Aporte de la biología molecular en el diagnóstico del cáncer
Hasta fines del siglo pasado, para hacer el diagnóstico de una enfermedad oncológica solo existía el estudio microscópico de una biopsia de tejido, en que el médico especialista anatomo patólogo podía diagnosticar la presencia del cáncer. Si bien en muchos de los casos se confirmaba su impresión, en varias ocasiones el diagnóstico podía estar errado dada la dificultad para el ojo humano de advertir correctamente los cambios producidos por la neoplasia a partir del tejido sano.
En ocasiones, si bien se estimaba contar con el diagnóstico correcto, la evolución de la enfermedad tenía una gravedad o celeridad inesperada, ya sea en forma espontánea o luego de administrar los tratamientos que se suponía que tenían cierto grado de efecto sobre ella. Dicho de otro modo, una enfermedad oncológica determinada, con biopsia certera, podía y puede comportarse de manera diferente sin tener, aparentemente, un sustento histológico, que explique tal o cual tipo de evolución clínica.
Un gran salto en el avance de nuestra capacidad para pronosticar y predecir (no es lo mismo, lo explicaremos) la presentación clínica de un cáncer, se produjo con el proyecto del "genoma humano" que, en un trabajo mundial interdisciplinario, logró secuenciar toda la información genética de la célula. El estudio del genoma normal versus la expresión genética anormal presente en la célula tumoral, a través de técnicas cada vez más precisas de biología molecular, ha permitido describir alteraciones de genes (mutaciones, deleciones, amplificaciones, fusiones, etc.) que se asocian a ciertas neoplasias y le otorgan ciertas características.
Hay algunas de estas alteraciones, por ejemplo, una pérdida de material genético (deleción) en determinada parte de un cromosoma, como en la leucemia linfática crónica donde la presencia de esta alteración (del 17 p), se asocia a una mayor gravedad de la enfermedad comparada a aquellos casos de la misma enfermedad que no presentan esta situación. En este caso se habla de que usamos este marcador como un factor pronóstico, que permite asignar mayor o menor riesgo a la enfermedad.
Por otra parte, una alteración genética, como la presencia de un gen de fusión derivado de una translocación cromosómica (paso de material genético de un cromosoma a otro) como en la leucemia mieloide crónica, en que aparece el gen anómalo bcr-abl; va a determinar una expresión de una proteína con actividad tirosin kinasa (que aumenta la proliferación celular) generando la leucemia. La buena noticia es que se cuenta con un fármaco altamente activo en bloquear la molécula con actividad tirosin kinasa, el imatinib o similares. De esta manera, una enfermedad que hace 30 años tenía 95% de mortalidad hoy tiene 95% de curación. En este caso, la presencia de la alteración molecular es un factor predictivo, vale decir indica un tratamiento que puede ser efectivo.
El uso de la biología molecular en el diagnóstico y tratamiento del cáncer está permitiendo lograr resultados insospechados hace solo algunas décadas. Si duda, se trata un campo abierto de investigación en la lucha contra el cáncer.
vicedecano Fac. de Medicina y Ciencia, USS