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distanciado de su temprana pasión por Skármeta y, como todo autor, modificaba el linaje al que quería pertenecer. Pero las similitudes están ahí y contribuyen a explicar la atmósfera cultural en la que Fresán comenzó a escribir en Argentina, Bolaño en Chile y yo en México.
"El pánico no tiene ruidos"
Al modo de Onetti, Skármeta detiene la acción para demorarse en un gesto significativo. No se limita a describir un ademán; lo carga de metáforas para transformarlo en una suerte de parábola. En el cuento "Primera preparatoria", que pertenece a "Tiro libre", narra la separación de dos hermanos. El mayor se va de casa, contrariando a los padres. Gana un destino, pero está a punto de perder un amor en manos de su hermano. La despedida se cuenta en estos términos:
"Lo miro a los ojos y siento que mi cuello está hundido, que me brillan los dientes.
Algo entonces detiene a mi hermano.
Se queda ahí un instante con las manos vacías y ambiciosas, con los brazos repletos de aire, como un molino sin viento, como un barco sin agua".
El hermano menor es de pronto un animal de presa al que le "brillan los dientes". Se quedará con la chica, con la vida que el otro deja atrás. El joven que parte es ambicioso, pero dispone de muy poco; sus manos vacías y sus brazos "repletos de aire" miden su precariedad, pero también su valentía. El destino del que se va y el destino del que se queda se resumen en ese último abrazo.
El tono general de "Tiro libre", tercer libro de relatos del autor, recuerda al cine neorrealista italiano. Escenas de un quebradizo sentimentalismo al interior de la familia, enmarcadas en procesos históricos que afectan a los personajes, donde los objetos y los gestos "menores" adquieren significados trascendentes.
"Primera preparatoria" y "Pescado" transcurren en hogares de inmigrantes. Ambos cuentos subrayan la relevancia de los lazos de sangre para quienes vienen de un lugar lejano. La verdadera patria de acogida es la casa en la que viven. Un mismo campo de fuerzas anima estas historias: en un hogar arduamente conquistado, alguien quiere irse. Según he comentado, "Primera preparatoria" trata de la huida del primogénito al que esos muros ya le resultan asfixiantes; "Pescado", de una singular fuga de los abuelos, aún capaces de una aventura que los llevará a los confines del mundo, es decir, a darle la vuelta a la manzana.
"Balada para un gordo", que adelanta a un futuro protagonista de la novela Soñé que la nieve ardía, se ocupa de uno de los asuntos más difíciles de controlar desde la ficción breve: la formación política.
La novela es un género voluntariamente "imperfecto", que altera y cuestiona su estructura, y abre espacios para discutir distintas versiones del mundo. Los terroristas de "Los demonios", de Dostoievski, o los críticos de la modernidad en "Contrapunto", de Huxley, exponen sus convicciones en largas tertulias mientras la trama de conjunto se suspende. El relato no puede permitirse esas pausas; todo en él depende de seguir una historia que, como anhelaba Horacio Quiroga, se desplaza con la nítida precisión de una flecha.
No abundan los grandes cuentos políticos y Skármeta ha escrito algunos de alta singularidad. "Balada para un gordo" refleja el clima de la Unidad Popular, la polarización social de esos días, la incertidumbre ante los tiempos por venir. Imaginado al compás de las transformaciones emprendidas por el gobierno de Salvador Allende, el cuento comienza en una región del siglo XX similar al ágora en la Grecia clásica: el patio de un colegio. La historia avanza para contar un proceso de maduración ideológica y desemboca en un careo donde el afecto es desafiado por las creencias: los amigos de otro tiempo encarnan dos versiones diferentes de la izquierda. La narración se despide de ellos en el momento en que pueden ser cómplices o enemigos. Skármeta no toma partido; sin embargo, de manera trágica, la historia de Chile encontró una forma de arrasar con esas posibilidades de futuro.
Resulta difícil calibrar los efectos que el exilio tuvo en un autor que, acaso por provenir de inmigrantes croatas, tenía un peculiar sentido del arraigo. De manera sugerente, en sus primeros tres libros varios cuentos celebran el microcosmos local y al mismo tiempo proponen abandonarlo. Una estimulante contradicción guía a los personajes. Salir de Antofagasta, conocer Santiago, recorrer el mundo son recompensas que conllevaban una pérdida. Los personajes se dejan cautivar por una temible maravilla; aman las grietas de su calle, pero entienden que nada vale tanto como irse y dan un salto hacia lo incierto, dispuestos a pagar las consecuencias.
El exilio cambió esta circunstancia. "Hombre con el clavel en la boca" representa una primera reacción a las nuevas coordenadas del autor. La chica que protagoniza el relato viene de padecer una tragedia política, el golpe de Estado en Chile, y se encuentra en Lisboa con un episodio de esperanza, la noche de los claveles rojos que celebra el triunfo de la izquierda. Ahí conoce a un joven portugués que festeja el fin del fascismo sosteniendo un clavel entre los dientes. Al saber que la chica es de Chile, comprende que es demasiado pronto para decirle adiós a la maldad. El relato une los temas esenciales del exilio, el amor y la política, y anticipa la sobriedad narrativa que Skármeta adquirirá lejos de Chile. Los pasajes líricos que dominaban relatos enteros ("Días azules para un ancla" en El entusiasmo, "Una vuelta en el aire" en Desnudo en el tejado) o surgían como arrebatos poéticos en tramas más realistas, desaparecen de su horizonte.
Notable ejemplo de "nuevo periodismo", "De la sangre al petróleo" narra un atentado terrorista en el aeropuerto de Fiumicino. Un episodio real contado con la fuerza subjetiva de la ficción. Como en "Balada para un gordo" o en "Hombre con el clavel en la boca", en este cuento-crónica la vida cotidiana es alterada por las fracturas de la Historia. Por obra del espanto y de las balas, los pasajeros reunidos en una sala de espera se transforman en un solo cuerpo que busca sobrevivir. El destino individual se vuelve dramáticamente colectivo. Un muro acristalado se viene abajo como un símbolo de un mundo roto. Lo más sorprendente, sin embargo, no es la violenta alteración de la rutina, sino la inquietante posibilidad de regresar a ella. Nada se soluciona, pero la vida sigue. De la sangre derramada se pasa al petróleo que mueve y normaliza los destinos.