Fuerte caída de la natalidad
El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) ha dado a conocer que los nacimientos registrados en Chile durante 2019 llegaron a 210.188, lo que representa una disminución de 5,2% con respecto a los del año 2018. El organismo ha presentado hace unos días el Anuario de Estadísticas Vitales 2019, elaborado a partir de datos provenientes del Servicio de Registro Civil e Identificación, y del Ministerio de Salud.
Según el documento, la tasa global de fecundidad o número de hijos promedio que tendría una mujer durante su vida fértil, fue de 1,4, lo que significa que nuevamente en Chile esa tasa se situó bajo el nivel de reemplazo generacional, que se estima debería ser de al menos 2,1 hijos promedio por mujer. El 51,1% de los niños nacidos fueron hombres y el 48,9% fueron mujeres. También hay que considerar que el 16,2% de los nacimientos ocurridos en Chile fueron de una madre de origen extranjero (34.056 guaguas) y el mayor porcentaje de esas mujeres son haitianas y venezolanas.
El envejecimiento de la población es una realidad, inversamente proporcional al número de nacimientos. Es evidente que desde hace unos años la natalidad en nuestro país muestra retrocesos que hacen insuficiente asegurar el recambio generacional. Esta situación abre un problema estructural, ya que observamos una población en franco envejecimiento, a menos que como sociedad trabajemos en políticas de incentivo a la natalidad. Sea cual fuere la decisión, no parece que Chile esté adoptando las correcciones para enfrentar tal desafío. No hay políticas que incentiven la natalidad. España, por ejemplo, aprobó hace unos años un subsidio de 2.500 euros a las familias que tengan un niño. Pero Chile parece ir por la vereda contraria. Somos el país en el que las familias deben hacer el mayor esfuerzo económico para poder educar a los hijos, según un estudio de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (Ocde).
Tales luces darían cuenta que el tema económico es capital al definir el número de hijos. Por ello, el grueso de la clase media estima como ideal el número de uno a dos hijos, cifra manejable en términos de los costos que implicaría su cuidado y especialmente por la inversión requerida en educación, que se ha ido extendiendo. Hemos pasado, en el plazo de una generación, desde una exigencia de educación secundaria hasta una profesional o técnica, lo que implica al menos cinco años de estudios de pregrado. Hay otro fenómeno global: el fuerte ingreso de la mujer al mundo del trabajo, por lo que se ha postergado la familia por la búsqueda de recursos y el necesario crecimiento de ese segmento.
Las estimaciones dicen que el envejecimiento poblacional en Chile seguirá aumentando y todas las regiones evidencian un proceso creciente en este ámbito. Es cierto que la población vive más, pero también enfrenta más enfermedades. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) cree que una persona que nace en América puede aspirar a vivir 75 años promedio, casi cinco más que la media mundial, aunque las enfermedades no transmisibles y emergentes son el principal reto sanitario. El antecedente es importante y más todavía cuando la población ha ganado dieciséis años de vida como promedio en los últimos 45 años. Vivimos más, pero a la vez la gente muere por causas que podrían evitar, como accidentes o enfermedades cardiovasculares ligadas al sedentarismo y mala alimentación. Asimismo, la pandemia de covid 19 ha tenido un fuerte impacto en la mortalidad de los últimos dos años.
¿Qué quiere el país respecto a su futuro demográfico? La respuesta tiene un vacío, porque el tema no ha logrado instalarse en el debate público.
Es necesario revertir esta tendencia; por ello deberían atacarse de raíz las consideraciones que afectan el número de nacimientos, porque las familias relacionan el número de hijos a sus condiciones económicas o al costo que significa su atención y desarrollo.
Desde hace unos años la natalidad en nuestro país muestra retrocesos que hacen insuficiente asegurar el recambio de generación. En promedio, la mujer tiene 1,4 hijos en su vida fértil y la tasa mínima para el reemplazo generacional debería ser 2,1. Por eso, observamos una población en franco envejecimiento.