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Casona ha sido testigo privilegiado de la historia de Tomé

El Palomar sigue firme en la búsqueda de ser declarada Monumento Nacional

Emblemático inmueble tomecino no sufrió daños estructurales con un siniestro que lo afectó el pasado 14 de abril. Sin embargo, es una muestra más de su continuo abandono.
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Por Nicolás Martínez Ramírez

Siendo habitada por indigentes y en un avanzado estado de deterioro, El Palomar es todo un símbolo en Tomé, acompañando a diversas generaciones en la comuna.

La construcción ha sido precisada por décadas como un lugar embrujado. Y si bien su aspecto a mal traer puede reflejar aquello, lo cierto es que más de una persona asegura haber escuchado voces y visto fantasmas.

Lo cierto es que, a estas alturas, lo único seguro es que la construcción parece -precisamente- un fantasma de lo que fue. Un testigo privilegiado del desarrollo de Tomé a lo largo del siglo XX.

"El Palomar es una de las casas más características de Tomé. Fue un chalet particular levantado a comienzos del siglo XX, ocupando técnicas constructivas tradicionales en madera y tierra, y un diseño de aire europeo rico en detalles, denotando la maestría de expertos carpinteros", señala Alexander Bustos, arquitecto especialista en Patrimonio.

Hoy, este viejo anciano sufre las consecuencias de un incendio vivido el pasado 14 de abril, el cual destruyó parte de su techo, pero -gracias a su materialidad- no sufrió daño estructural.

época dorada

Precisar la fecha de construcción es complejo, sin embargo, según antecedentes, en 1913 ya figuraba en un plano municipal.

Para el académico de Historia de la UCSC, Gonzalo Ortega, el histórico inmueble es el único identificable en el centro de la ciudad. "Tras la demolición de la Casa Hinrichsen (2010), éste es el único testigo de la historia urbana de Tomé que va quedando en pie, y que ha resistido a los terremotos de 1939, 1960 y 2010", dijo.

Eso -acota- se debe a su técnica constructiva en tierra y maderas extranjeras, en quincha. "Permitió que resistiera al fuego del viernes 14 de abril", destaca.

Misma idea comparte Bustos, quien puntualiza que las llamas que consumieron su techumbre, no marcan el fin de su historia.

"Aún ahora los gruesos pilares de madera que la sostienen siguen firmes, con mínimos daños superficiales, gracias a los rellenos de adobe y revoques de tierra. En estos momentos el agua, y no el fuego, es la amenaza más grande para su supervivencia", señala.

Ubicada en una zona de expansión urbana, fue concebida como una casona tipo quinta, por lo que se presume que fue parte de un sitio de uso agrícola. Testigo del desarrollo político de la época -por su propietario el ministro de Guerra y Marina y varias veces diputado, Ramón León Luco-, lo fue también del auge que vivió la zona con la industria del trigo, vino y textil.

Sin embargo, es más recordada por su intenso uso, principalmente en los años 50, como internado de la Escuela de Artesanos Textiles, precursora del actual Liceo Industrial de Tomé que existe a sus pies.

"A pesar del formal abandono de décadas y el reciente siniestro, permanece estoica y se sostiene estructuralmente; manteniéndose como un símbolo de la resistencia del patrimonio -en riesgo- de Tomé. Es reconocida por la comunidad a través del relato oral, el misticismo y ciertas leyendas urbanas que se han construido en sus años de existencia", cuenta Ortega.

Resguardada en esta historia y en buscar opciones para combatir su abandono, el municipio tomecino presentó -en octubre pasado- un expediente de declaratoria como Monumento Histórico Nacional ante el Consejo de Monumentos Nacionales.

"Entendemos que esa carpeta debiera revisarse este año. Hemos dialogado con algunos representantes del Colegio de Arquitectos y se nos dijo que El Palomar no sufrió daño estructural, lo que es una luz en esta tragedia. Como Municipalidad vamos a acompañar las acciones legales en caso de que los entes pertinentes determinen intencionalidad en el siniestro", aseguró el alcalde (s) de Tomé, Félix Quiroga.

La ley 17.288 de Monumentos Nacionales es clara sobre lo que puede ser declarado como tal -en cualquiera de sus categorías- sin embargo, no especifica impedimentos para la declaratoria.

"Urge emprender una obra provisoria de techumbre, para una restauración. Desde el punto de vista técnico, podemos dar fe de que su solidez es suficiente para emprender un trabajo exitoso", puntualiza Alexander Bustos.

