Con preocupación hemos presenciado el estallido social originado en el movimiento de evasión en el Metro de Santiago de Chile. Un movimiento que se inicia de modo próximo en la subida de los pasajes de ese medio de transporte, pero tiene su origen remoto en la desigualdad que vive nuestra sociedad (el puesto de Chile en ese ítem dentro de los países de la Ocde, no es halagüeño); de ahí el apoyo mayoritario de la ciudadanía en el fondo del problema (entiendo que todos rechazamos de modo enfático los desmanes causados).
Por otro lado, la transformación digital nos presenta un sinnúmero de oportunidades. Este fenómeno reciente, no solo se debe limitar a la adquisición e implantación de nuevas tecnologías (por cierto, importantes); más bien debe centrarse en las personas; es decir, cómo ellas pueden adoptar estas herramientas, adquirir competencias y habilidades en este sentido, y son capaces de desarrollar esas tecnologías.
La transformación digital -con todo lo positivo que trae aparejado- tiene un lado negativo o al menos preocupante; dejará fuera de juego a quienes no estén preparados y a aquellos que no puedan adquirir esas herramientas y competencias; en este punto, la capacidad de adaptarse será fundamental. Diversos estudios han alertado del considerable número de puestos de trabajo que se perderán y de profesiones u oficios que simplemente no servirán en el futuro. Lamentablemente, una inmensa cantidad de personas quedará fuera del sistema, precarizando sus condiciones laborales y, consecuentemente, impactando negativamente en su calidad de vida.
Frente a este panorama, si no se toman medidas radicales y no nos adaptamos y enfrentamos estos cambios; la percepción de injusticia e inequidad podría aumentar; dejando al margen del desarrollo a un sector importante de la población; generando las condiciones propicias para un descontento social, que puede explotar en actos de violencia y causar una inestabilidad de la sociedad; que siempre termina por afectar a los más débiles.
La historia muchas veces se transforma en un ciclo constante de hechos que se repiten cada cierto intervalo de generaciones; al parecer, como sociedad estamos condenados a tropezar con la misma piedra. Como bien nos señala Aníbal Pinto Santa Cruz ("Chile, un caso de desarrollo frustrado"); en nuestra corta existencia como nación, hemos tenido varios ciclos en que pudimos alcanzar el desarrollo, pero siempre nos faltó algo, como en el fútbol de mi generación "jugábamos como nunca, pero perdíamos como siempre"; su libro -lamentablemente- cobra vigencia cada cierto tiempo. Aunque a esta altura sea majadero decirlo, casi una monserga, fuimos y seguimos siendo un país dependiente de nuestra minería (plata, salitre, cobre y en el futuro -tal vez- litio). Al efecto, la transformación digital se levanta como la gran oportunidad de darle valor a nuestra economía; de no depender de los vaivenes de alguna bolsa de metales ubicada a miles de kilómetros; de exportar nuestro conocimiento y talento (igualmente repartido y sin distinguir el origen); y de dar a los hijos de esta tierra la posibilidad de vivir en una sociedad con más oportunidades y más justa. Así le podremos decir, a las generaciones venideras, que la obra de Pinto Santa Cruz es parte del pasado, que fuimos la primera generación en aprovechar nuestro ciclo y, producto de aquello, Chile es un país desarrollado.
Estamos a tiempo (aunque el reloj corre y muy rápido), si queremos una sociedad más equitativa, evitar explosiones sociales y -dicho en positivo- subirnos a la cresta de la ola del desarrollo; necesitamos una clase dirigente (políticos, empresarios, autoridades académicas, entre otros) que estén a la altura del desafío. No es suficiente organizar seminarios, traer expertos y declarar la importancia del tema; ya es tiempo de actuar. Es imprescindible hacer una hoja de ruta a corto plazo, destinar considerables recursos al efecto, compromiso empresarial, invertir en infraestructura digital, cambiar mallas curriculares, creación de nuevas carreras, entre otras medidas; una tarea que debemos enfrentar en conjunto como sociedad; un gran pacto social.
Jorge Sanhueza,
abogado
docente de
innovación y
emprendimiento