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Maldigo del alto cielo: leer para capear la soledad

Oscurece más temprano, la temperatura baja y a veces también las pulsaciones, cuando ya no hay quien interrumpa la tarde con un mensaje para verse y caminar de la mano. Ante el frío, leer.
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Por Valeria Barahona

Cuando el amor abandona, quedan los libros. Cientos de miles de páginas con historias de romances. Algunas llegaron a buen puerto, otras se perdieron en el camino. Todas consiguieron trascender mediante el papel o la tinta electrónica.

Caricias con palabras que dicen al lector "aquí no eres extraño", el desamor no es nada nuevo, pero siempre se siente como la primera vez, como escribió Alberto Fuguet en "Mala Onda": "Cuando uno se enamora, y por mucho que uno cree que tiene experiencia de más, al final resulta un novato. Inexperto, vulnerable".

El año pasado llegó a Chile, vía Seix Barral, "Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo", de la española Elvira Sastre, quien en la contratapa de la versión publicada por Valparaíso Ediciones, afirma que "la poesía ayuda a darle nombre a esas cosas que existen pero de las que aún no sabemos que están ahí".

Los fantasmas que habitan en los gestos, en la mesa del comedor en que se compartía el desayuno, sobre las sábanas donde la pasión encontró refugio, aunque al llegar el otoño "nos descubrimos /buscando nuestra cara por la calle, /el café de media tarde /empezaba a saber a un día entero /entre las mantas de tu cama, /desaprendí a dormir /si tu voz no me decía esa noche /que el día siguiente nos veríamos", dice la ganadora -antes de los 30 años- del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, en 1999, con su primera novela, "Días sin ti".

Páginas más adelante, Sastre agrega que "me sobran las huellas /porque me sobra el camino" sin la persona amada, para luego dar paso a uno de sus poemas más citados, "Yo no quiero ser recuerdo", donde pide convertirse en el ser "a quien maldigas en tus insomnios /a quien ames con esa rabia que solo da el odio", versos que son leídos por su autora junto a una banda y ante cientos de personas en teatros de España, México y Argentina. A este último país vendrá en mayo y ya hay entradas en venta.

Sin retorno

"Cualquiera diría al verte /que los catastrofistas fallaron: /no era el fin del mundo lo que venía, /eras tú", sostiene Sastre en "Quiero hacer contigo todo lo que la poesía aún no ha escrito", dando cuenta, quizás, de una pasión tormentosa, aunque no por ello, o tal vez precisamente a causa de esto, honesta como pocas veces se puede encontrar, de esas que se manifiestan con visitas en medio de la noche, caminatas solitarias cuando la ciudad duerme, pequeñas y breves faltas a las buenas costumbres en la vía pública.

Alejandro Zambra ("Poeta chileno") en su novela "La vida privada de los árboles" explica que "a veces Fernando es una mancha en la vida de Daniela, pero quién no es, de vez en cuando, una mancha en la vida de alguien", porque él es el papá de ella, pero quien cuenta la historia es el padrastro de la niña, el segundo marido de su mamá, Verónica, que "no ha regresado de su clase de dibujo. Cuando ella regrese la novela se acaba. Pero mientras no regrese el libro continúa".

El padrastro acuesta a la niña, le cuenta un cuento sobre árboles y espera el regreso de su esposa, tiempo en que a su vez recuerda a un amor que no fue, quien se fue, Karla. O más bien, dejó de dormir en el departamento que compartían, propiedad de ella, y luego le pidió desalojar con un mensaje "escrito a trazos gruesos, con pintura roja, en la pared del living. Un cierto tremendismo le hizo pensar que el mensaje había sido escrito con sangre. Y aunque luego dio con un galón de pintura y descubrió unas pocas manchas regadas en la alfombra, aquella escena falsa quedó grabada en su memoria: aún hoy se sorprende imaginando a Karla cortándose la piel y untando el dedo índice en un creciente charco de sangre".

Verónica sigue sin volver y Julián continúa en sus divagaciones, ve a Daniela convertida en una adulta que enfrenta la disolución del amor y "no puede negar que disfruta cada vez más de la soledad; las semanas con Ernesto, en cambio, le resultan trabadas, ásperas. No es que haya violencia o hastío. Es una especie de falla, una veladura que alguien ha esparcido en la tela".

"Sabe que muy pronto Ernesto ya no regresará. Se imagina desconcertada y luego furiosa y finalmente invadida por una decisiva quietud. Está bien, era sin compromisos, como debe ser: se ama para dejar de amar y se deja de amar para empezar a amar a otros, o para quedarse solos, por un rato o para siempre", agrega Zambra, quien ganó el English Pen Award en 2013, con "Formas de volver a casa".

La obra del autor, al ser mirada en su conjunto, podría interpretarse como alguien en busca del hogar, un lugar donde siempre hay árboles, ya sea grandes o miniaturizados, como "Bonsái". No obstante, la periodista y escritora española Rosa Montero, en "La ridícula idea de no volver a verte", ensayo donde cuenta su viudez y también la de la ganadora dos veces del Premio Nobel, en Física y Química, Marie Curie, a quien suele verse como una mujer muy contenida, racional, pero ante la pérdida del ser amado pareciera que la locura roza los pies.

O las manos de a quien la humanidad le debe los Rayos X. Su marido, Pierre Curie, también Nobel de Física, muere en la calle, atropellado por un coche con caballos: "Parte de su sangre y de sus sesos se habían quedado en el tejido (del pañuelo con que limpia la cara del ahora difunto), y ella se lo guardó, escondiéndolo de todo el mundo", señala Montero, y agrega que en el caso de su viudez "tomé mi duelo como una enfermedad de la que había que curarse cuanto antes. Creo que es un error bastante común, porque en nuestra sociedad la muerte es vista como una anomalía y el duelo, como una patología".

Madame Curie, no obstante, en 1906 escribió en su diario "Pierre mío, me levanto después de haber dormido bien, relativamente tranquila, apenas hace un cuarto de hora de todo eso y, fíjate, otra vez tengo ganas de aullar como un animal salvaje". Quizás aquel amor de verano, o ese "casi algo" no murió, pero al igual que la científica, hoy alguien busca "salvarse de la aniquilación gracias a redactar esas páginas", añade la escritora, porque "en el origen de la creatividad está el sufrimiento".

"Pierre mío, me levanto después de haber dormido bien, relativamente tranquila, apenas hace un cuarto de hora de todo eso y, fíjate, otra vez tengo ganas de aullar como un animal salvaje".