Las ciudades ofrecen muchas oportunidades, tanto laborales, educacionales, de servicios y recreativas, y concentran actividades económicas, talento y creatividad. Sin embargo, las ciudades también son fuente de dilemas y conflictos asociados con el convivir en espacios compartidos.
En este contexto, la buena convivencia urbana es crucial. Por buena convivencia urbana me refiero a la capacidad de vivir juntos, respetándonos, organizándonos y armonizando los intereses individuales con los colectivos. En última instancia, la buena convivencia urbana contribuye a mejores ciudades y a una mejor calidad de vida de sus habitantes.
Diversas normas, políticas y programas inciden en cómo organizamos y armonizamos los distintos intereses dentro de la ciudad. Más aún, estos tienen la capacidad de modificar positivamente el comportamiento de las personas, contribuyendo a la buena convivencia. Por el contrario, la falta de atención o mala gestión de ciertos temas puede modificar negativamente el comportamiento de las personas y la buena convivencia urbana. Me voy a referir a dos ejemplos que ilustran esta situación.
El primer ejemplo son los programas de reciclaje. Aquellos que facilitan los procesos de separación y desecho no sólo son mucho más exitosos en la cantidad de reciclables que recogen, sino que generan un cambio en el comportamiento de las personas, y personas que normalmente no reciclaban comienzan a hacerlo y son más conscientes de lo que consumen y desechan. Por el contrario, sistemas donde la separación y desecho de los reciclables es complicada reducen la cantidad de gente que recicla y pueden incluso llevar a que personas dejen de hacerlo por las dificultades que esto conlleva. Lamentablemente, en el caso de Concepción, si bien ha habido avances, todavía el reciclaje sigue siendo algo difícil. Aún peor, no es raro que los puntos de reciclaje estén llenos, lo que lleva a algunas personas a depositar sus reciclados en la calle, ensuciando el espacio público y en última instancia afectando la buena convivencia.
El segundo ejemplo son los estacionamientos en la vía pública. La regulación en ubicación, restricción horaria y cobro de los estacionamientos puede modificar el comportamiento de las personas, promoviendo el uso ocasional y restringido de los estacionamientos y la preferencia por modos de transporte distintos al auto, como el transporte público o la bicicleta. Sin embargo, la falta de regulación al respecto, tal como lo hemos visto en el centro de Concepción en estos últimos meses, puede modificar negativamente el comportamiento de las personas. Se hace evidente en el centro que la desregulación ha llevado a que más gente se estacione por todo el día. Esto implica que ciudadanos que antes se estacionaban por períodos cortos para hacer trámites puntuales ya no lo puedan hacer, y esto a su vez ha llevado a algunos de estos choferes a estacionarse de manera ilegal, en calles donde el estacionamiento está prohibido, en doble fila, o incluso en veredas, dificultando el tránsito vehicular y peatonal. Basta darse una vuelta por las cercanías de algún colegio del centro en horario de salida para ver el caos que se genera. Espero que esta situación mejore ahora que se licitaron los parquímetros, aunque falta mucho por avanzar en regulación y fiscalización de los estacionamientos para promover la buena convivencia urbana.
Estos dos ejemplos muestran cómo las políticas públicas y gestión urbana pueden modificar el comportamiento de las personas, tanto positiva como negativamente, en aspectos tan diversos como reciclaje y estacionamiento. Más aún, ejemplifican el impacto que pueden tener en la buena convivencia urbana al contribuir a armonizar o a tensionar los intereses individuales con los colectivos.