Adportas del término de las vacaciones de verano, dicho término se contrapone con los altos números de contagios de covid-19 registrados en nuestra Región, donde el número de camas disponibles ha disminuido sistemáticamente en comparación a la temporada de invierno. Con ello, se nos "aparece marzo", tal como menciona el famoso slogan televisivo. Padres, docentes, y estudiantes, están con una alta incertidumbre y se preguntan ¿cómo se nos viene marzo? ¿Vamos a volver a la escuela, jardín, colegio, institutos y universidades de manera presencial?
El Gobierno fijó el inicio del año escolar para el 1 de marzo próximo, y con una apuesta a la presencialidad como regla general a partir de las "Conclusiones y Recomendaciones" publicadas en diciembre del 2020. Mucho se habla de protocolos para el regreso a clases presenciales según las medidas sanitarias, la mayoría de las cuales se concentra en requerimientos de seguridad y preparación como la implementación de señalética para mantener el distanciamiento, productos de higiene, zonas y horarios de usos y controles de temperatura en los accesos, entre otras, sin embargo, no se ven mayores estrategias y aportes del Estado para la compra de equipos de purificación de aire o para reacondicionar las salas de clases de modo de mantener rangos de ventilación óptimos, como sí lo están haciendo otros países. No se menciona cómo mantener un entorno saludable, y del rol fundamental que juegan las condiciones de habitabilidad interior (temperatura, humedad, calidad del aire, ventilación), que deben tener las salas de clases para no ser focos de contagio, fenómeno que ya se ha evidenciado en recintos cerrados como malls u otros centros comerciales. En el hemisferio norte, durante su temporada de verano, los casos de covid-19 disminuyeron, pero en Chile, y en particular en nuestra Región, los contagios han aumentado de manera sostenida en las últimas semanas y meses.
Previo a la pandemia, varios estudios ya han demostrado que las condiciones de las salas de clases en nuestro país son deplorables, y no sólo las de establecimientos públicos o de sectores más vulnerables, sino que, de todo tipo de colegios: desde privados a públicos. Con niveles de humedad por sobre el 80% al interior de los establecimientos, temperaturas menores a 12°C en una sala y concentraciones de CO2 por sobre 1.000 ppm, esto último producto de la mala ventilación y altos niveles de densidad de estudiantes por sala, ya que no hay sistemas de ventilación que renueven el aire viciado, quedando todo sujeto a una ventana que el profesor pueda abrir (si es que puede abrir una).
La OMS establece rangos máximos para CO2 de 1,000 ppm. A partir de investigaciones científicas, hoy en día ya es consenso que debemos mantener rangos de humedad de 40 a 60% y generar renovaciones de aire de 3 a 4 litros por segundo por persona para reducir las posibilidades de propagación del virus. Chile, al igual que China, posee estándares muy bajos de metros cuadrados por alumno, asignando como mínimo 1.1 m2 por persona, lo cual muchos arquitectos han traducido como la norma, lo cual ha resultado en salas de clases con 30 a 45 alumnos en promedio en tan solo 50-60m2.
Además, si a eso le agregamos que la gran mayoría de las salas no cuentan con sistemas de calefacción durante el invierno, ¿cómo podemos ventilar sin comprometer el confort térmico de nuestros niños y profesores? Es muy irónico pensar que el lugar en el que más tiempo pasan nuestros niños durante sus años críticos de crecimiento y desarrollo educacional, cuente con las peores condicionantes interiores. La pandemia ha evidenciado una vez más la segregación e inequidad que existe. ¿Por qué no pensar que también podemos ser líderes en aportar mejores condiciones interiores que promuevan el bienestar y salud de sus ocupantes? Pareciera ser que todavía nos falta mucho por aprender y entender sobre esta pandemia, antes de pensar en volver presencialmente.