"En nuestras conversaciones sobre desarrollo, el mar prácticamente no aparece"
El biólogo marino, cuyo nombre dio la vuelta al mundo en enero por su hazaña, cuestiona la falta de conciencia que hay sobre el océano. Plantea la necesidad de un mayor interés por parte del empresariado local.
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"Por ello, a la pregunta formulada hace seis mil años por el Eclesiastés: «¿Quién ha podido jamás sondear las profundidades del abismo?», dos hombres entre todos los hombres tienen el derecho de responder ahora. El capitán Nemo y yo". La respuesta formulada en las líneas finales de "Veinte mil leguas de viaje submarino", obra maestra escrita por Julio Verne y publicada en 1870, bien podría ser reemplazada hoy por los nombres del filántropo estadounidense y explorador marino Víctor Vescovo y del director del Instituto Milenio de Oceanografía, Osvaldo Ulloa.
La historia de Vescovo y el académico de la Universidad de Concepción -a quien se sumó el profesor Rubén Escribano- dio la vuelta al mundo luego de que en enero pasado se convirtieran en los primeros seres humanos en bajar más de 8 mil metros para ver los misterios de la Fosa de Atacama, la más grande de su tipo en el planeta y emplazada en el punto de superposición de las placas tectónicas Nazca y Sudamericana. La historia es extraordinaria y vale la pena ser releída, tal como una buena obra literaria, pero no solo por las características de la hazaña, sino que por el aprendizaje y los desafíos que una operación científica de este tipo plantea al país y a la Región del Biobío, en miras de poder relevar el aporte del océano y el conocimiento que brota de las instituciones locales.
La génesis
Solo minutos después de arribar a Concepción, tras un viaje que lo llevó a Suiza para participar en una conferencia científica internacional, el profesor Ulloa contesta el teléfono y de ahí en más la conversación se extiende por 59 minutos exactos. A través de la línea rememora lo que fue una de las expediciones más notables que haya vivido un científico regional. Ya más reposado, y dejada atrás la exposición mediática que trajo consigo su aventura, dice que cada día valora más la oportunidad única que se les presentó, "de haber realizado este viaje al lugar más profundo de nuestro océano, porque era algo que no esperábamos, ya sea por lo lejos que estamos o por el nivel de desarrollo que tiene nuestro país".
Recuerda que todo surgió como consecuencia de la travesía "Atacamex", con la que enviaron un vehículo no tripulado al lugar más profundo de la fosa. Los resultados de este trabajo en la comunidad internacional les permitieron en 2018 compartir con investigadores de renombre que estudian la materia. Uno de ellos era Alan Jamieson, científico escocés que acompañó al magnate Víctor Vescovo a bajar a los lugares más profundos de los cinco océanos del mundo. Así, el contacto crucial con el norteamericano se concretó mediante correo electrónico en julio de 2021, seis meses antes de la inmersión efectuada en el "Limiting Factor", un pequeño sumergible de titanio cubierto de un revestimiento protector de espuma sintética y que gracias a su tecnología hoy abre las puertas a la exploración de los mares a más de 6 mil metros bajo la superficie.
Con seis décadas sobre sus hombros y toda una vida de buceo, el profesor reconoce que la preparación para descender más de 8 mil metros no es algo tan demandante, a excepción del hecho de tener que estar sentado y sin poder moverse por un período de 10 horas. Esto lo obligó a acondicionarse físicamente, tomar clases de yoga para adquirir flexibilidad e, incluso, tener que operarse en octubre de 2021 de un cálculo en la vesícula como medida precautoria. "Lo más importante de todo es la cosa psicológica, es decir, tomar la decisión de poder estar en un espacio tan pequeño, sabiendo que si pasa cualquier cosa allá abajo no hay ninguna posibilidad de rescate", cuenta.
