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-¿Qué te atrajo de la figura del ermitaño?
-Hace bastante que pienso en la figura del ermitaño, ya había aparecido en algunos de mis cuentos anteriores. Creo que me interesa, sobre todo, por esa soledad en el paisaje. Por supuesto que pueden haber ermitaños de ciudad, pero a mí siempre me llamaron la atención esas personas capaces de dejar caer todos sus vínculos para aislarse y hacerse uno con la naturaleza. Me atraen y me parecen un gran misterio. Nunca sé si hay un gesto completamente vital allí, de unión completa con el paisaje, o algo más bien tanático, de renuncia, de sustracción de lo social, de la vida en comunidad.
-Háblame de ese discurso amoroso que aparece en la novela, ¿qué te parecen las neurosis por las que se pasa cuando se ama?
-Algo que el narrador de la novela dice un par de veces es que no es fácil estar con otro. Y es algo que yo comparto por completo. Estar con otro, compartir la vida con otra persona, permitirse un vínculo de amor con otra persona siempre implica un cierto esfuerzo, aunque sea de paciencia, de tratar de entender, de estar abierto a lo que el otro proyecta en uno y a tratar de discernir lo que uno proyecta en el otro. En ese sentido, siempre creo que es más fácil estar solo. Lo que no significa que sea más lindo, o más disfrutable. Ese es el gran nudo que se forma en torno al amor: es un desafío, requiere trabajo, cuidado, pero es algo que nos amplía la vida, nos pone en contacto con lo placentero, con el deseo, con lo vital.
-Solías escribir cuentos, ¿qué certezas o rutas se te abrieron con el ejercicio de esta novela?, ¿son como los huertos las novelas?, ¿y el cuento, sería un jardín?
-No se si marcaría una diferencia entre la escritura de cuentos y novelas, así como no sé si marcaría una diferencia entre cultivar un jardín y cultivar una huerta. Me gustan esas huertas donde todo viene un poco mezclado, donde hay caléndulas entre los colifores y zinnias al lado de los pimientos. En todo caso, por el momento trato de ir encontrando espacios para la escritura y después ya se verá qué sale de eso.
-Hicieron una adaptación de tu relato "Flores nuevas". ¿Cómo fue verlo en teatro?
-Hicieron un trabajo realmente extraordinario. Nadir Medina, como director e Ignacio Tamagno, como actor, se lucen completamente. Ignacio además es de una ciudad muy cercana a mi pueblo, lo que le permite relacionarse con la historia de una manera muy personal y particular. Hace un trabajo con su voz, con sus modos de habla y de pronunciar que es casi milagroso. A mí, cada vez que asisto a una función, vuelve a emocionarme. Es como si escuchara a un ex compañero de escuela, a algún amigo, contándome su vida sentado en la punta de la mesa, después de una comida en común.
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Traduciendo unos cuentos de Deborah Eisenberg que van a publicarse en Chai Editora a fin de año. Además, estoy con una serie de textos entre manos.