugar donde, según cuenta, los interrogatorios sí eran más bravos, casi una tortura psicológica. Permaneciendo hasta febrero de 1974, luego de un Consejo de Guerra, fue condenado a 51 días de prisión, siendo conminado a Chacabuco 70. Es aquí, junto con su estada en el estadio, cuando aparece su salvación, el arte. El sacerdote Manuel Camilo Vial fue clave en ello.

"Él fue cachando, de a poco, que aquí había un error garrafal, escuchaba nuestra conversación y veía que éramos personas que no teníamos por dónde ser crueles asesinos y empeñados por matar a nadie. Todo lo contrario, éramos seguidores de Allende y su consigna del socialismo por vía pacífica. En eso creíamos", dice.

La misa, a la que asistían creyentes y no creyentes, fue crucial. "Con el solo hecho de llevarnos la guitarra, yo fui de los primeros en ir", recuerda entre risas. "Fue surgiendo esta idea de que el arte es salvador, entonces, cuando salí de la cárcel y me fui a Santiago, busqué refugio en eso. Llegué a mediados del 75".

- ¿Cómo logra esta relación entre el dolor y la muerte, y transformarlo en amor y esperanza?

- Pensándolo cada vez más, creo que la guitarra que Camilo Vial llevó a la cárcel fue mágica. Cuando llegamos luego del Consejo de Guerra, al patio de los condenados, también llevó una melódica. Con esos dos instrumentos y unos tambores, armábamos una orquesta para hacer show. Cantábamos canciones de la época como Nicola Di Bari. Nos dedicábamos casi todo el día a eso, lo demás era hacer anillos o pulseras con monedas de plata, para venderlas y tener dinero extra para comer más rico o ayudar a la familia. Aprendimos cómo manejar un grupo, estudiar música y fue fantástico. Ahí pensé, el arte te puede salvar y me voy a dedicar a esto.

Educar es sanar

"Con las patas y el buche", confiesa entre risas, luego de toda la experiencia adquirida en la cárcel, en Santiago, en su paso por el mítico Teatro Caracol de Concepción y, ciertamente, en sus inicios en la disciplina, se presentó en el Instituto de Humanidades para ofrecer un taller en 1976.

Al director, quien tenía su mismo apellido -Vinett- le gustó la idea. A partir de ahí ha pasado por el Colegio Metodista, Sagrados Corazones, Saint John's, School, Petrox, Machasa, Colegio Médico, fundó el ya mítico Teatro El Rostro (1978) y hoy desarrolla sus labores en la Universidad Católica de la Santísima Concepción, solo por nombrar algunos lugares.

"Me conmovió el apoyo de la Iglesia Católica, me hizo no cambiar mi punto de vista ideológico o cultural. Estaba la fe de personas como Camilo Vial, Carlos Puentes, Alejandro Goic, José Manuel Santos o las monjitas del Sagrados Corazones", recuerda.

- ¿El teatro era para usted una forma de resistencia?

- Se tornó en eso. Esto era para ganarme la vida y lo disfrutaba mucho. Yo dije, 'es mi trabajo, no voy a mezclar la política con esto', pero el hecho de hacerlo hacía que los niños pensaran por si mismos. Cuestionaran la realidad y claro que era resistencia, pero no preconcebida por mí, solo era.

- Y todo esto lo aprendió en la cárcel…

- Claro, surgió ahí, que el arte era, en cualquier estado y lugar, un elemento de resistencia al poder.

- ¿Qué nos falta como país a 50 años del Golpe?

-La pregunta es si puede haber una verdad universal, ¿cuándo nos acercamos a ella? Hoy se ve como imposible, porque quienes son contrarios, se les llaman negacionistas, porque niegan la verdad. De algún modo, están capturados por la historia, porque si la admiten tienen que dar cuentas de cosas a las que se han comprometido no hacerlo, por un pacto de honor. Para los militares el honor es todo. La Iglesia tiene una verdad establecida hace mucho, por todos los documentos y lo que quedó de esa época. Falta que exista, de parte de los estadistas, de todas las corrientes, el decir 'si queremos sanar las viejas heridas, la única manera de curarlas es limpiándolas'. Es ponernos de acuerdo, un reconocimiento.