Al momento de comenzar la inmersión no hay mayor dimensión del logro que se va a alcanzar. La atención se concentra en los ruidos y en la conversación con Víctor Vescovo, que ayuda a aplacar 3,5 horas de bajada, pese a que anteriormente no había existido la posibilidad de hablar a solas y en extenso. La plática entonces se va a los relatos de vida: la experiencia escolar, por qué Ulloa llegó a la oceanografía, o cómo Vescovo se hizo de su fortuna y del interés de explorar las fosas. Casi sin darse cuenta, pasan los minutos y ya son los primeros seres humanos en advertir la inmensidad de lo desconocido.
"Una de las cosas que a uno de inmediato le impresiona al llegar a más de 8 mil metros es la cantidad de vida que hay allí. Teníamos imágenes con vehículos no tripulados y uno puede ver videos de otras fosas, o leer artículos, por lo que sabe que se encontrará con vida, pero la primera impresión es que hay mucha más vida de la que uno se imaginaba. La concentración de organismos y su abundancia era altísima", recuerda el biólogo marino, quien precisa que en el lugar pudo ver, por ejemplo, muchas holoturias (pepinos de mar), animales de cuerpo vermiforme alargado y blando.
A eso suma su "paseo" hacia mar afuera, en donde pudieron escalar una pared rocosa. "Fue impresionante ver la geografía y las formaciones geológicas, con paredes verticales, incluso con roca desnuda, pequeños cañones, valles (…) Ahí aparecieron comunidades de tapetes microbianos, de los cuales no teníamos evidencia ninguna de que pudiesen existir a esa profundidad", agrega. En esa oscuridad de ultratumba, iluminada tan solo por su medio de transporte, vieron también crustáceos de colores fuertísimos, con tonos naranjos, azules, blancos, así como anfípodos gigantes (pulgas de mar).
Inversión y desafíos
Al rememorar cada episodio hay algo que no deja pasar: la poca relevancia que la población da al océano para su propia subsistencia, sobre todo en materias de cambio climático y fuente de alimentación hacia el futuro. "No tenemos esa conciencia de qué tan dependientes somos respecto al océano, y tampoco nos damos cuenta del impacto que hemos generado o que hemos puesto en riesgo su propia salud a través de la sobrepesca o la contaminación", dice.
La inclusión de este tema en la Estrategia Regional de Desarrollo, por ejemplo, es otro punto que preocupa al profesional: "Deja bastante que desear, a pesar de que aquí tenemos la mayor concentración de investigación oceanográfica de Chile, de puertos, astilleros, caletas, firmas pesqueras y una cantidad significativa de población que vive frente al mar, y tenemos la posibilidad de contar con un corredor bioceánico (...) En nuestras conversaciones sobre desarrollo el mar, prácticamente, no aparece".
Respecto al financiamiento de la ciencia local, asegura que el país está al debe en la participación de la inversión privada, ya que cerca del 90% de los recursos proviene del sector estatal, según calcula. "Pese a las fortunas y a la plata que se gana en Chile, la inversión en ciencia es muy poca, pues el empresariado no cree en las capacidades científicas, o no le interesa. Ahí tenemos que soñar como país si queremos hacer cosas tan notorias como esta", afirma.
Con la información e insumos traídos desde el mar ultraprofundo, Ulloa y su equipo esperan generar un gran aporte cultural por medio de la exhibición de un documental. La idea es que la cinta, que en estos momentos es elaborada con imágenes de alta definición, sea presentada en el Festival Puerto de Ideas Biobío, que partirá por primera vez en la Región el último fin de semana de agosto, y en televisión abierta a través de Televisión Nacional de Chile (TVN).
En su viaje, los investigadores del IMO lograron obtener ADN del agua, lo que permitirá ver qué especies viven en el lugar sin necesidad de imágenes. También se pudo mapear a una alta resolución el fondo marino para la instalación del primer observatorio de océano profundo frente a la fosa, "en donde vamos a poner sensores oceanográficos y otros que permitan medir la deformación del piso oceánico a medida que se acumula energía".
Este proyecto, que busca trasformar al país en un laboratorio mundial, nace de una labor colaborativa dirigida por el IMO. Se pretende operar dentro de un año.