Es necesario cuidar nuestra democracia
El domingo se realizaron las elecciones de los 50 consejeros constituyentes que tendrán la misión de pronunciarse sobre las bases de la nueva Constitución, junto a un panel de expertos.
La prestigiosa revista The Economist, que evalúa de forma anual los sistemas políticos de cada país, situó hace un tiempo a Chile como la tercera mejor democracia latinoamericana y número 23 a nivel mundial. Desde luego que es un reconocimiento relevante, considerando que el país cayó en una profunda crisis en la década del 70, que llevó a la interrupción del sistema democrático y a un paréntesis de diecisiete años bajo un régimen militar. Una vez retomado el proceso en 1990 nuestro país ha tratado de darse una nueva institucionalidad, pero muestra síntomas negativos que ya generan una fuerte desconfianza de la ciudadanía.
La ciudadanía estima que la clase política no ha sabido interpretar las expectativas de las personas. La desilusión se fundamenta en que no ven que sus problemas reales estén considerados en las agendas temáticas de los partidos. Hay quienes plantean que los políticos de todas las tendencias no muestran interés en trabajar por sacar adelante el país, sobre todo en el esfuerzo conjunto que se necesita, más allá de la guerrilla de declaraciones. Al parecer, la clase política no ha entendido bien el rol que les corresponde desempeñar cuando están en el gobierno y cuando están en la oposición. No se aprecia un interés por salvar las diferencias para resolver unidos los problemas reales de la gente, más que sus propios intereses personales y partidistas. Tal vez eso explique la alta votación del Partido Republicano, que hizo su campaña basada en la necesidad de controlar la violencia, el narcotráfico y dar más atribuciones y medios a las policías.
Chile es una democracia, pero tiene mucho por corregir y avanzar. No debe servir de consuelo que otros países estén en peor situación. Riesgosos son los casos de corrupción, de malos manejos, de estrategias políticas destructivas, que se conocen con cierta frecuencia. Es cierto, no son las instituciones como tales las que lo hacen, sino algunos de sus representantes, pero lo lamentable es que esos episodios van generando desconfianza en la ciudadanía. Durante los últimos años se han conocido casos de corrupción en diversas instituciones, que inicialmente aparecieron como casos muy aislados, pero que a medida que transcurre el tiempo se van haciendo más habituales. La corrupción es un fenómeno que ataca de preferencia a las democracias jóvenes, y que genera un impacto negativo, por la desconfianza en el sistema institucional y por el mal uso de recursos que son escasos.
La democracia es un proceso de permanente construcción humana, lo que quiere decir que sufre avances y retrocesos dependiendo de las mayorías, de su empoderamiento y de efectos externos que modifican los pensamientos y la cultura. Más democracia es mejor, pero eso exige más trabajo, participación y responsabilidad. El desinterés de las personas por ayudar a construir los procesos democráticos o la desconfianza sólo conduce al debilitamiento de la institucionalidad y a dejarla expuesta a los populismos, que van de la mano con algunas demandas poco racionales de la sociedad y el propio descrédito de la clase política. Hoy es más necesaria la moderación.
Cada vez es más difícil gobernar, por las presiones de una sociedad atomizada que se urge por el día a día, por lo que es cada vez más complejo delinear a largo plazo. Un detalle sorprendente de estos tiempos es la demanda por mayor autoridad y un rol más activo del Estado y sus potestades, porque parece que hay una sensación de que ciertos temas -como la delincuencia y el narcotráfico, por ejemplo- están fuera de control, lo que genera vacíos e incertidumbre, que muchos entienden como falla del sistema, o una ausencia del Estado.
Chile es una democracia, que tiene mucho por corregir y avanzar. No debe servir de consuelo que otros países estén en peor situación. Riesgosos son los casos de corrupción y de malos manejos,