110 años o quizás más son los del histórico inmueble, testigo del desarrollo industrial y social de Tomé.

Comentario de Literatura

"Ciudad gris": trazos de vida que devienen en cuentos

Debut literario de Ignacio B. Morales tienen esa cualidad honesta de trazar los miedos que implica crecer.
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Por Sebastián Grant Del Río

Los ocho cuentos de Ignacio B. Morales reunidos en "Ciudad gris", debut literario del escritor penquista nacido en 1990; están marcados por cuestiones generacionales -de quienes han pasado los 30- que apuntan a esos vacíos o decisiones vitales que se toman con ciertas dudas.

Algo así como un señuelo conectado al temor que produce la vida independiente -irse del hogar- o algunas no presencias que, B. Morales, indica en ese padre que nunca estuvo. O estuvo y fue parte en una parte de la vida, pero que después partió en cuerpo presente -la fisicidad- como una presencia que abandona.

En estos cuentos, algunos más logrados que otros, pero siempre escritos desde un plano de matices confesionales; están fundados en una puesta en escena de construcción simple, y cuyas profundidades se sienten en la medida que van pasando los párrafos de historias "grises", en atención al título publicado por Trayecto Editorial (febrero de 2023).

En base a lo anterior, se produce la empatía con estos cuadros de la vida cotidiana que, por ahí juegan, con atisbos del fantástico -fantasmas o presencias- situaciones dramáticas, cuotas de humor negro o cierta lejanía de personajes que expelen ternura y ganas de ser escuchados. De contar sus cosas, de llorar, aunque "los hombres no lloren", de los mejores momentos en esta escritura.

La emoción

Se trata de detalles tonales devenidos en "personajes" que remarcan las condiciones de los protagonistas (el cargo de conciencia, por ejemplo, en "Absolución"). Éste mismo, una historia que hace del padre una contundencia nefasta, al final, por la influencia que ejerce en el hijo (por ahí nos lleva a uno de los cuadros de "Relatos salvajes", película argentina estrenada en 2014 de episodios autoconclusivos).

Es allí donde volvemos a esa forma narrativa y estructural de contar a partir de cuentos "independientes" pero que, igualmente, percibimos conectados en el hacer y trayectos externos e internos de los personajes de B. Morales.

Aparecen cuestiones como la emoción, que el autor crea desde la construcción realista, y donde las decisiones vienen de quienes pululan por ahí, a lo Samanta Schweblin o Mariana Enríquez.

Sacan a flote miedos, terrores y psicologías sin estar totalmente definidas, para dar los próximos pasos (a veces son decisiones y otras las sorpresas que se le presentan a los protagonistas).

De fondo la ciudad, Concepción, San Pedro o Talcahuano, que devienen paisajes urbanos que no acogen totalmente, entre departamentos, habitaciones u oficinas a otra dimensión ("La oficina de tránsito"). En todo caso, nunca llegarán a la altura tonal del hogar materno y la central figura de la madre o la abuela. Es ahí donde acá está marcado el mayor peso dramático/narrativo de B. Morales, aspectos en los que debería seguir en próximas entregas ficcionales.

Ahora es el padre el que importa, que el que merodea por ahí y que acá se transforma en el detonante para enfrentar a los personajes (y al lector) con procesos de crecimiento, como para no seguir trasladándose a la infancia ("Un paso atrás") o momentos más cómodos.

El autor los tiene claros, los conoce y, por momentos, anhela. Es como qué hubiera pasado si esto no hubiera pasado. Allí, posiblemente, aparecen cuestiones biográficas de la ficción, por lo demás, instancias narrativas de una parte de escritores en la línea de Paulina Flores ("Qué vergüenza", 2016). Plumas que hacen del deambular, las calles, lo urbano y recuerdos de infancia o adolescencia -la televisión o el VHS de barrio- argumentos para relatos que parecieran anécdotas, pero que adquieren una profundidad en la lectura.

Algunos cuentos tienen mejores resultados que otros, entendiendo que B. Morales plantea trozos de vida que se leen bien, incluso, emocionan. Con un gran mérito en ellos, y que tiene que ver con cerrar en finales que te llegan a ganar por nocaut. Y si lo hacen por puntos, es por esa sensación (¿de pandemia?) que me parece honesta: contar algo que le pudo haber pasado al lector que se interna en sus páginas.