-Algo más patente…

- Seguro, si hubo culpables que sean castigados como corresponde. Cuando se habla de ni perdón ni olvido, por mi lado, es porque ese perdón no ha sido solicitado. Ellos saben que pasó y donde están las personas. Me gustaría que estos 50 años ayudaran a que al fin se pudiera adquirir conciencia de todo. Esta herida no se terminará nunca si no se limpia ni lava, no sanará jamás.

Actor local partió a los 87 años

Fallecimiento de Juan Arévalo fue profundamente sentido en el medio teatral

Seremi de las Culturas, Orly Pradena, destacó la entrega de este formador y presencia clave en las tablas penquistas.
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Profundo pesar causó la muerte a los 87 años del "Huaso" Arévalo, como era conocido, Juan Arévalo Figueroa, en los tiempos en que fue alumno de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile.

La partida del actor de teatro y cine se produjo esta semana, por complicaciones de salud.

Premio Regional de Arte y Cultura en la categoría Artes Escénicas, en 2016, Arévalo es recordado por su gran compromiso en cada uno de los proyectos que emprendía, desde estrenos teatrales con El Rostro, hasta trabajos para cortometrajes de estudiantes del área audiovisual.

"Sin duda éste es un momento muy triste para el teatro de la región del Biobío. Juan Arévalo representó una etapa muy importante de la historia de las artes escénicas. Sólo nos consuela haber podido reconocer en vida su trayectoria y compromiso con la cultura local", señaló Orly Pradena, Seremi de las Culturas, en torno a este inefable personaje de la cultura local.

Parte de la historia

Con residencia conocida en la comuna puerto, la autoridad cultural destacó que el actor fue parte gravitante de este desarrollo, especialmente, en lo que refiere al teatro, destacando el trabajo realizado en su momento en El Rostro, donde destacó en obras como "Testimonio sobre las muertes de Sabina", entre otras.

"Efectivamente, fue parte del desarrollo del teatro en Concepción en su etapa más fecunda y esplendorosa, cuando se suma al elenco del emblemático Teatro de la Universidad de Concepción (TUC)", señaló Pradena, quien en su calidad de actriz agradeció el trabajo "sincero y dedicado" que llevó a cabo. "Muchas de sus semillas son las que alumbran hoy las tablas de la región del Biobío", resumió.

Cuando se le concedió el premio en Artes Escénicas, Arévalo recordó que tuvo una vida de carácter movido entre una y otra ciudad en la que vivió. "Nací en Angol, donde cursé mi enseñanza básica y parte de la media. Luego me vine a Concepción al Liceo Enrique Molina y después entré a la Universidad de Concepción a estudiar Derecho (tres años). Ese fue el acuerdo al que llegué con mi madre y mis hermanos mayores. Sin embargo, estando en esa casa de estudios surgió con fuerza mi afición al teatro", la cual floreció tras su paso por el TUC.

Mientras cursaba la carrera relacionada con las leyes, comenzó a hacer teatro en la academia que tenía el Teatro de la Universidad de Concepción (TUC), lo que constituyó una enorme base tras viajar a Santiago. En la capital estuvo 18 años junto a distintas compañías profesionales y artísticas como Ictus, Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile y en el Teatro de la Universidad de Chile.

Luego, regresó a Concepción tras ganar un concurso del TUC. "Logré entrar a trabajar como actor en esa compañía, algo que siempre quise. Sin embargo, duró muy poco, porque vino el Golpe de Estado y al día siguiente, a las diez de la mañana, estábamos todos despedidos", señaló Arévalo en 2016.

Sobre su apodo, "Huaso", Juan Arévalo lo tuvo cuando realizó su primer papel en las tablas, donde hizo de huaso. "Antes, el provinciano tenía muchas cosas que los distinguían, como su manera de vestir, de hablar, entre otras cosas que delataban el ser de provincia. Aunque cuando llegué a Santiago estaba más despercudido, igual me decían el "Huaso" Arévalo", comentaba con ocasión del reconocimiento de hace seis años.

Uno de los puntos altos en su carrera fue haber trabajado con Víctor Jara. Tuvo una ayudantía de dirección y también como actor.

"Víctor quería realizar la obra 'Ánimas de día claro" con estudiantes y Bélgica Castro como protagonista. Estaba conforme con el elenco y nosotros felices, pero la compañía de la Chile decidió montarla, con la condición de que además de Bélgica, los demás actores debían ser profesionales de planta y no alumnos. Son cosas que pasan", en sus palabras.