Diálogo y participación ciudadana
La realización de las elecciones presidencial, de parlamentarios y de consejeros regionales de este domingo 21, será una oportunidad para que la ciudadanía elija a sus representantes y para que de esta manera exprese su participación en las grandes decisiones del país. Estos comicios se realizarán en medio de la pandemia de coronavirus, lo que requiere de esfuerzos especiales de las autoridades, de los vocales de mesa, electores y, en general, de todos quienes tomarán parte en esta jornada.
Resulta evidente que desde hace un tiempo abundan los eslóganes, gritos, lo políticamente correcto, pero poca reflexión respecto a lo que es correcto y dónde está el bien común. La carencia de propuestas aterrizadas, las pocas exigencias a los postulantes y la ausencia de evaluaciones, han pasado la cuenta tanto a las autoridades como a los líderes políticos y sociales, que se han visto superados por las manifestaciones y el descontento del electorado.
Durante el proceso de transición de los años '90, hubo voluntad de hallar puntos en común, es decir, de hacer política, tal vez porque el país venía saliendo de un proceso confrontacional que costó muy caro, dejando heridas que aún no cicatrizan. Los distintos sectores entendieron que era necesario debatir y llegar a consensos. Sin embargo, en los años recientes se ha ido perdiendo esa característica para pasar a una fuerte intolerancia, sobre todo en el campo de la política.
En el último tiempo hemos visto a personas que protestan legítimamente, pero muchas veces desde la creencia de la verdad absoluta, pensando que la historia comenzó con ellos, lo que equivale a desconocer y negar los sacrificios de generaciones precedentes. Es cierto que la protesta es la expresión de malestar social que se ha guardado por años y que se funda en desigualdades e inequidades, pero eso no justifica que tales expresiones tengan que llegar al absolutismo y, en algunos casos, a la violencia.
Es probable que la gran pérdida de confianza que afecta al país también esté muy afectada por la soberbia con que muchos plantean sus exigencias al debatir. Se habla más que antes, pero ciertamente se escucha menos.
No son pocos los que pretenden establecer que la búsqueda de acuerdos y dialogar con el adversario es una mala acción en sí misma, que denota debilidad. Peor es cuando tal juicio viene desde la propia clase política que así pretende renunciar a la más elemental de sus características: el diálogo para lograr unión, con respeto a la diferencia. Si algo caracterizó a Chile en sus mejores años -desde el punto de vista económico y político- fue precisamente la fuerte convicción de la conversación necesaria. Ello era un activo y no una puesta en escena que reflejara debilidad.
Hay que entender que la intolerancia siempre es peligrosa. Esta falta de diálogo y conversación parece más evidente en los últimos años, desde uno y otro lado, con algunos líderes que parecen creerse dueños de la verdad y que descalifican a sus interlocutores por el solo hecho de pensar diferente. Y en la campaña de las elecciones de este domingo 21, se acentuó la descalificación, de la cual la ciudadanía ya se muestra cansada.
Hemos perdido esa capacidad de escuchar con respeto a quien piensa diferente y el sano ejercicio de debatir. En la mayoría de los casos, el que piensa diferente cae en una especie de censura o funa, independiente de si tiene o no la razón. Esto también lo vemos en distintos temas de nuestro diario vivir, en que cualquier posición que parezca contraria a un sector determinado es incluso motivo de ridiculización y de sufrir un bombardeo a través de las redes sociales. Con ello, lo único que hace es desinformar y coartar la libre expresión. Hay que recuperar la capacidad de escuchar con respeto y el ejercicio de debatir con altura de miras. Esa fórmula parte por ejercitar con creciente fuerza el valor de la empatía, tan necesaria en un periodo como el que vivimos.
No pocos pretenden establecer que la búsqueda de acuerdos y conversar con el adversario es una mala acción. Peor es cuando tal juicio viene desde la propia clase política que pretende renunciar a la más elemental de sus características: el diálogo para lograr unión, con respeto a las diferencias.