Congreso: luciérnagas para los cogollos del tiempo
Congreso entra a escena. El público en el Teatro Caupolicán los espera ansioso y expectante. Está por comenzar, el pasado 24 de agosto, la celebración más trascendente de su historia: 50 años de carrera. Los siete congresales caminan con la andadura y el gesto secreto de esta fiesta, que como un rayo en la noche es homenaje y devenir. Recordé mi propia epifanía, en ese lejano 1977, cuando el otrora quinteto debutó en el Aula Magna de Concepción invitado por la Asociación de Música Moderna y el programa de radio "Nueva Dimensión".
¿Cómo adueñarse del mundo desde Quilpué? Instalado en las corrientes de pensamiento transitivas entre la modernidad tardía y la posmodernidad, la obra de Congreso se inscribe en una corriente mundial de revisión de la música comercial iniciada en Europa y Estados Unidos, influjo que se extendió, desde fines de los años sesenta, hasta una parte de la música popular chilena. Si lo resumiéramos en dos canciones: desde "Nuestro es el momento" de 1971 a "Premio de consuelo" de 2018.
La revisión de su obra musical propone incertidumbres, certezas, intersticios y destinos. He aquí algunas.
Interrogaciones
¿Es Congreso un grupo de música porteña? Y ¿Se escucha Valparaíso o Quilpué? Ciudad y sonido dialogan aquí. Aunque la banda reconoce su partida de nacimiento en Quilpué, El puerto, La Joya del Pacífico, siempre cosmopolita, citadino, seductor y prohibido se les presentó como un espacio heterónomo, ecléctico y secreto. El puerto como lugar sagrado, territorio de iniciación, de pasaje, ritual y mítico. Desde Quilpué al comienzo fue un lugar para la resistencia creativa y para ganar sentido de pertenencia. Originaron prácticas con una gramática o modos propios de hacer música. Quizás un estilo quilpueíno de procesar estos materiales, fabricar sus instrumentos (una precariedad que estimuló el ingenio), e incluso buscar sonoridades inéditas en las percusiones, en el bajo tocado con uñeta, pianos preparados o simplemente encontrar un día una arpa y usarla en "El Cielito de mi pieza". Músicos que se buscaban a sí mismos. Tal vez por eso Congreso pasó de la imitación (que fue hasta el aburrimiento) a la apropiación y luego a la fusión, aunque nadie hablara de eso en aquel entonces y se les etiquetara como un grupo de rock.
¿Qué lugar ocupa Congreso en la música popular chilena? ¿El que tiene, el que se merece, el que debería tener, o el que aún no alcanza? Preguntas en las que es posible proponer dilemas y zonas de tensión. La comunidad artística reconoce su rol pionero en la fusión, la calidad de sus músicos y respeta su interminable quehacer. Elogiados por la originalidad de su propuesta que parece no agotarse; es valorada su resistencia y la porfiada actitud de tocar durante 50 años en un medio adverso. Pero estos y otros halagos no han sido suficientes para que la banda se situara en un lugar diferente en nuestra música. Una contradicción. Cruzando al menos cuatro generaciones, Congreso ha evitado la fórmula, la repetición, el acomodo, y sigue avanzando hacia un lugar inseguro y de riesgo. Pero tampoco hizo nada por ocupar ese lugar que sus pares han dejado semivacío. Todo lo contrario.
historia de presente
Quizás por eso y otras razones, alejados del marketing y la alta rotación radial, los programadores musicales etiquetaron a Congreso como una banda intelectual y elitista, marginándolo de las parrillas programáticas. Algo similar ocurrió en televisión. Tuvieron entonces que andar por un camino marginal y periférico. Es evidente su distancia de los requerimientos de la industria. Quizás protegiendo su obra del desgaste artístico, como diría el crítico alemán Teodoro Adorno o cuidarla de la repetición, lo previsible o de la pérdida del áurea benjaminiana.
Medio siglo cantando. Desde Eduardo Frei Montalba a Sebastián Piñera si lo ponemos en términos cronológicos y presidenciales, el corpus sonoro de Congreso cruza ese espacio histórico (1969-2019) que incluye República, dictadura, transición, gobiernos concertacionistas y de derecha. En sus canciones se puede escuchar un país total y un país mínimo, con sus sedimentos y fragmentos o tal vez otro país donde resisten nuevos y viejos márgenes, quehaceres simples y complejos, sueños futuros o utopías del ayer. Murmullos, cantos, llamados y tartamudeos de todas las gargantas posibles. En el origen fue El Congreso, singularizado, bautizados a sí mismos para ironizar y también como un lugar donde convergían ideas, sentires y sueños posibles. Después simplemente Congreso como un todo, plural y colectivo.
En ese campo en tensión, su música continúa proponiendo elementos políticos, históricos, filosóficos y culturales. También está la rebeldía, las batallas ganadas y perdidas, el amor y el desamor. Tareas que con el pudor del cronista, la banda asumió como resistencia hasta la vuelta de la democracia, estimulando la participación, la ciudadanía y la libertad. A partir de allí y hasta hoy, han puesto su mirada en los detalles y en la belleza de lo mínimo, aquella intimidad afincada en los arcanos de la vida. Quizás buscando respuestas ante nuevas interrogantes en un horizonte de incertidumbres. No es casual que "La canción que te debía" (2017), su más reciente disco, sea un retorno a su origen y su destino, cantando historias diversas y polisémicas, como si la utopía de la memoria y el permanente desasosiego fuera una invitación a esa nostalgia de futuro.
Congreso todavía conserva, como escribió Jorge Teillier, luciérnagas en los bolsillos y aquella luz que brilló con delicadeza y libertad esa noche en el Teatro Caupolicán guarde en todas las esquinas lo que fuimos, lo que somos y lo que podemos ser. (Texto con fragmentos de "Signos en el muro" del libro "Los elementos: voces y asedios al grupo Congreso).