La entrega del Premio Nobel uno de los eventos culturales que cada año da cuenta inigualable de cómo opera el canon masculino. De hecho, hasta la edición 2017. el premio había sido otorgado en 844 ocasiones a hombres y solo 49 a mujeres. Y aunque las letras parecieran más cercanas a nosotras es inevitable soslayar las cifras, pues el Premio Nobel de Literatura enlista 116 medallas, de las cuales 14 han sido para las autoras (10.5%). Por el contexto mundial de las demandas -exigencias feministas- y la lista variada de literatas nominadas, la expectativa era alta. Lo más probable era que, como mínimo, aplaudiríamos a la decimoquinta mujer Nobel de Literatura, y así fue, el pasado jueves se hacía entrega del premio año 2018 y 2019 (recordemos que el año pasado la Academia sueca decidió suspender la ceremonia debido a escandalosos hechos de corrupción y abuso sexual de parte de algunos señores del poder letrado).
Entonces, y en el marco de la desconfianza, desprestigio, incluso de cárcel para uno de los acusados, llegaron las noticias desde Suecia informando que la escritora, pensadora escénica y activista ecofeminista polaca Olga Tokarczuk era la 15ª mujer en recibir el galardón (2018). Se anunció también el laurel 2019 para el novelista, ensayista, poeta y cineasta austriaco Peter Handke. En mi opinión, el escritor tiene méritos literarios, pero creo que se lo dieron más por una malamente comprendida "igualdad de género", que por las complejas dimensiones e interseccionalidades socio-político-culturales que validan en general las elecciones, puesto que la decisión de nombrar a una mujer y a un hombre fue más bien una estrategia de limpieza de nombre institucional, dado que habían más mujeres que hombres en la nómina, como Anne Carson y Marysé Condé.
En fin, siguiendo con el comentario sobre las obscenas brechas de género que permean los premios, leer frases como "la ganadora es una perfecta desconocida", "no es representativa de las letras universales" o "es muy joven para tal honor" (García Márquez obtuvo el premio a los 55 años y nadie lo cuestionó ), sólo confirma la misoginia en el mundo de las letras y el nulo análisis sobre cómo y a quiénes leemos. Para invitar a la reflexión quisiera dar unos datos para entender cuestiones de contexto. Por ejemplo, la oferta librera que llega a nuestro país (en su idioma original o en traducciones) es bastante homogénea y se rige por el mercado editorial de occidente pauteado por las transnacionales. Además, y no menos decidor es el impuesto a la compra y venta de libros, siendo el chileno el más caro de latinoamérica (19%). Esta cifra es excesiva si la comparamos con las de otros miembros de la OCDE. Llama la atención y es destacable que en África no existe gravamen a los libros, pues se estableció que la lectura mejora la calidad de vida. No así en Chile que tiene un alto IVA implementado desde el año 1976 (hasta esa fecha la lectura estaba al mismo nivel de necesidad que la leche y el agua), y que sin duda ha afectado la educación de las nuevas generaciones lectoras y ha empobrecido la "canasta cultural" de cada hogar. Por consiguiente se hace necesario citar el estudio de la GFK Global, GFK Adimark en Chile, de 2017, que analizó los hábitos de lectura de 19 países del mundo y que ha demostrado que las personas con mayores ingresos lideran la lectura diaria con un 30% versus un 19%, en el caso de aquellas con menores ingresos. Otro número a considerar, es que las mujeres sólo tenemos el 1% de la riqueza en nuestras manos, por lo tanto, escribir y leer son todavía "privilegios" mediados por las tareas domésticas y de cuidado (trabajos no pagados, por cierto), no obstante, los resultados de la GFK señalan que en la mayoría de los países las mujeres marcaron índices de lectura más altos. En el mundo un 32% de las mujeres leen un libro todos o casi todos los días, versus los hombres con un 27%. En Chile, las cifras son de 24% y 20%, respectivamente.
Tokarczuk
Con todo lo anterior, y teniendo en cuenta que solo nos han llegado en español los títulos "Sobre los huesos de los muertos" y "Un lugar llamado antaño", resulta comprensible que pocas/os conozcan la ingeniosa obra de Olga Tokarczuk; narradora elogiada en su país y en Europa por su pluma experimental y de una hibridez escritural con cuerpo y memoria, política e inteligente. Destacada por su aporte honesto, crítico y de una trayectoria activista limpia. Cuenta con una veintena de publicaciones y varios premios de relevancia mundial. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, italiano, sueco, croata, ruso, chino, entre otros. Incluso algunos títulos se han llevado al teatro y a adaptaciones cinematográficas, estas últimas no exentas de polémica por cuestionar la historia oficial de Polonia, pero que ella ha explicado muy precisa, "en el momento en que vivimos ahora en Polonia, el papel del escritor es muy especial. Tenemos que ser personas honestas y decentes para escribir sobre el mundo de la manera correcta". Llama la atención que a pesar de sus cuestionamientos al machismo literario y su particular humor sea una de las autoras más leídas en Europa. "Nunca llegué a ser una auténtica escritora o, mejor dicho, escritor, puesto que en masculino la palabra suena más seria", ha afirmado. Como sea, feliz está la ciudadanía polaca, felices están quienes se rebelan al ecocidio y a las cúpulas del poder capitalista, felices las y los animalistas, felices las feministas, felices quienes la han leído y apreciado en su complejo y corpo-político juego narrativo.
Yo, por ahora, espero que y exijo que se elimine el IVA al libro. Yo, por ahora, espero que pronto tengamos más libros de Olga Tokarczuk traducidos al español en los estantes de las bibliotecas públicas, liceos, universidades y librerías. Espero que las niñas, niños y jóvenes tengan acceso a leer más obras de mujeres en todos los idiomas, y no por los premios, sino porque las lenguas portan saberes y guiños únicos para la transformación social, el desarrollo del pensamiento crítico y la justicia social.