Cuando la ciencia ficción disecta a la sociedad moderna
En su novela "La infancia del mundo", el escritor trasandino construye un mundo largamente agobiado por los efectos del cambio climático y satiriza las obsesiones de las grandes compañías tecnológicas y sus líderes.
Por Amelia Carvallo
El escritor argentino Michel Nieva imagina en su nueva novela, "La infancia del mundo", un lejano año 2272, en un planeta donde el aumento de la temperatura ha hecho que los hielos antárticos se derritan y lo que se conocía como Argentina ahora se llame el Caribe Pampeano y el Caribe Antártico.
En esos días donde ya no hay invierno ni frío, la clavija que hace girar al capitalismo la maneja un tipo de especulación financiera, las virofinanzas, que une los temores a nuevas pandemias y la identificación de nuevos virus con su potencial monetario en la llamada Bolsa de Valores de La Pampa.
En esa cotidianeidad apocalíptica, los niños siguen jugando videojuegos y el que la rompe es el llamado Pampatronics, que por supuesto tiene su copia pirata, y que pone en combate a dos bandos irreconciliables: Cristianos versus Indios que escenifican las míticas Guerras del Chaco por el control de la llanura argentina.
Los ejes
La novela también se desplaza por los lindes del tiempo y alude a las edades de la Tierra, a los tiempos geológicos y esa infancia o época primigenia que siempre amenaza con volver con su anarquía o multiplicidad. Hacia el final, los últimos renglones se precipitan a un clímax o estado de trance donde se atisba una inmemorial inteligencia. Reflexiones sobre los ecosistemas como mercancías, las vueltas del colonialismo travestido en hi-tec y los genocidios nunca purgados del continente, son también parte de esta corta nouvelle que en su versión como cuento ganó el premio O. Henry de ficción corta y formó parte del libro editado por Valeria Luiselli y publicado por Anchor Books.
Escogido por la revista Granta en 2021 como uno de los mejores escritores latinoamericanos de menos de 35 años, Nieva es autor también de las novelas "¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?" y "Ascenso y apogeo del imperio argentino", además de los poemas reunidos en "Papelera de reciclaje".
Desde Nueva York, donde vive, trabaja y estudia, el autor nos cuenta que acaba de terminar un pequeño libro de ensayos que saldrá publicado en febrero próximo, un volumen llamado "Ciencia ficción capitalista" en el cual reflexiona sobre las narrativas corporativas que emprenden los multimillonarios de empresas tecnológicas y cómo acuden a la ciencia ficción para desarrollar sus productos.
-En tu novela hay una alusión a un capitalismo que estetiza el cambio climático. ¿En quiénes pensabas al escribir?
-En el libro hay una sátira a personajes como Elon Musk, o como Mark Zuckerberg, y este tipo de corporaciones que cada vez de una manera más sistemática y evidente se apropian de las estéticas y la narrativa de la ciencia ficción para fetichizar sus productos, sus mercancías. Por ejemplo, el Metaverso de Zuckerberg surge de una novela de Neal Stephenson, de "Snow Crash", o el proyecto extraplanetario de Elon Musk, de SpaceX, toma la estética de los trajes y de las naves espaciales que hace un diseñador de películas de ciencia ficción de Hollywood.
-¿Y cuál crees que es el valor político de la ciencia ficción?
-Creo que es el discurso que de manera más central, pese a tener un origen como un género menor, puede discutir con estas grandes narrativas del capitalismo como supuestas soluciones al cambio climático. En realidad son fantasías que van a permitir que solo el uno por ciento de la humanidad, que es a la que pertenecen y representan estos multimillonarios, tengan una solución, mientras que al resto lo dejan condenado al apocalipsis total. Creo que el valor de la ciencia ficción es tener la capacidad de ser el mismo discurso que usan estos multimillonarios para poder criticar sus proyectos o entenderlos desde otra perspectiva.
Un niño y su madre
Crisis climática y epidemia también se cruzan en la historia del protagonista, el triste niño dengue que habita con su madre en la "sucia y macilenta" ciudad de Victorica, distante 150 kilómetros de la suntuosa Santa Rosa y sus "paradisíacas playas", donde la madre trabaja con gran esfuerzo. El niño es un mosquito humanoide, una criatura divergente, monstruosa y única que sufre el hostigamiento de los niños en la escuela.
En este paisaje subvertido, donde el hielo se ha vuelto trópico hay ecos de los desvaríos de Poe y de Lovecraft, así como hay claras referencias a Kafka y su Gregorio Samsa devenido escarabajo y algunos ecos de William Golding y su "El señor de las moscas" cuando expone la infinita inventiva infantil para la burla y el placer de maltratar al diferente.
En el Canal Interoceánico de La Pampa, un pasadizo de tierra desmembrada por donde corre el Mar Argentino, se trafican drogas estimulantes como el binodinal y el benereoTT, así como el llamado ovejín, una especie de animal sintético que emula las propiedades de un órgano sexual que se ajusta a los deseos de su usuario; también se han visto una piedritas muy singulares que son de la Antártida y tienen poderes telepáticos.
-Leí por ahí que este libro empezó a tomar forma desde un cuento que tenía como tema central el verano.
-Sí, surgió a partir de un cuento que me habían pedido para una revista en época de verano, en un momento que había una ola de calor muy fuerte en Argentina y querían politizar la idea del verano a partir del cambio climático.
-¿Y cómo fue agarrando vuelo, siempre estuvo en clave distópica, en una Argentina del 2272 azotada por el cambio climático?
-Y sí, primero apareció la geografía de la Antártida en un futuro que era el Caribe Antártico, y era una historia muy breve de una madre con su hijo en estas playas, y bueno, como después ese mundo me seguía pidiendo historias, surgió todo el resto del libro. Mi interés era pensar cómo narrar las grandes temporalidades que introduce el cambio climático en la cultura -como es el tiempo de la geología, de lo planetario, o de otro tipo de agencias no humanas como puede ser un virus- al tiempo de la literatura. En el libro hay una experimentación con eso y con técnicas narrativas no literarias como pueden ser los mapas que tienen la estética como de los mapas con que se estudia en la escuela, o los que aparecen en los videojuegos, o en los museos de ciencias naturales.
-¿Militas o tienes algún compromiso con alguna causa medioambiental?
-Mi militancia es como escritor de ciencia ficción y lo que puedo proponer desde ese lugar con mi literatura. No milito en ningún partido político, pero en Argentina están empezando a surgir movimientos interesantes, sobre todo de comunidades indígenas que defienden territorios contra el avance de la extracción de recursos de alto impacto ambiental como es el litio en el norte, o en el sur el fracking. Apoyo esas causas desde mi lugar de escritor. Sumando a este último comentario, hay una frase del antropólogo Eduardo Viveiros de Castro que me parece muy elocuente y es que las comunidades indígenas ya vivieron el fin del mundo que fue la conquista de América y la devastación y saqueo de sus territorios, así como la introducción de enfermedades. Por eso las comunidades indígenas son las únicas que tienen un archivo y una sabiduría de la que se puede aprender en la actual emergencia climática para pensar alternativas al calentamiento climático y las catástrofes que está desatando.