Para mí que usted no es de la Isla de Pascua
Acaban de publicar los Ensayos Reunidos de Raúl Zurita. En este extracto, el poeta recuerda sus andanzas con Juan Luis Martínez, el prócer de la Nueva Novela que tartamudeaba poesía.
Por Raúl Zurita
Yo tenía veintiún años, Juan Luis algo más de veintiocho, y compartíamos la máquina de escribir. Era una máquina portátil, eléctrica, para esa época un verdadero lujo que nos habíamos procurado borroneando un poco la frontera que separa el impulso trasgresor del joven artista de la simple delincuencia. Éramos poetas, jóvenes y delincuentes. Yo me había casado con su hermana menor, Miriam, no menos talentosa que él, y poco después él lo haría con Eliana, que lo amó, lo cuidó y comprendió la magnitud de la obra de su marido. Han pasado cuarenta y cinco años. Al fondo, el omnipresente sonido de las olas rompiéndose entraba por las ventanas sin vidrios de la casa de sus padres. Vivíamos todos juntos y sólo años más tarde, cuando me debatía entre el horror de la dictadura y mi propia autodestrucción, me di cuenta de que había sido un tiempo feliz.
Quiero hablar entonces de ese tiempo feliz antes que se borre del todo, donde tuve el extraño privilegio de ver construirse, codo a codo, una de las aventuras creativas más revolucionarias de la literatura y del arte contemporáneos. Pero fue precisamente el pudor de ese privilegio lo que hizo que declinara la invitación a escribir para el imponente libro sobre Juan Luis Martínez editado por Marcelo Rioseco y Braulio Fernández que acaba de publicar la Editorial Universitaria. El libro contiene las investigaciones que veinticinco académicos de distintas partes del mundo han realizado en torno a su obra, las que, junto con justificar con creces el rotundo título que las reúne, Martínez total, dan cuenta del creciente interés internacional que su creación ha venido despertando.
Me pareció entonces que la eficacia y funcionalidad de esos estudios no requerían de lo que hubiese sido con toda seguridad un relato contaminado, es decir, un relato sentimental. La escritura es una forma de la mezquindad; no puede fijar frente a los seres que has amado más que unos rasgos, más que unos sesgos que se estrellan contra los murallones transparentes e insalvables del lenguaje. Intento fijar la palidez de su rostro, una forma de reírse, su leve tartamudeo, pero se me vienen miles de rostros, miles de escenas con él riéndose, miles de frases. No hay un más allá de las palabras; erosionadas y permanentemente rehechas por los vendavales de la nada, una de las condiciones más paradojales de ellas es que, al informarnos del mundo, de lo que nos hablan es de su ausencia.
Es la paradoja central que cruza La nueva novela y creo que es también el tema de fondo que subyace en muchas de las ponencias incluidas en este libro. El punto medular en Juan Luis Martínez no es el otro, no es la pertenencia o no a un nombre, no es la broma de las identidades; era demasiado complejo como para quedarse en eso. Su apuesta no era que algún día el más profundo y lúcido de sus estudiosos, Scott Weintraub, develara lo que llamó la última broma de Juan Luis Martínez: que los poemas del libro Los poemas del otro, aparecido bajo su nombre el 2003, habían sido escritos efectivamente por otro: por un poeta suizo catalán también llamado Juan Luis Martínez, sin tilde, que los publicó en 1976. El único inconveniente, y es insuperable, es que Juan Luis Martínez, el nuestro, había muerto en 1993, diez años antes del libro del 2003, por lo que jamás fue él quien publicó esos poemas y cualquier afirmación que se haga al respecto nos revela efectivamente los bordes de una broma. Porque sí hay una broma y es desternillante: Juan Luis Martínez planteó muchas veces su deseo de escribir un libro en el que ninguna línea fuera de él. Lo planteaba como una aspiración futura, como un ideal a realizar, cuando en realidad ya lo había hecho, y en ese balance ciego entre futuro y pasado no hay más otredad que la otredad del amor y de la muerte. No hay nombres. Juan Luis Martínez no publicó los poemas de Juan Luis Martínez y el alucinante lapsus de nuestro joven estudioso debería aparecer como una nota en La nueva novela. Más allá no podemos ir y tampoco podemos preguntarle nada porque él ya está fuera del lenguaje. La broma infinita es la muerte. Los poemas del otro son los poemas de la noche y de la muerte.
Pero hay un antes de esa noche. Hay una historia de la mirada. Yo tenía no más de siete años y volvía del colegio con mi abuela. Él venía en sentido contrario y la gente se daba vueltas para mirarlo. Era un joven alto, delgado, con el pelo muy largo, pero no fue eso lo que me llamó la atención, sino
"La gente se daba vueltas para mirarlo. Era un joven alto, delgado, con el pelo muy largo, pero no fue eso lo que me llamó la atención".