La erupción del volcán Chaitén el año 2008. El terremoto y tsunami del "27F" el año 2010. El incendio en Valparaíso el año 2014. Los incendios en las regiones de O'Higgins, Maule y Biobío en 2017. Los incendios que estamos padeciendo este 2023. En 15 años, al menos, cinco catástrofes han devastado parte importante de nuestro territorio centro sur.
Pareciera ser que la manera de enfrentar cada uno de estos acontecimientos está más cerca de una reacción con lo disponible y "sobre la marcha", atacando el problema en la medida que se detona y avanza. Esta reacción muchas veces se sostiene de las capacidades del Ministerio del Interior de "turno", Conaf, Bomberos, la buena voluntad de alcaldes, habitantes afectados y de otros países.
Así como es un hecho que Chile está fuertemente definido por sus virtudes geográficas y paisajísticas, también es un hecho que somos un país expuesto, de manera constante, a posibles eventos naturales. Esta realidad está siendo intensificada con el cambio climático.
La Onemi cambió su nombre a Senapred. Si bien esta medida ha sido cuestionada por algunos sectores, dado que Onemi se encuentra dentro de la memoria y asociación colectiva, desde al menos la definición del acrónimo va en el sentido correcto.
La "Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior" (Onemi) coloca en el centro la palabra emergencia, desde una mirada más reaccionaria ante los hechos. Sin embargo, el "Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres" (Senapred) define dos etapas asociadas con la catástrofe, la primera sobre posibles acciones preventivas que minimicen los riesgos, y una segunda centrada en la respuesta sobre los hechos.
Evidentemente, los recientes incendios no permiten constatar este cambio de dirección, y nuevamente la respuesta es reaccionaria dado lo reciente de la implementación del Senapred. No obstante, se espera que el cambio sea de fondo y no meramente un ajuste de nombre.
Esta modificación debiese plantearse como un cambio de escala importante, en términos de recursos y ámbitos de acción, siendo parte desde la primera fase de una emergencia, asociada a la prevención y mitigación de desastres, involucrándose en instrumentos de planificación y ordenamiento territorial, permitiendo tomar acciones concretas, estudiadas y analizadas con anterioridad. De igual manera, con anticipación, formalizar redes de colaboración con países que recurrentemente se ven enfrentados a este tipo de desastres, compartiendo inteligencia, tecnología y capacidades.
También se hace fundamental, previo a la emergencia, educar a los habitantes con pertinencia territorial, generando una cultura preventiva en torno a posibles catástrofes.
Durante la emergencia, el liderazgo debe ser claramente definido y coordinado por expertos que han trabajado previamente, con conocimiento técnico, planificación y recursos. Al considerar la etapa preventiva, la emergencia podría disminuir su impacto y mejorar sustancialmente la respuesta frente al desastre.
Hay una tercera etapa que es clave y Senapred no enuncia, que es posterior a la catástrofe, y que se debe abordar con igual importancia, en dónde se tenga claro, desde las lógicas de planificación, la radicación de la gente afectada, generando participación para restablecer redes, y en donde el apoyo psicológico pase a ser fundamental.
Ante la emergencia, pareciera ser que el tiempo, la toma de decisiones y los medios disponibles son los factores más determinantes. Anticipar, responder y acompañar, con acciones concretas, meditadas y como parte de un sistema, nos permitiría manejar el desastre, y no al revés, en donde la emergencia nos obliga a reaccionar sin mucha claridad.